Wednesday, July 14, 2010

Sara



Uno se siente felizmente mayor cuando asiste a la explosión de vida que supone el que un crío al que has visto crecer y desarrollarse desde chiquitillo, con el que has jugado y al que has querido y adoras, al que has visto hacerse hombre y tomar un lugar en el mundo, tenga una hija divina que te muestre con sonrisas deliciosas lo que supone el salto generacional, que te enseñe el camino del final desde su mismito principio...
Ahora miro las fotos antiguas de familia y recuerdo a mi Miguel Ángel pizpireto y siempre ocurrente, listísimo y tocado durante unos años por el jodido universo celíaco, delgadito y siempre sonriente, dormidino en el sofá de la abuela o hablando por teléfono con aquella forma suya de hablar tan linda a los tres o cuatro años... Miguel Ángel es, quizás, el sobrino más cariñoso y afectivo que tengo [el que da más señales exteriores de cariño, por lo menos]... tengo un montón de fotos de años distintos, y algunos tan cercanos como 2009, en las que aparece Miguel Ángel sentado sobre las rodillas de su padre, Antonio, abrazándole y besándole... el caso es que mi Miguelete [que de chico le hacía ‘netilos’ a todo el mundo –el ‘netilo’ era un vocablo suyo que correspondía a la acción de agarrarte los mofletes y apretártelos hasta dejarte la boca de piquito, mientras él decía netilo, netilo, netiloooooooo–] tiene una hija deliciosa que se llama Sara y tiene trece mesecillos, una Sarilla que hasta hace dos días se echaba a llorar a moco tendido, asustada, cada vez que me veía, con esta barba y esta cara de malo maloso que tengo... pero de pronto le canté aquello de los cinco lobitos que tiene la loba, le hice unas carantoñinas y empezó a tolerarme sin llorar e incluso me permitió que la besase en sus mofletes glotones... y bien que lo hice... y que luego me hinché a hacerle fotos para celebrar ese acercamiento lindísimo de una generación nueva a esta otra mía declinera y caediza... y que me siento un poco abuelete, pero en positivo, y que se me cae la baba de ver a mi reinita sonreír, intentar pasitos, comerse galletinas maría con dos deditos o bañarse desnudina en la bañerita hinchable que está junto a la piscina... y que envidio a Antonio y a Nena por esa abuelía gozosota que están pasando y que me alegro mucho de que tengan a ese bombón para subirles el ánimo hasta donde haga falta.
Un beso gordo para ellos y todo mi amor entero para esa chiquitilla que lo está cambiando todo en un montón de vidas, esa Sairucha capaz de trocar cada lágrima en una montonera de risas fresquitas.
Muacsssss, Saruca.


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