Monday, October 1, 2007

El espejo nebuloso.


[Me encanta permanecer mucho rato dentro de mi coche mientras llueve].
•••
Hoy me vi en el espejo de soslayo justo al salir de la ducha. Estaba algo empañado [el espejo], pues las temperaturas de estos días dan ya para eso otra vez. Me vi, digo, desnudo y de perfil en esa nebulosa y me llamé la atención. Hacía meses que no miraba con detenimiento mi cuerpo desnudo y entendí que era un buen momento [quedaba media hora para llevar a Guillermo al cole y todo estaba tan controlado como para perder diez minutos en ese descorazonador asunto de verme en toda mi dimensión carnal].
No he cambiado demasiado desde la última vez… quizás algo más llenito de la zona lumbar [no demasiado] y con el vello algo más nevado [tampoco mucho más].
Verme así me proporciona una dimensión extraña que necesito aunque sea un tanto dolorosa: El cuello ya va retorciéndose en una friolera de meandros que semejan la vista cenital de un planeta que tuvo vida [grietas y cauces de ríos secos, colinas derrotadas, abismos pequeñitos…] y sigue coronado por una leve papada que oculto con mi barba blanquísima. Los hombros han caído un punto hacia adelante [nunca fui un tipo de planta de ‘T’] y enfocan en mi espalda lunar [hay toda una galaxia de lunares y pecas que me ha dejado el sol] una suerte de pequeña y forzada chepita de derrotado. El pecho, que ya se vino abajo hace unos años, es como de un trazán mal avenido con la estética… blandito, generoso, con un bosque nevado que no anima más que a esconderlo y unos pezones tristes que reaccionan al frío todavía. El vientre se flanquea de forma generosa con esas morcilletas lumbares que son como una hucha o una publicidad incontestable de que el hambre no existe en mi mundo cercano… mi ombligo sigue siendo un pozo generoso, profundo, desmayado… parece que penetra hasta el justo infinito de la espalda. El bajo vientre mantiene su tersura anterior –es muy curioso cómo mantiene exactas las líneas de los veinte, pasando de los restos del naufragio que es resumen del cuerpo–, con su hondura boscopilosa que aún mantiene lo negro en contraste muy duro con el resto del vello. Aquello que fue arma es ahora dique seco [no habrá más comentarios al respecto]. Las nalgas aún no caen, pero prometen pronta y entregada sumisión a esa gravedad física inexorable. Los muslos permanecen en su fuerza y en su tono [los trabajé bastante jugando a baloncesto durante treinta años]. Las rodillas siguen tan destrozadas como siempre y los gemelos guardan la finura genética que heredé de mi madre…
El conjunto es un aunténtico ‘necesita mejorar’ que me parece que ya no admite ni convocatorias de gracia.
Me reí a carcajadas mirándome y mi hijo decía mientras veía unos dibujines en la tele del dormitorio: ‘¿Qué te pasa, papá, de qué te ríes?´. Le contesté: ‘De mí y de ti, de nosotros’.
Me pusé el albornoz y salí a comenzar otro día sin más, con mi Lacoste crema, con mis tejanos viejos, con la chaquetona kerouac y los mocasines marrones… todo para esconder esta auténtica caída del imperio unipersonal que dirijo.
Lo difícil que le resulta al hedonista ser narciso en estas circunstancias….
De FUMADORAS

No comments:

Post a Comment