Cuando Campopardo era un peñascal de obreros y rabizas, yo aún no había nacido, que yo llegué allí con lo del rascacielos. Entonces había un montón de peñascos y algunas pequeñas acacias alineadas que servían como parapeto a las batallas de piedras entre los chavalines de los barrios distintos. Y tenía algo mágico, porque convocaba un miedo infantil y ese clic de aventura que los críos buscábamos en un tiempo sin tele.
Recuerdo ahora una de aquellas batallas [nosotros las llamábamos baterías] en las que salimos derrotados de forma vergonzosa por la panda del rascacielos. Yo caí prisionero y me ataron a una de aquellas acacias mientras me dolía de una rozadura en la rodilla derecha y se me caían los mocos y las lágrimas.
Todos mis colegas huyeron despavoridos y a mí me tuvo que soltar una señora del barrio mientras decía: ‘pobre hijo… estos sinvergüenzas…’. Volví sollozando y con miedo hasta el cuartel/altillo que estaba en la casa de Vicente Manso. Allí estaban todos comentando la derrota: Angelito Bueno, Manolín, Javi Tapia y el mismo Vicente: ‘Jo, macho, has sido un héroe… aguantaste el cuerpo a cuerpo y hemos decidido condecorarte’. Vicente sacó la colección de botones e insignias robadas de la fábrica de botones donde trabajaba su padre y escogió una insignia con alas [debía ser del cuerpo de aviación del ejército] y me la puso sobre la camisa Fórmula de color guinda.
Sonreí y olvidé enseguida aquel miedo terrible que me había llenado la boca y los ojos. Mis colegas me dieron palmadas, me hicieron miles de preguntas con esos ‘jo, macho…’ que eran el reflejo de su admiración hacia mi aventura.
Hoy ya no existe Campopardo, pues clavaron allí un mamotreto de ‘Telefónica’ y le bajaron los humos con un triste ‘Hogar del Pensionista’, dos edificios que le quitaron el nombre propio al rascacielos y lo dejaron desnudo en su verdad de edificio mediocre y triste.
Paso por allí mucho con mi coche y siempre detengo mi mirada en el justo lugar en el que estaba aquella acacia que sirvió para mi vergüenza y también para mi pequeña gloria…
Ahora veo a Vicente de cuando en vez, y nos saludamos con frialdad y con distancia… a Manolín lo tengo absolutamente perdido y sé de Angelito Bueno que tuvo la suerte de caer en la gracia del Ministro de Trabajo bejarano y ocupa un puesto administrativo importante. Javi Tapia aparece de vez en cuando por Béjar con un coche de cristales tintados y un par de hijos. Si nos cruzamos en una acera, como mucho nos miramos a los ojos.
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(12:04 horas) Para salir airoso del suceso social, el hombre necesita jerarquizarse, conformar estructuras y ponerles siempre la guinda de un líder. Tal circunstancia crea, indefectiblemente, diferencias sociales que se patentizan, según el formato social [forzado o escogido], en grandes y graves bolsas de pobreza y pequeñas islas de crasa riqueza. De este proceso [que no es solo humano, ya que se puede ver con claridad en las distintas sociedades animales, desde los babuinos hasta las hormigas] van quedando restos rijosos de procesos anteriores que no responden a la lógica evolutiva. Entre los restos de todos esos naufragios sociales se encuentra el de la herencia del poder por genética, es decir, la monarquía.
No responde a la lógica del tiempo actual que un pueblo avanzado y moderno mantenga esas jerarquías que están fuera de la elección por opción individual y democrática [todo a pesar de las trampas de una constitución que se aprobó en su conjunto por ser estimada por consenso como la menos mala]. Con esto no intento unir mi opinión a la de los medievales nacionalistas ni a la de los esbirros de la ultraderecha católica, Dios me libre, que aunar fuerzas por la opinión coincidente en un asunto puntual es siempre causa de los más graves errores de la Historia. Hecha la consideración, me afirmo en mi convicción de que todo lo monárquico huele a pasado imperfecto y a futuro perdido [eso sin sumar lo ‘anecdótico’ de los gastos que le produce al erario público] a pesar de que la figura del Rey es presuntamente decorativa [que no lo es, por supuesto].
Recuerdo ahora, por ejemplo, cómo transcurrió el duro proceso de democratización de Nicaragua, en el que el Frente Sandinista, con Daniel Ortega [el Comandante Ortega] a la cabeza, se jugó el tipo en una revolución necesaria [eso dicen que hizo el Rey Juan Carlos en la solución del ‘23 F’ y en el proceso de democratización español] y, habiendo vencido al innombrable tirano nicaragüense títere de Norteamérica, dejó que el pueblo expresase su voluntad, lo que le envió a ser oposición, circunstancia que duramente admitió sobre sus muertos el Frente Sandinista.
El caso es que si pretendemos enredarnos en una espiral de evolución social positiva, debemos buscar una lógica participativa en la elección de esas jerarquías, procurando un sistema que las haga renovables para dotarlas del oxígeno necesario y arbitrando un sistema que genere autoselección en el siempre probable caso de que esos jerarcas quieran torcer el decurso social. En palabras llanas, intentar dejar las herramientas en las manos del pueblo, procurando dotarle de una norma de uso que no permita el abuso de poder bajo ningún concepto.
¿Cómo se hace esto? No lo sé, pero sí que presiento que hay formas y personas suficientemente preparadas que pueden lograrlo.
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(17:55 horas) Otra comida en familia con imposición de calderillo bejarano, un plato con ‘fundamento’ que me deja destrozado el estómago y al que le he pillado una manía especial por equivocadamente localista y pelma [soy tan del calderillo como de la dedicatoria obligada que hizo Cervantes en ‘El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha’ al mingalacia del Duque de Béjar]. Lo siento por los calderilleros, a los que pido disculpas por mi fobia y por preferir unos filetes normalitos con patatas fritas.
El caso es que esto de los símbolos gastronómicos es tan absurdo como las banderas, sobre todo cuando no se tiene una tradición gastronómica y hay que tirar de aquellas sólidas comidas de pastores para sumar tirón a lo turístico.
La sal del encuentro la puso la hermosa mirandina Mercedes [Merceditas], que se soltó por un segundo para decirme: ‘Béjar te la puedes quedar enterita para ti solo’… y le tomé la palabra con el deseo de que llegue a ser verdad algún día, ya que estoy enamorado de esta tierra y de este paisaje… y más cuando llega el otoño y empieza a desaparecer el personal y las calles se tornan hermosamente vacías y silenciosas.
Por allí andaba mi Magdalena a su bola, jugando con una cucharita de postre y todos nuestros críos haciendo un contraste de bellísima esperanza.
Hice un impás comilón para fumarme el Chester de turno y aproveché para hacerle unas fotos a las casas que están edificando en los márgenes del río Cuerpo de Hombre, que serán legales, pero resultan tan poco lógicas… Cosas de las confederaciones hidrográficas.
Aproveché la tesitura de que tenía que llevar a mi hija hasta Candelario para desaparecer [cada día me gusta más desaparecer] y en la subida había un par de toros sueltos parados en la carretera, justo en una de las últimas curvas que dan acceso a Candelario. Me acerqué hasta el cuartelillo de la Guardia Civil para avisar del peligro y me quedé tranquilo para toda la tarde junto a mi librito de Joan Margarit [‘Arquitecturas de la memoria’], uno de los mejores regalos que me ha hecho mi amigo José Luis Morante.
ADDENDA: Va un minuto de silencio por Anna Politkovskaya.
De FUMADORAS |
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