En 1957 nací yo, pero Borges ya había escrito la “Historia de la eternidad” y Girondo había publicado “En la masmédula”… ¿qué podía hacer?
Pasé mis años verdes en el escondite mediocre y bellísimo de Béjar, y salté a Salamanca como un gañán con mis quince años ya algo usados… allí encontré “las flores del mal”, pero no pude dar con una casa del verbo parecida a la de la calle Suipacha que cuenta Pellegrini [cruz llevaba, pero no encontraba mi Monte Calvario]. Junto a las mitocondrías y a los dondiegos de noche me llegó el aroma delicado y mordiente de Aníbal Núñez, pero tampoco supe que había que aprovechar el momento y lo dejé pasar como se mira un cuadro que gusta: con impresión y con conmiseración hacia mí mismo.
Luego, poco a poco, llegaron las lecturas que me hicieron jurar en arameo, justo aquellas que decían exactamente lo que yo iba a decir… Montale, Brodsky, Cortázar, Huidobro, Octavio Paz, Roa Bastos, Pizarnik, García Márquez, Marinetti, Onetti, Nohra Lange, Carpentier… entre todos me hicieron un siete en el justo centro de las ganas y creí que nunca podría concretar palabras mías [es probable que aún no haya concretado ni una sola]. Hasta que decidí [o caí en la cuenta] de que era [soy] hijo de esas letras y de esos gestos. Fue justo en ese punto, en la aceptación de esa paternidad creada en mis lecturas, donde noté el tirón de la escritura y supe que debía relajarme y decir, sencillamente ‘decir’… y lo hice y lo hago sin temor ya y sin vergüenza alguna… y es así porque, al cabo, debe ser voluntad del hombre [también alta obligación] interpretarse y buscarle las vueltas al mundo con ajustadas notas al margen. Y eso es lo que vengo haciendo desde donde ya apenas recuerdo.
Me siento obligado conmigo mismo, con mis cercanos y con el resto de la humanidad a anotar cada día el legajo de planos vitales que considero piezas de este puzzle agotador y hermosísimo, y siempre desde mi punto de vista [pues no existe otro que yo pueda llevar a palabras], desde mi estado de ánimo y desde mis miserias y mis pequeñas glorias. Así, Urah, tengo la alta obligación de aparecer en mis letras exactamente como soy, a la vez que plasmar la postal del mundo justo como la percibo… y con ello aceptar mis defectos y gozar de mis virtudes, y con ello alimentarme y vaciarme a la vez, y con ello reconocerme y conocerme un poquito mejor… y con ello no sentir que mi paso es el justo vacío o el prosaísmo de una nada.
Nací en 1957, pero Picasso ya había pintado su obra fundamental y yo no tenía la genética de Eduardo Arroyo, así que busqué mi tono, mi trazo y mi postura mejor para decirle al mundo y a mí mismo quién soy, cómo soy, hacia dónde quiero ir… y con ello intentar que un par de personas tomen mi palabra y la usen, la mastiquen o la vomiten [cualquiera de las reacciones que provoque supone un paso adelante… justo porque es ‘reacción’ y, por tanto, convulsión o movimiento].
Por todo ello debes saber que ‘busco’ al escribir o al intentar crear y que ‘encuentro’ cuando alguien hace idea mis palabras escritas o mis gestos toscos sobre el papel [da igual que conveza o que encuentre posiciones enfrentadas a las mías].
Y sigo porque sé que ese indicio está vivo cada día en cada palabra que escribo, y que te llega a ti, aunque sea de mala manera y para devolverme tus sabrosas saetas directitas al centro de mi rabia.
Uso mi calidad de hombre para intentar ser hombre de verdad, y no suelo esconder casi nada, ni de mí, ni del mundo.
Un besote.
•••
Tengo la vaga sensación de que todo sucede como si yo no existiese, de que al mundo le sobra mi energía y no me concede el valor que me debe como hombre que late y muerde. Quizás por eso me toca los cojones casi todo. El poder, al día de hoy, se obtiene por representación o por posesión [ya no por experiencia, conocimiento o sabiduría]. Quien representa a un colectivo grande de hombres puede alzar la voz y ser escuchado, aun sin tener un sustento reflexivo y formativo solido [suele ser la norma], y así nos va, pues quien representa se deja generalmente en manos de quien posee y aprende a mirar por sus ojos y a asumir sus interesadas decisiones.
Yo estoy en manos de mi banco, que me da o me quita y, enfunción de ello, puedo moverme o debo quedarme absolutamente quieto… estoy en manos de mis deudores, que modulan sus pagos al socaire de sus necesidades y no de las mías, si es que llegan a pagar… estoy en manos de los políticos pequeños que medran en las administraciones y hasta se dan el lujo de nombrarme para mal [pocas veces lo hacen para bien]… estoy en manos de asociaciones tan inserenísimas y tercas como la Cámara de Comercio, la SGAE o la asociación para los derechos reprográficos [CEDRO], que comen de mí, viven de mí y me castigan con sus miserables limosnas [además de llevarse trabajos tradicionales de mi empresa a otras más afines a sus grises mandatarios]… estoy en manos del Ministerio de Hacienda y de su Seguridad Social [a los que apoquino del orden de 100.000 euros al año entre ivas y venivas, cuotas y pijardos, pagos fraccionados e impuestos indirectos por tabaco y gasofa…]… estoy en manos de la vecina de enfrente, que no me deja aparcar y me pone verde si fumo o me estiro para quitarme la galvana… estoy en manos de los gobiernos norteamericano y soviético, de la trilateral, de los cinco, de los miembros de la OPEP, del zorolo Movistar, del señor de los anillos de los calzoncillos Abanderado, del proveedor de papel, del tesorero municipal, de mis tres hijos naturales y de mis dos hijos pseudoadoptivos, de mi suegro, de mis padres, de mi esposa y del cobrador del gas… y aún así, teniendo tantos tipos intereses en mi persona y en sus usos y gavelas, sigo con esta jodida sensación de que todo sucede como si yo no existiese.
¡No es posible, coño!
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