Sunday, September 9, 2007

El delicioso estado de ataraxia.


En la búsqueda de la ataraxia [es el agua en la que intento nadar desde hace unos diez años] encuentro dificultades que no sé solventar; y lo que más me fastidia es que esas dificultades emergen siempre de los asuntos cercanos y pequeños, ya que en los grandes temas sí que soy capaz de encender la serenidad de ánimo. Todo ello hace que no sea un escéptico al uso [que en rasgos generales sí que lo soy], pues sumo pasión cuando alguna circunstancia mínima y casi inexistente me tuerce los postulados ideales a los que quiero agarrarme: Soy, entonces, un escéptico pasional lleno de guiños hedonistas.
Analizando el estado de mi serenidad, concluyo que viene de mi convicción absoluta de que nada es importante [todo relativizado en el tiempo, claro, por el momento y el estado de ánimo]: No es importante ganar dinero como no es importante no ganarlo. No es importante trabajar y no hacerlo. No es importante amar como no amar. No es importante la vida en sociedad como tampoco lo es la soledad completa. No es importante ser y tampoco lo es no ser… pero el valor de la ‘importancia’ es absolutamente subjetivo en todos los casos apuntados y en los suspendidos por los puntos ortográficos. Es decir: está de puta madre ganar dinero o dejar de ganarlo, pero no es importante; Es magnífico tener un buen/mal trabajo y no tenerlo, pero no es importante; es una suerte poder amar y hasta no amar, pero no es importante; es conveniente la soledad y también el bullicio compartido, pero no es importante; es una suerte ser y no ser, pero no es importante…
La calidad de la ataraxia, por tanto, está en llevar con tranquilidad [serenidad] lo que te llega por azar, por trabajo o por búsqueda e intentar sostenerlo sin cerrar la mano, igual que se sostiene un insecto y se le deja caminar, detenerse o alzar el vuelo… tal forma de ver la vida procura una suerte de armonía que resulta gozosa en extremo: tener la vida en la mano y dejarla discurrir a su libertad sin hacer un solo gesto para atraparla, no darle el valor de posesión a lo que toma tu mano, pero sentirse poseedor de lo profundo despreciando sin gestos lo circunstancial.
Vamos, que basta con vivir conociendo el valor de lo potencial y conformarse con lo que termina siendo suceso: Sabes tu capacidad de ser, estar y hacer, pero no fuerzas las situaciones.
Otro claro parámetro que me acerca a la ataraxia [y que me resulta muy difícil de llevar a la práctica] consiste en no tomar decisiones de valor, en no enjuiciar los sucesos, a las cosas o a las personas, dejando que ellos/ellas sean productoras de su imagen y de su consecuencia, de su éxito o de su fracaso, de tal forma que el resultado me llegue ya elaborado, salvándome así del duro curro de la formación de criterios que no me interesan más que como hechos cerrados. De esta forma, en la línea de estos usos, consigo tiempo para enredar en lo que me interesa de verdad y, en consecuencia, extiendo mi tiempo en los caminos interesantes [interesantes para mí, claro].
(17:10 horas) Por estas fechas siempre me da un ataque de incienso que presenta síntomas preclaros: ganas de escribir contra la curia, recuerdo de mi odio cerval a iridólogos, homeópatas, sanadores, naturistas, ufólogos, exotéricos, espiritistas, horoscoperos, psicólogos, santos, milagreros, ouijases, cartománticos, quirománticos… y republicanos estadounidenses. No es grave, pero sí que resulta molesto cuando los males se manifiestan con el roce diario de la gente que cae en parte de los supuestos que alcanzan dicho mal de incienso.
Me produce prurito, por ejemplo, la corrobla de peticionarios doblemoralinos que acuden a la Virgen santa con sus ‘concédeme, sálvame, enriquéceme…’, los pirulis que ponen su mano para que les adivinen el futuro, los que toman potingues sin depósito sanitario recetados por un carnicerito [eso era antes, que ahora es el doctor Ramírez, que lo pone en un título justo detrás de la silla de su despacho] que chapurrea sobre las energías y los oligoelementos, los que no salen de casa porque hay un alineamiento [yo lo llamaría alienamiento] de planetas, los que dejan que les soben un supuesto bulto del brazo para salir de su estreñimiento, los que intentan hablar con el espíritu de don Comín, los jocosamente abducidos por una nave de Raticulín, los que alquilan su futuro en un test de Rochard, los que miran al cielo [Cielo] esperando que lluevan panes con euros dentro, los que toman en ayunas sirope de aloe vera, los que se dejan mirar el iris de sus ojos para que les vean el estado de las témporas… y otras mil aleluyas que me llenan de molestos picores que siempre se convierten en dinero robado o en poder gilipollas.
Hoy ya llevo diez cafés para ver si me olvido y me pongo a trabar un relato mediocre o un poema absolutamente circunstancial.
Lo peor es que este mal endémico del incienso es imposible de erradicar.
Quizás la muerte…

(22:02 horas) La tarde fue aburrida en parte, pues no he sido capaz de escribir nada interesante en dos horas de intento. Desesperado recogí a mi Guillermo y nos subimos hasta la Fuente del Lobo para hacer desde allí unas fotos de Béjar con mi nuevo objetivo de 300 mm.
Mientras hacía las otos recibí llamadita de Jesús Márquez: ‘tío, ¿me puedes acercar hasta la estación de autobuses, que parece que va a llover y llevo la guitarra…?’. Nos montamos Guillito y yo en el coche justo cuando caían las primeras gotas y sonaban algunos truenos a lo lejos.
Pillamos a Jesús y a su encantadora niña de porcelana y nos llegamos hasta la estación.
La despedida fue apresurada y me quedé algo triste, porque me vino un presententimiento extraño de final que aún no he sido capaz de descifrar.
Mis amigos partieron camino de Madrid y Guillermo y yo salimos a septiembre sin más, a un septiembre que nos cambiará los horarios y el humor, que volverá a unirnos en las comidas y en las cenas, que hara posible, por fin y de nuevo, esa soledad que tanto añoro durante los veranos.
También me escribieron Manuel Moya y Felipe Benítez Reyes, ambos cercanos, entrañables, amigos [os aprecio un montón, tíos].
De FUMADORAS

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