[Pensando en mi amigo Diego F. M.]
Decía don Gustavo Flaubert que la tristeza es un vicio, y tenía razón, sobre todo cuando se vive la tristeza como una estética llevada en los ojos. Yo conozco a demasiados ‘tristes’ [yo mismo ando esas trochas] y puedo aseverar que es un vicio peor que el del tabaco, aunque un vicio con alta consideración de belleza en nuestros cuerpos decadentes.
A la tristeza se puede llegar desde el dolor físico o psíquico [es la más trágica, aunque no la menos bella], desde el justo desencanto [es la tristeza más común de la mediana edad y suele ir unida a una notable capacidad de raciocinio] o desde el planteamiento filosófico del trasunto eterno de los principios, los tránsitos y los finales.
En el estado de tristeza, provenga de donde provenga, no se vive mal, pues es el territorio de los hermosos vencidos, un territorio en el que dejarse llevar sin entender más que la justa meta. Allí reina el hacer tranquilo [sin el estorbo del fracaso o del éxito], la armonía de gestos y palabras, la mirada como cansada pregunta que no espera respuestas, la simplicidad que da clarividencia sobre los asuntos del mundo y los hombres…
El triste sabe perfectamente que no va a ningún sitio que no sea la muerte, que es absolutamente vulnerable [pero no importa], que no sirve para nada la capacidad de hacer y deshacer porque todo está ya hecho y deshecho, que esperar es un magnífico estado de la carne que lleva, que el contraste es absolutamente necesario y que implica más dolor que placer en su resumen, que hay una nada que habitar y hay que hacerlo en simbiosis con el cero… y por ello goza de su tristeza, y por ello es poseedor de la capacidad de reír o de no hacerlo…
El triste que sonríe es, quizás, la más feliz criatura de la Tierra.
(17:28 horas) Hay una cosita Martín Garzo, ese ‘todos éramos náufragos en los confines del mundo’, que me gusta un montón [últimamente me tropiezo constantemente con naufragios: los restos del naufragio de Ricardo Franco, el naufragio de la derecha bejarana, dos o tres amigos náufragos que han llegado durante los últimos días a mis costas, el naufragio casi eterno de Youssouph y Malick con su incoherente ramadán, el naufragio de mi hija en eso de la Historia del Arte y el naufragio de sus profesores, el nebuloso naufragio de Magdalena y el triste naufragio de Ángel, el naufragio de la casa hasta que nos acostumbremos de nuevo a los horarios escolares, el naufragio de la imprenta en estos días de baja material, el naufragio de mi literatura pequeña –no escribo ni por prescripción médica–, el naufragio de muchas de mis amistades por falta de contacto y de tiempo… y este naufragio Martín Garzo de ahora mismo –un naufragio que aparece en la página 8 de su nueva novela “Mi querida Eva”.]. Digo que hay una cosita que me gusta en esto de los naufragios porque soy un apasionado de la derrota, pero de ese tipo de derrota que abriga un resquicio de esperanza y nos permite seguir tirando adelante como sea y aunque sea.
*[A lo que se ve hoy me ha salido el día de gustavos].
(22:36 horas) Que fui con mi Felipón a ver el partido del Barça a PdT y tuvimos que salir hastiados [y antes de tiempo] de un mangurrián del Madrí que sólo sabía que dar voces y buscar enfretamiento. Esto es lo que me molesta de verdad del fútbol, los payasos que no saben disfrutar de la estética de la competición… por ellos soy antimadridista [pero no voceras]… Vamos, llevar a mi chavalote a disfrutar de un partido con unas cocacolas y tener que salir por pies por esa desgracia que se llama mala educación y grosería.
La estupidez no tiene fronteras.
*[Lo que le debe escocer en el culete al tal mininas es que ganamos por tres goles a cero… para que aprenda a comportarse delante de los niños, coño].
De FUMADORAS |
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