Wednesday, September 12, 2007

Cuando llega septiembre [vintage naked]


* [Foto robada por Concha durante el Festival de Blues... ¡brujilla!]
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Cuando llega septiembre me entra una euforia chiquitita que se lleva de pronto, como el simún, el placer de las chanclas, el sudor sobaquero y la estival estética de llevar las camisas por fuera del pantalón. Mi cuerpo empieza a pedir el jerselino y mis pies demandan calcetines… junto a ese vestuario viene también la gana de escribir y el rumor de cistitis se va haciendo más cierto.
Ya no sirven las sábanas como ayuda nocturna contra los relentes para tapar el cuerpo desnudo… ahora empieza el ciclo del pijama [primero el de tela de algodón y luego el antilujuria esquijama –que lo mismo viene de ‘pijama de esquimal’– de rizo], el rito de las mantas [en octubre con una y en noviembre con dos], que no soy tipo de edredones modernos.
En cuanto a las posiciones, pasaré del estiramiento pleno veraniego a la posición fetal de oso en invierno, ésa en la que me recojo para sujetar el calor corporal y sentirme carne apretada.
Sé que lo que pierdo de mirada lasciva con la llegada de septiembre, lo gano en pensamiento lúbrico… que no sé qué es mejor, si imaginar sobre lo mostrado o imaginar sobre lo tapado.
En fin, que va entrando ya mi tiempo preferido… y cambiaré los cafés con hielo por esa cosa calentita del corto de café con leche, y volveré a mis horarios normales, comiendo a solas con mi Guille y charlando de nuestras vidas cruzadas inexorablemente y de nuestras generaciones [la suya de Shin Chan y la mía de la familia Trapisonda], haciendo macarrones con tomate a vuelapluma, corriendo a la una menos cinco para recogerle en el cole y echándole una mano con los deberes de mates o los de Lengua [la tabla de multiplicar ha pillado cojera con la Play Station y los baños de verano]. Otra vez la vida de familia dividida por los horarios, los documentales de Odisea o Canal Historia, los baños de la noche con sus ‘¡Papaaaaá, lávame la cabeza!’, ‘¡Papaaaá, tráeme las zapatillas!’ y los cuentines a la hora de dormir, y los besotes de buenas noches… Todo será otra vez como antes, aunque tampoco volverá a ser como antes.
Cuando me detengo en estas cosas, me veo mayor [pero no arrepentido]… y también me veo cierto punto entre pirata y canallita cuando muevo la lista de mis preferencias cincuentonas. Veamos:
1. Querer a mi Mª Ángeles sobre todas las cosas.
2. Disfrutar de mis hijos en ese juego de ser y hecerse/deshacerse.
3. Leer diarios de tipos que escribieron su vida sin pensar en epatar, con sentimiento sincero y lúcido.
4. Imaginar mujeres en posturas dispares [este apartado es solo físico].
5. Imaginar sentimientos de mujer en distintas circunstancias vitales y darles forma en el papel [siempre acabamos en sexo o en muerte].
6. Fumar indefectiblemente dos paquetes diarios de Chester.
7. Tomar café a las 9,30 horas y a las 15:00 horas.
8. Escribir este diario hablado/mudo con la dedicación mínima de dos horas diarias [es obligación que me impuse hace ya muchos años].
9. Pintar mujeres desnudas con la mirada triste.
10. Coleccionar imágenes de mujeres fumando, de mujeres leyendo, de mujeres besando…
11. Beber tres Cocacolas diarias como mínimo.
12. Leer poesía y cabrearme.
13. No leer prosa si no es imprescindible.
14. Cultivar la amistad de los que me caen bien.
15. Tunear ‘Los cipreses creen en Dios’ [ya me quedan solo 346 páginas].
16. Mirar a las mujeres maduras e imaginar su desnudo como un ejercicio plástico [es complicado, pues las formas no terminan siendo lo que parecen, lo que hace el trabajo muy similar al estudio de un green golfero]. Oye, y lo que me gustan esas mujeres cercanas a mi edad como material incendiario [tenía razón Joan Margarit cuando me dijo que el deseo real va parejo a la edad]. Vamos, que no hay comparación con las jovencitas.
17. Intentar poemas a partir de microrrelatos previos que llegan de esos ejercicios de menudeo ‘vintage naked’.
18. … y otras cosas que no cuento.
De FUMADORAS

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