Tuesday, July 22, 2008

Es la hostia...

Es la hostia. Otra tragedia cercana que me llena de tristeza. Esta vez ha caído sobre la familia de mi amigo Cipriano, un tipo por el que siento un afecto especial [además de esa afinidad política que siempre nos unió y los duros días que compartimos juntos trabajando para esta ciudad]. Su hijo Amable, recién casado con una niña encantadora [hace apenas quince días], se ha dejado la vida en la carretera y se me ha puesto un nudo en la garganta que no acierto a desatar.
Y escribo desde la perplejidad de esos treinta años frustrados, desde la rabia que me produce la vorágine del tráfico [los hombres nos convertimos en otra cosa con un volante en nuestras manos], desde la perversidad que esconde la prisa cuando la vida pide lentitud y miradas. Y solo se me ocurre llorar y abrazar a mi amigo con la fuerza de un silencio capaz de decirlo todo, un silencio hecho de soledad ante lo inexorable y de dudas sobre todo lo que me rodea.
Y me vuelve al justo centro el miedo, ese miedo que me trajeron mis hijos desde el mismo día de su nacimiento, un miedo del que intento distraerme con cualquier cosa cuando salen de casa, un miedo que me come y ahora arde con una fuerza extraña y me eriza y me hace sentir una vitalidad que no tengo.
Solo puedo decirle a Cipriano y a su esposa que me tienen para lo que precisen, que será una sonrisa cuando proceda y un empujón de ánimo cuando se tercie, que los pienso porque me pongo en su lugar y tiemblo como un niño, porque intento indagar en la falta y me dan ganas de desaparecer o de comerme el mundo, que lo han hecho todo bien y deben sobreponerse para seguir apoyando a quienes lo necesitan como lo han hecho hasta ahora [la labor de esta familia con la comunidad saharaui es encomiable]… y que sigan en el tajo con el mismo entusiasmo que hasta el día de hoy, porque cada minuto de vida que le arreglen a alguien que lo necesita será también vida que sumar a la memoria de Amable.

TOCA NINO ROTTA
a mi amigo Cipriano González

Como no sé partir
he de prepararlo todo
para aguantar el tiempo
que me queda:

El geranio agotado
en su argolla
asomándose al mundo
desde el balcón de casa
soñando ser parterre.

La postal de Coímbra
remozando la sala.

El valor en la percha
del armario empotrado
con su funda de plástico.

La pluma Parker
seca
sin tinta ni palabras.

Los hijos
a su suerte.

La decepción doblada
sobre el galán de noche
por si me hiciera falta.

La noche y sus traiciones
pintada de farolas
para que haya penumbra.

El sexo en una mano
tatuando lo que reste.

Como no sé partir
aprenderé a esperar
dando siempre la espalda.

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