Sunday, July 20, 2008

La bella Dámaris y el Epitalamio de Catulo.

Mi decisión de asistir a una boda, después del ni se sabe sin hacerlo, fue traída por la memoria del desaparecido tío Maxi [del que mantengo un recuerdo nítido y gozoso], por la hermosa presencia de la tía Dámaris [recuerdo ahora su animada presencia en la operación de mi padre, su hermano] y por ese cariño especial que le tengo a Marito, a Óscar y a la familia de Carmen y Alfonso. Sentí muy adentro que debía asistir al teatro nupcial, y lo hice sin plantearme ni una sola de las preguntas que siempre me planteo en estas situaciones [preguntas que me llevan a esconderme y desaparecer].
La verdad es que me sentí alejado del bullicio y la fiesta –no comparto desde hace demasiados años estos fastos de la desmesurada apariencia que se venden en un escaparate de tradición y extraña costumbre–, pero jugué a observar y terminé divirtiéndome en términos de experiencia casi poética.
La novia estaba absolutamente bella, deliciosa, totalmente apetecible [Dámaris es un lujo total en la sonrisa y la mirada, y empuja sin quererlo a la poesía libidinosa más intensa], conformaba en mi cabeza la imagen nítida del Epitalamio de Catulo:

“¿Qué dios es más digno de ser invocado por los amantes amados? ¿A quién, entre los habitantes del cielo, honrarán más los mortales? ¡Oh Himeneo Himen, oh Himen Himeneo!
A ti invoca el padre tembloroso para los suyos, por ti las doncellas desatan los pliegues de su cintura, a ti, con medroso y ávido oído, acecha el nuevo esposo.
Eres tú el que en manos del fogoso joven entregas a la muchacha en flor, arrebatada del regazo de su madre, oh Himeneo Himen, oh Himen Himeneo.
Sin ti no puede lograr, Venus, intimidad alguna que apruebe el honor; puede, si tú lo quieres. ¿Qué dios osaría compararse con el nuestro?...
Y tú, novia, cuando te pida tus favores tu esposo, guárdate de negárselos, no sea que los busque en otro sitio. ¡Io, Himen Himeneo, ¡o! ¡Io, Himen Himeneo! Ahí tienes la casa, cuán poderosa y feliz, de tu marido; permite que esté a tu servicio ¡Io, Himen Himeneo, ¡o! ¡Io, Himen Himeneo!
Hasta el día en que la canosa vejez, moviendo su temblorosa frente, diga siempre sí a todos. ¡Io, Himen Himeneo, ¡o! ¡Io, Himen Himeneo!”.


¿Cuántas veces te tenderá el mundo su alfombra de pétalos, como hoy, Dámaris? Si lo hace, deberás aprovecharlo y tomar en tus manos delicadas la manzana que aroma los lugares donde tu cuerpo ocupe el lugar del aire. Ama y déjate amar con abandono entonces.
Ayer, la caracola agotó sus sonidos en la sonrisa plena de tu padre y el orgullo era el más delicado contrapunto en sus ojos; la concha sobre la que Venus apoyara sus pies hace una eternidad, fue ayer el apoyo mejor para tu madre, que lucía bellísima en su atavío y en su cuerpo; la magia se detuvo sin más en los ojos de tu abuela, que solo tú habitabas como una flor de octubre… todos éramos para ti en esas horas, para mirarte, para saberte feliz y colmada mientras perdías tu mirada en los ojos seguros de Gonzalo…
Entonces presentí que hay algo que nos ha unido siempre, aunque apenas nos veamos por la calle y casi no crucemos palabras, y el tío Mario, sin más, refrendó la presencia de tu abuelo con sus mismas formas y sus mismísimos guiños pícaros… fue entonces cuando desde las mesas se levantaban las voces de los jóvenes con alegres arengas, cuando te levantabas con tus brazos abiertos como para volar entre los mirtos y entre los robles [yo me sentía aislado, a pesar de la hermosa presencia de mis padres y de mi hermana, de toda mi familia agrupada alrededor de la sombra de tu vestido de virgen talámica]. Sí, fue entonces cuando supe que los vínculos prestan seguridad y posibilidad de apoyo, que los ritos más patéticos terminan convocando a una fuerza que empuja hacia donde haga falta…
Te vi hermosa, Dámaris, y me sentí muy bien mirándote.
Me encantó acompañarte, te lo juro.












•••
Antes fue acompañar a mi hija en su última aventura de trabajo [ejercía de azafata en un stand de la Feria Provincial de Turismo que este año se concelebra en Candelario]. La dejé en su lugar con la justa seguridad que siempre me deja su sonrisa franca y visité el recinto con cierta curiosidad. De pronto me encontré con un espacio dedicado a las avez rapaces de la zona en el que se mostraban varios ejemplares muy cuidados de águilas, halcones, buhos, buitres, cernícalos… y me puse a hacer fotos como un gansote [que adjunto en esta entrada], y me quedé alelado mirando aquellos ojos depredadores que me miraban fijamente.
No salió el día malo del todo.





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