Monday, December 7, 2009

Me solivianté mientras leía "Wabi-sabi"


Bastante gatinino, después de ver que el colega Montxo Armendáriz encabeza su facebook con uno de los aforismos de “No pasa nada si a mí no me pasa nada”, me pongo a leer un librito de Leonard Koren [“Wabi-Sabi para artistas, diseñadores, poetas y filósofos”] que me ha dejado Ad. con la convicción de que me va a encantar [no sabe Ad. que yo soy rarito de cojones para las lecturas y que lo oriental me fascina y a la vez me repele… no en vano estos tipos del minimalismo, el haiku, la pulcritud… son sanguinarios con los animales –los descuartizan y los cocinan vivos–, se comen la carne y el pescado crudos, buscan los extremos de la severidad en el dolor y el castigo… y apenas dejan pie a la libertad de lo creativo, mientras se encebollan en lo tradicional con verdadero empuje obsesivo… me llaman la atención, sí… pero les tengo más miedo que a Dios y al Diablo juntos en la cabeza de un tonto]… el caso es que me dispongo a pasar un día de lectura con la idea de no defraudar a Ad. y no abandonar la lectura a la primera de cambio.
Arranca la cosa con que el Wabi-sabi es la belleza de las cosas imperfectas, mudables e incompletas [no está mal el comienzo, aunque mis días discurren ahora por otros derroteros que intentan dejar a la belleza en un cajón aparte para poder centrarme en las ideas de justicia social y libertad]… la cosa sigue por el camino de los grandes maestros de la nada [el gran maestro del té, ‘iemoto’, Hiroshi Teshigahara] y el empeño de tres arquitectos japoneses de construir un entorno ideal para desarrollar la ceremonia del té… y es la primera página y ya me cabreo, me enciendo, me mosqueo muchísimo… con la que está cayendo en el mundo de los hombres, con las jodidas necesidades que existen… tres arquitectos pierden su tiempo y su ímpetu en darle un espacio a la absurda ceremonia del té, con la gente que hay que no tiene dónde posar sus huesos lacerados… en un punto escribe Leonar K. que “el Wabi-sabi solucionaba mi dilema artístico acerca de cómo crear cosas bellas sin quedar atrapado en el materialismo desalentador que generalmente envuelve este tipo de actos creativos”… y yo flipando, cabreándome a medida que avanzo en la lectura… y luego el Zen con su “agudo anti-racionalismo”, el oscurantismo estético –esa necesidad de dotar a las cosas de un misterio para que parezcan mejores... ya he escrito muchas páginas sobre la poesía críptica y sus absurdos–, el camino espiritual, el ideal estético, los principios metafísicos, la sofisticación exclusiva –que en sí misma deja a un alto porcentaje de la humanidad fuera de sus beneficios–, la meditación como religión, la mentira de querer definir “la verdad”, la poesía vista como una estética [brrrrr], el jodido orden cósmico… y el té siempre presente, como un Dios absurdo que se subsume en la estética de su elaboración… Dios siendo el ‘arte’ de la ejecución de un agua jugando a atisanarse… Dios como una suerte de tisanita tirada estéticamente en una taza primorosa…
Me leí el libro entero, aún sabiendo que no era mi momento para hacerlo, porque se lo debía a Ad., y la lectura me ha llenado de ira al precisarme con exactitud el desperdicio que supone dedicarle tiempo y vida a asuntos tan banales, asuntos que solo obtendrían corrección en una sociedad hecha al completo, en una humanidad sanada y sin hambre, sin sed y sin necesidades vitales perentorias.
Y lo siento por Ad., no podéis imaginar cómo lo siento, porque me apetecía mucho haberle dicho que he aprendido un montón con esta lectura, que me ha cambiado la forma de mirar y de percibir el mundo… pero no ha sido el momento adecuado… mi Wabi-sabi ahora es de miradas tristes y sin futuro, de necesidades urgentes, de indagación cabreada en búsqueda de justicia, de buscar ímpetu para seguir peleando por quienes probablemente nunca sepan lo que es el Wabi-sabi, entre otras cosas, porque no les va a solucionar la comida del día o una mínima ración de agua… y también porque no han aprendido a leer ni a escribir… solo a pensar en su supervivencia.
Lo siento de verdad, Ad., pero ahora mi forma de pensar es excluyente y agresiva… mi experiencia cercana de la pobreza me lleva a priorizar y a expresarme con rudeza y sin medias tintas… quizás en otro momento sea una lectura gozosa.
En descargo de Ad., y para su tranquilidad, debo decir que con lo que sí gocé fue con la lectura de unos textos suyos que me prestó por unas horas… en ellos no me asoló el sentimiento de rechazo, sino que tuve un maravilloso ratito de lectura en el que reconocí a alguien que pisa la tierra cada día, que cae y se levanta, que piensa y procesa lo que penetra en su mirada, a alguien capaz de mirarse con ojos despiertos y saberse en la certeza de la inseguridad constante que es la vida, a alguien capaz de tomar y perder, de dejarse caer y de levantarse… gracias por ambas lecturas, Ad., y por tu afecto constante, que es transitivo.
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