Wednesday, October 10, 2007

La falta de uno es la falta de todo.

“Cuando en la blanca habitación del hospital de la Charité
desperté hacia el amanecer
y escuché a un mirlo, lo supe
aún mejor. Ya desde hacía tiempo
había dejado de temer a la muerte, pues nada
podría faltarme nunca en el supuesto
de que yo mismo faltase. Ahora,
para alegrarme, me basta también
todo canto de mirlo que suene cuando yo no esté.”
•••

Es chula esta valoración de la vida que hace Bertolt Brecht en su libro “Más de cien poemas”, que no releía desde mayo 2005 [tengo datada en él la fecha de última lectura] y del que ya apenas recordaba un par de versos que apunté para trabajar sobre ellos.
La falta de uno es la falta de todo, y entenderlo en clave práctica es muy difícil, a pesar de que el concepto es trivial por sí mismo. B. Brecht tenía una hermosa capacidad de encontrar conceptos magníficos y profundos en proposiciones llenas de simplicidad, circunstancia que le hizo y le hace grande, ya que fue capaz de mostrarnos sin enredos ni dificultades [recuerdo ahora mi lectura de Derrida] una serie de caminos luminosos accesibles a cualquier capacidad.
Recomiendo encarecidamente la lectura de sus poemas, aunque no es un poeta al uso.

Y, al amor de B. B., se me ocurre también pediros que leáis con la mente abierta la poesía de Pier Paolo Pasolini… es un lujo para los sentidos.
(23:35 horas) Hoy he tenido que echarle al curro más horas de las debidas y estoy como un trapo, pero me siento bien, porque mientras otros andan utilizando el terrorismo como capote electoralista y la bandera como lo que ellos creen que debiera ser, yo he cumplido con los míos para que esto siga adelante, aunque sea a empujones.
Ladran los perros, porque tienen miedo, mientras un tal Burgos cuenta en el ‘ABC’ que ellos tienen muertos falangistas y les llevan flores blancas [está bien que cada uno sepa de dónde venimos los demás… memoria histórica, coño] porque tienen tumbas a las que acudir… [pregunto yo de nuevo por la tumba de Felipe Sánchez Barbero, que me digan dónde está para llevarle flores rojas y contarlo aquí, no en el ‘ABC’]… y otro zorolo, del que no recuerdo el nombre –en el mismo medio y en página siguiente–, vomita contra el mito del Che desde su culo plano, desde su silla de diseño, desde su sueldo craso, desde su biblioteca llena, desde sus manos calientes, desde su panza repleta y desde su cabeza trastornada por un no sé qué de odio hacia lo que no suponga estatismo conservador…
Me tomo una copita de Quitapenas, me enciendo un cigarrillo y miro el humo… sí, odio a esos tipos, y los odio porque aún no tengo justicia para mi abuelo Felipe, ni para mi abuela Antonia, ni para mis tíos [sus hijos], ni para mi madre… no tenemos justicia, pero nos quedan unos cojones bien puestos para decirlo clarito, para gritarlo en la calle si es preciso, para buscarla donde haya que buscarla y para quedarnos con ella en soledad, sabiendo que hicimos lo que debíamos hacer y como debíamos hacerlo.
Quizás cuando pueda poner una flor roja en la tumba de mi abuelo empiece a tolerar a esos voceros que escupen en la prensa sus sandeces… pero hasta entonces…
¡Salud!, Felipe, que los jodiste dejando hijos en la Tierra.
De FUMADORAS

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