Monday, September 3, 2007

Camino de reconocimiento.


Hay palabras que viven en un halo de positividad aceptado y que, sin embargo, contienen el mal del mundo… Moral, ética, bien, virtud, libertad, felicidad, paz… son términos que abundan en la codicia humana como configuradores de las máscaras que deforman el valor de ‘verdad’ individual y colectiva que responde a la exacta realidad de cada uno de nosotros.
El mal a pecho descubierto es mucho más sano que todo lo positivo que enmascara y oculta la ‘verdad’ de un hombre.
(10:37 horas) Escribió Paul Valéry que ‘sólo leemos bien aquello que leemos con un propósito personal. Puede ser para adquirir algún poder. Puede ser por odio a su autor.’, y es cierto en mi caso si miro atrás y observo el extenso cementerio de mis lecturas [aunque yo sumo más consideraciones a la atención del interés lector, como, por ejemplo, odiar a alguien con un gusto demostrado por un autor o una obra]: Leí a Nietzsche y me aprendí algunos de sus pensamientos de memoria para epatar y sentirme superior en las conversaciones con algunos de mis amigos. Leí a Luis García Montero con mucho más interés [ya lo había leído antes con cierta abulia] cuando descubrí cómo se lo montó con Almudena Grandes [quizás fuera una mezcla de admiración y envidia]. Leí a Machado porque le encantaba a un acérrimo enemigo mío, y lo hice buscando la blandura poética para tirársela a la cara. Leí a Alberti cuando me enteré de que había abandonado a M. T. León enferma y se había ido con otra. Leí a Juan Ramón Jiménez para odiarle más cuando supe cómo había tratado a Zenobia. Leí a César Antonio Molina para machacar la verdad rijosa de Valente y, por ende, para hacerme con una opinión negativa y preparada sobre el poepolítico. Leí al Unamuno poeta (¿) para recrearme en la suerte de decir con jocosidad en mis saraos: ‘Salamanca… académica palanca…’. Leí a Ginsberg para fastidiar a dos colegas que solo hablaban de Federico Hölderlin [al que yo no acababa de pillarle el punto]. Leí a Edgard Lee Masters para machacar a George Bush. Leí a Ernesto Cardenal para mofarme del Espíritu Santo y de la Vrgen santa que pregonaba aquel Juanpablosegundotequieretodoelmundo. Leí a Cernuda porque un periquito medio poeta le llamó ‘reinona’ en público y se mofó de su obra partiendo de esa circunstancia. Leí a James Boswell porque mi colega Norio me dijo que se me abriría un nuevo mundo en mis ambiciones diarísticas… y así podría continuar hasta el agotamiento dando (verdaderas) razones de lectura Valéry que son fiel indicativo de que siempre leo con cierto afán práctico y con una buena carga de puñetería.
En fin, que ya sé conocerme y ahora ando en el extraño camino de reconocerme.
De LECTORAS

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