Wednesday, April 15, 2009

Trenzar tu cabello.


15 de abril de 2009
Trenzar tu cabello y destrenzarlo como un oficio nuevo para este cambio de parámetros sociales y económicos... licenciarse en trenzarte el cabello durante toda la vida y hacer cursillos de capacitación en ponerte pasadores y quitártelos, en peinarte y despeinarte, en mojarte el pelo en la palangana blanca de porcelana, en secarte con ímpetu y toallas, en rizarte y alisarte, en descubrir tu nuca bajo un moño o en hacerla danzar con una coleta alta...
Secar tu cuerpo recién salido del baño y perfumarlo como un trabajo imprescindible para este nuevo mundo que asoma, porque los tiempos están cambiando... secarte el cuello como pulir un mástil, las axilas como rebañar los cuencos de la mejor comida, los brazos como barnizar las alas del ángel... secarte los pechos como se pasa un paño por las tulipas globulosas del dormitorio, el vientre como se da la cera en el parquet, las caderas como se pulen los lomos de un laúd recién lijado, las ingles como entra la lengua golosa en el cucurucho del helado, los muslos como cae el satén sobre un cuerpo desnudo, las corvas como se limpian los candelabros de plata, las rodillas como se da brillo a las manzanas reinetas verdes... secarte las pantorrillas, los tobillos, los pies enteros como a los tenedores de alpaca o a la aldaba de bronce que luce sobre mi mesa...
Mirarte hasta caer agotado como empresa mejor del mundo recién mudado... mirarte las manos como euphorbias creciendo, mirarte la boca haciéndose lavanda si me hablas, mirarte el bocado del pecho con todo el hambre que me dejen los tendones, mirarte las nalgas si te agachas como si fueran frutos maduros recién caídos... mirarte caminar sin que me veas.
Hacer profesión de ti, porque el mundo está cambiando.
•••
Quédate en las islas,
tú, la niebla desnuda
que trajo el espejismo hasta mis ojos,
que quiero volver
a ser el lienzo en blanco,
el que aguarda a su amante entre los acebos,
el que no fue torturado aún
y no conoce sino el dolor de verse abatido
una tarde de otoño.

Hace demasiados años
que espero a que mi cuerpo me sorprenda
con su peso,
con emoción, entre los arabescos de plata
o entre las voces de los supervivientes.

Quédate en las islas
y deja el brocado de ortigas para otro,
que no quiero el resplandor,
pues siempre trae la furia si refulge,
que busco ser besado en el cuello
por la boca más dulce
sin que nadie lo sepa
y no quiero ser despedido
si decido marchar.

Quisiera, antes de que desaparezcas,
que tan solo me dejes las respuestas
que preciso y que busco:
¿Qué gozo le dará el oro a los muertos?
¿Divagar es de estúpidos?
¿Debe implicarse el poeta
o solo ser la voz de cada máscara?
¿Es un tullido el triste?

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