Wednesday, July 23, 2008

Una pregunta de Antonio Grande.


Una de las personas más lúcidas que conozco [que está ideológicamente justo enfrente de mí, aunque eso no le resta nada al alto respeto y al aprecio que le guardo], Antonio Grande, me preguntó ayer en el tanatorio: “¿Felipe, cómo puede racionalizarse esto? Te lo pregunta a ti, a ver si desde otra sensibilidad hay respuestas que me sean útiles”. Y me dejó pensando toda la noche, enredando en su pregunta y en aquella otra que me espetó Cipriano a las siete de la tarde mientras nos abrazábamos: “Siempre he trabajado por los demás, Felipe… ¿por qué tiene que sucederme esto a mí?”.
Y llego sin más a la conclusión neta de que todo es cuestión de perspectivas y de valientes tomas de decisiones ante los hechos consumados.
Entiendo, amigo Antonio, que desde la mirada del creyente no amparado en esa fe de bueyes sin mirada lateral, estos sucesos trágicos, estos golpes durísimos aportan ‘dudas’, que conforman la mayor enfermedad de los creyentes. Una persona religiosa de medio tono que recibe un golpe como el de nuestro común amigo, termina sufriendo el doble por esa duda de Dios sumada al dolor insoportable [suele ser más fácil –no demasiado– aceptar la muerte trágica para quien en su ideario comprende el mundo en transformación entre el caos y el orden, para quien somete la vida y sus azares al uso racional, y no espera sino ‘hacer’ en vida porque entiende que la muerte es final y basta].
Desde mi sensibilidad, amigo Antonio, esta desaparición es una putada contra la que hay que luchar para que no se convierta en derrota, contra la que hay que utilizar el vitalismo más encendido para sobreponerse y volver al tajo de ‘hacer’ y al oficio de ‘seguir’. A esta jodida prueba hay que ponerle fuerza y proyectos nuevos e increíbles que colmen las vidas que nos rozan y aún están en proceso.
El problema, Antonio, no es tanto procesar el suceso como conjugar el verbo ‘continuar’ en parámetros absolutamente positivos y entusiastas. Hundirse en estas circunstancias resultaría ser un vencido, y ampararse en un Dios supondría una claudicación poco razonable. Quizás, Antonio, en este proceso de sobreponerse haga falta mucha adrenalina y algunos empujones exteriores, pero considero que es la mejor forma de salir adelante: tirarse al mundo de cabeza con todas las consecuencias y con el encono de los que todavía tienen algo que perder… pero también que ganar.
Sigo desolado con lo de Amable y no sé razonar ahora con la calma que pide el asunto. Imagino el dolor de Cipriano y Marisol y quedo absolutamente decaído.
No es justo, coño.

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