Monday, April 6, 2009

El destino de la mujer azul con la que soñé anoche.


6 de abril de 2009
Me escondí entre las sábanas con un agudo dolor de cabeza con el que no pudieron dos aspirinas juntas... veía chispitas si cerraba los ojos y cascos de caballos pisoteándome si los dejaba abiertos... no sé cómo caí en el sueño, ni cuándo, pero me desperté en el exacto momento en el que el reloj marcaba las 5:23 horas de la madrugada. Todo estaba oscuro y el dolor había bajado hasta la bóveda de mi boca y latía allí como un animal a punto de nacer. Tuve que levantarme para beber algo y para intentar bajar la intensidad del dolor con una pastilla nueva. Vomité y sentí un escalofrío tremendo que me lanzó a la cama buscando ese calor que había dejado. No pude dormir más hasta eso de las ocho... entonces fue cuando apareció la mujer azul desde el guiño del reloj digital de la mesilla, era como una mujer Chagall y una musa redonda de Elmer Batters mostrando todo el pan reciente contenido en sus caderas... y me quedé con ella para intentar quitarme ese diablo interior...
Llegó pálida y con esa mirada de los perros perdidos que buscan acomodo y sienten miedo. Llevaba un polo, de rayitas blancas, grises y negras, abierto hasta la hucha de sus pechos, que eran como un caviar desconocido o alguna envidia... y hacían en el vestido cierto asunto de percha sobre la que dejarse colgar mansamente a esa espera de siglos o segundos que sería tenerla entre los brazos... no supe de su olor, aunque deduje que olería a la brasa en la felpa o al ‘guardemos silencio’ de su blanda caja de caudales blancos... no pude averiguar cómo iba vestida de cintura para abajo, pues estaba en cierta fase lunar que lo ocultaba todo en una sombra como de ceniza... No sé por qué colegí que era azul, porque recuerdo bien que su piel era pura canela en la siesta de hormigas de su sangre bañando la piel como un racimo... pero era azul
“Muchas gracias”, le dije, y me miró asombrada justo antes de meterse conmigo entre las sábanas calientes y mostrarme el tamaño de su cuerpo tomando mi estatura de unidad y mi piel por apoyo. Sintiéndola acoplada, perfecta adaptación a cada sima mía y a cada monte, me deduje de sándalo y de germen. El abrazo fue uno y constante hasta el sueño, el roce era de prófugo y de cauce, el tacto era poroso –como de esponja–, el latido era par y el respirar unívoco, pues mi movimiento era exactamente el suyo... y su atraparme fue como de tuerca, una tuerca en perpetuo girar hacia mi cuerpo.
Ávida de mí, azul entera, con su polo de rayas blancas, grises y negras, me dejó sin querer y yo me daba cuenta de que me hacía piedra, me obtusaba de mí persiguiendo su himen, me revolvía entero.
Desperté, o eso creo, y pensé que no había dormido sino sobre la mujer azul, pegado a ella como un sudor, cubriéndola, enmarañándola, haciéndola de mí.
•••
Y busco como un cachorrillo curioso el poema 12 de ese “Espantapájaros” mágico de Oliverio Girondo... verbos de tres en tres, en gradación constante, para decirlo todo sin que yo pueda hacer nada:

Se miran, se presienten, se desean,

se acarician, se besan, se desnudan,

se respiran, se acuestan, se olfatean,

se penetran, se chupan, se demudan,

se adormecen, despiertan, se iluminan,

se codician, se palpan, se fascinan,

se mastican, se gustan, se babean,

se confunden, se acoplan, se disgregan,

se aletargan, fallecen, se reintegran,

se distienden, se enarcan, se menean,

se retuercen, se estiran, se caldean,

se estrangulan, se aprietan, se estremecen,

se tantean, se juntan, desfallecen,

se repelen, se enervan, se apetecen,

se acometen, se enlazan, se entrechocan,

se agazapan, se apresan, se dislocan,

se perforan, se incrustan, se acribillan,

se remachan, se injertan, se atornillan,

se desmayan, reviven, resplandecen,

se contemplan, se inflaman, se enloquecen,

se derriten, se sueldan, se calcinan,

se desgarran, se muerden, se asesinan,

resucitan, se buscan, se refriegan,

se rehúyen, se evaden y se entregan.

¿A qué más?

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