Saturday, September 15, 2007

Hados, coño, échennos ustedes una manita.

Hay un estupidario de andar por casa que manejamos todos con harta frecuencia. De él salen los absurdos, las palabras perdidas, las oraciones mal trabadas y las opiniones y los asertos más peregrinos… y con él nos batimos el cobre social, un cobre sin demasiado interés, pues solo sabe de la vocación que consiste en hacer de la estupidez individual una estupidez de todos.
La voz social necesita portavoces para que no hablemos todos a la vez [aunque sean portavoces de la estupidez], y la portavocía implica únicamente llevar a palabras comunes los sentimientos compartidos [eso si la portavocía responde a su definición correcta]. Mi reflexión sobre este asunto quiere acercar la idea de que en democracia nada es lo que debiera ser ni hay solucionarios positivos que acerquen ese ‘ser’ a lo que ‘debiera ser’.
Veamos el aspecto de la pirámide democrática:
1. La voz del pueblo [hasta la estúpida] se resume tan solo en el acto del voto, un voto que se da siempre a una colección de cartas marcadas [es patente que no puedes votar a una opción poniendo condiciones particulares, como también lo es que no puedes votar a nombres específicos y tachar otros… ni cambiar el orden de las listas presentadas]. A lo que se ve, ya estamos ante una voz tapada, la del pueblo llano, representada en cada uno de sus individuos. Queda aquí la dolosa percepción de que los planteamientos de todos han sido usurpados por los cuatro o cinco hacedores de programas y por los dos o tres configuradores de listas.
2. Del voto dado o prestado se extrae [mediante una extraña matemática] el porcentaje de ‘representación’ que van a tener esas cartas marcadas que antes mencioné, que no serán otra cosa que la ‘voz del pueblo’, que a su vez implica la toma de decisiones sin consultar, el poder de poner y quitar, el gustosito gargajo de disparar con pólvora ajena [estoy hablando de pelas, ¿eh?], la percepción apropiada de dedicir qué está bien y qué está mal… y hasta la lujuria de poder insultar, difamar o maldecir bajo la intocabilidad de la púrpura [esto en nombre de todos, siempre en nombre de todos]. Y lo mejor es que para este pan no se necesitan valores demostrados, títulos ni reconocimientos… basta con ser apuntado en listas [los valores para estar en ellas pasan desde la justa idoneidad hasta saber mamar una polla a tiempo, que existen ejemplos hasta en la superdemocrática Norteamérica] por uno de esos tipos que deciden ‘en nombre de todos’ para ser acreedor de la tíara [del obstruso poder]. Bien por la democracia otra vez, ¿no?
3. Ya con la matemática resuelta, la voz de todos pasa legalmente a resumirse en la voz de unos cuantos que ya no consultarán con el pueblo hasta las siguientes elecciones… y esos cuantos escojen a otros pocos [por el mismo sistema justísimo –incluyendo idoneidad y mamada–] para que los representen a ellos en otras más altas instituciones… y así hasta el infinito, que en este caso termina en el absurdo de ser el ‘uno’. Si tenemos suerte de que el ‘uno’ sea medio guay, pues de puta madre; pero si nos cae un rescocido al uso aznaro, pues que solo nos queda rascarnos y esperar [a los que sobrevivan].

Y todo con el catón de la estupidez en la mano, siguiéndolo a machamartillo, imponiéndolo a saco y aprovechando cada una de sus esquinas.
Si alguien propone algo interesante, es tonto; si alguno echa una mano reflexiva, es gilipollas; si uno se implica de buena fe, es tachado y pisado con la peor mala leche.
Así que pido a los hados que propicien el cambio de este sistema tan ‘funcional’ y ‘representativo’ por otro que sepa poner a cada uno en su justo lugar, un sistema que propicie que sus líderes sean un compendio de valores y no un compendio de contravalores [como sucede ahora].
Hados, coño, échennos ustedes una manita.
(21:52 horas) No me gusta la vejez. Es fea.
De FUMADORAS

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