Hay algo preclaro en el aire: nuestro sistema de vida pasa por una fase de decadencia que es sintoma inequívoco de que el modelo social se está agotando. Los indicadores son diáfanos… Lo llevamos chungo.
(11:39 horas) Acabo de hacer por mi hija lo que juré que nunca haría y me he sentido muy mal: mal por ver la cara de Julián, al que considero un hombre comprensivo, y mal por pedir una ‘injusticia’ con la cabeza bajada [pongo la palabra ‘injusticia’ entre comillas porque, si parto de mi idea de ‘enseñanza’, tal circunstancia no entraría en esos parámetros].
Ahora estoy ofuscado, muy enfadado conmigo mismo y desesperado por la toma de decisiones que ampara el sistema, dándole poder omnímodo sobre el futuro cercano de los jóvenes a personas que no tienen un criterio abierto y racional, a personas que ponen por delante la acumulación de conocimientos sobre el ‘valor’ potencial de los muchachos.
Ese poder es devastador y debe caer inexorablemente sobre los hombros de la administración y de quienes toman las decisiones directas con esa magnitud de los bueyes con anteojeras que perdieron su visión lateral. Más cuando quienes deben aplicar la norma buscan la rigidez de la letra y no conocen el sentido práctico que lleva consigo la valoración total de una aptitud enfrentada a la valoración irracional de una actitud. Un buen profesor conoce perfectamente el valor potencial de sus alumnos y es en ese valor en el que, desde mi punto de vista, debe trabajar con encono. Que fracase un alumno brillante es también culpa del profesor [como de los padres y de sí mismo]… lo que no sé es de quién es la culpa [y el poder rijoso] de truncar una trayectoria que promete brillantez con exacto conocimiento de causa, aunque lo presiento.
Muchas veces [quizás demasiadas] he defendido la formación en la clave de alumbrar criterio en los alumnos contra lo absurdo de la acumulación irracional de conocimientos, enseñarles a razonar, a sentir la llamada de la búsqueda, a imprimarles la necesidad de trabajarse respuestas… en esa clave y ese punto formativo está mi hija y, a mi entender de padre, con notable aprovechamiento…
En esa clave está también el fracaso de sus formadores…
Su criterio [el de mi hija] abunda en el gusto por el trabajo de ciertas materias [las solventa con absoluta brillantez] y en denostar un par de ellas [de las que pasa con la candidez de su edad, sin esa pícara lucidez de salvar el trago con el mínimo trabajo posible].
Su futuro formativo y vital ahora es incierto, pues se ha truncado su proyecto de vida, que iba dirigido hacia la filología francesa… y mi mal es que debo tomar decisiones drásticas que han de afectarle a ella y que van a destrozarme a mí.
La enseñanza debiera ser de otra manera, más humanista, menos fría, más dirigida hacia la formación y no hacia la destrucción.
Todo es una puta mierda.
Sumo a esto el terror que le llevo pillando desde hace unos años a los profesores que no tienen hijos, que son algo así como esos sacerdotes que dan cursos prematrimoniales o como esos psicólogos que van arreglando vidas sin arreglar la suya.
Es muy fácil destruir y dejarse caer en la cama a dormir a pierna suelta con la ‘tranquilidad’ de haberlo hecho todo a la perfección egoísta que te hace sentir profesionalmente consecuente y divinamente justo… tan fácil como decir que el sistema está mal trabado, pero que es el sistema y hay que seguirlo a rajatabla… tan fácil como quien anuda la soga a un cuello porque su trabajo [dignísimo y por oposición] es ser verdugo.
De FUMADORAS |
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