Friday, July 23, 2010

Día hospitalario y catatónico...




Día de hospital catatónico y rupestre. A pesar de que la sanidad española es de la mejores del mundo, aún hay algo que no cuadra bien y que resulta molesto... teníamos hora a las once de hoy desde hacía tres meses, nos presentamos en el Hospital Clínico de Salamanca a las diez y media de la mañana y no logramos que nos atendieran hasta las dos menos cuarto... lo peor es que el asunto era de esos de tensión previa y de estómago vacío, por lo que la espera resultó tremendamente exasperante...
Del tiempo perdido en esa paciencia paciente, obtuve de mi mano tres dibujos nerviosos en mi nuevo librito de tuneos [una edición facsímil de la Junta de Extremadura del “Tricassi Cerasa”] y un par de horas de pensamientos perdidos y mezclados con el personal que me hacía compañía en esa sala de espera cabrona que daba entrada a “Colonoscopias” y “Transplantes”: una ancianita deshecha en silla de ruedas, con la boca totalmente abierta y la muerte bien agarrada a su espalda; un recién operado con su cama y todo y con cara de hastaluego, una señora francesa con su hija [que se pasó un par de horas leyendo una novela cuyo título era algo parecido a “Nacida en un harén”], un jovencito que contó que tenía un problema congénito en su aparato digestivo, un cancerando con ojeras de no haber dormido en dos semanas y un olor constante y pútrido a deposiciones blandas [todo el mundo que por allí pasaba venía con veinticuatro horas completas de limpieza gástrica a base de un bebedizo cabrón de color blanquecino –cuatro litros hay que trincarse de esa pócima– que hace que se vaya de bareta hasta el más estreñido de los mortales]... el trasiego al baño era constante y diverso, y la apertura y el cierre de sus puertas traía ciclones completos de olores nauseabundos que ponían el estómago peor de lo que ya estaba... el olor y la gente me hacían escaparme de vez en cuando hasta una ventanita abierta que había en el pasillo, pero el respiro resultaba un martirio cabrón, pues desde esa ventana se veía un patio lleno de personal del hospital fumando, que era justo lo que yo no podía hacer.
Cuando nos dieron paso a ese ponerte mirando a Burgos en pelota picada, ya daba todo lo mismo... pero entonces se salvó el día con un enfermero magnífico, un tipo jovial y absolutamente positivo que hacía que las caras de los que allí estaban bien jodidos se tornasen sonrientes... mis felicitaciones a ese profesional grande por el hermoso trabajo que hace, minimizando los daños y quitando los temores con sonrisas y buen humor.
Volví a casa derrotao... pero volví a casa.
¡Albricias!








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