Noche de perros hasta que lo eché todo entre mareos y sudores fríos. Eran las seis de la madrugada y no había podido pillar el sueño porque mi estómago ardía como un infierno particular. Cómo se estira el tiempo cuando estás mal, qué lento pasa… y sin embargo en mi cabeza tomo consciencia como nunca de que estoy vivo, siento el latido con más intensidad y percibo el valor del dolor y el malestar como signo inequívoco de vitalidad. Y una noche tan larga da para muchas cosas, para demasiados pensamientos que se van solapando en esa oscuridad del dormitorio en la que reinan los dígitos rojos del reloj despertador… sobre todo, los hijos: su tensión, su salir adelante sin poner casi nada, sus fracasos pequeños y diarios, su huida lenta de la casa [que los siente y los echa de menos cada día un poquito]… la edad con sus miserias y sus triunfos, la derrota de este cuerpo que es batalla perdida, las cosas por hacer acumuladas, los poemas pendientes, el amor sin trabar, el viaje que me debo a París…
Todo amalgamado con un dolor soportable y un malestar rijoso dando vueltas por la habitación.
A las seis terminó todo como en una boutade intestinal que me dejó helado y totalmente agotado, presto a las sábanas y al cerrar de ojos.
No me gusta estar mal mientras lo estoy, pero, cuando todo pasa, ese estado de consciencia/conciencia que va junto al dolor me parece sublime, magnífico, esclarecedor… pues me hace recapacitar, ordenarme en lo prioritario y volver la vista para saber de forma neta lo que he hecho y lo que debo hacer.
Hoy, el día me parece más luminoso, el aire entra en mis pulmones como algo mágico que percibo y anoto, todo me parece más nítido [lo mejor y lo peor]. Tengo ganas…
Decía Baudelaire en sus ‘Cohetes’ [en el apartado XVII] que ‘hay momentos en la vida en que el tiempo y el espacio son más profundos y el sentimiento de la existencia infinitamente mayor’, y lo hacía refiriéndose a un ‘algo’ sobrenatural que contiene ‘intensidad, sonoridad, limpidez, vibración, profundidad y resonancia en el tiempo y en el espacio’.
Es exactamente la definición que encaja en esos momento de malestar.
Termina Baudelaire… ‘La inspiración viene siempre que el hombre lo quiere, pero no se marcha cuando él lo desea.’. Y en esto ya no estamos tan de acuerdo, amigo B., que yo creo que la inspiración es azarosa, a pesar de que el hombre debe poner de su parte un estado perceptivo que requiere constante e(x)fuerzo de atención y procesamiento, que llega cuando le apetece y se va sin más [aunque pienso ahora que quizás en esto esté la clave de su genialidad y de mi mediocridad].
Controlar los momentos de inspiración y propiciarlos cuando realmente lo deseas y lo necesitas sería el justo triunfo del creador… pero quizás también su mayor miseria.
(17:07 horas) Me parto de risa [y mira que aún recibo latigazos resacosos del dolor de ayer] cuando leo la idea de Charles Baudelaire sobre el amor que sigue: “En el amor, como en casi todos los asuntos humanos, la entente cordial es el resultado de un equívoco. Este equívoco es el placer. El hombre grita: ‘¡Oh, ángel mío!’. La mujer zurea: ‘Mamá, mamá!’. Y este par de imbéciles están persuadidos de que piensan acordes. El abismo infranqueable que los incomunica queda infranqueado.”. Era un pedazo de cabrón delicioso el tal Charles y tenía esa piel de la ironía y el sarcasmo para ponérsela cuando le daba la gana, dejando un fondo filosófico brutal con el que desnudar al hombre y dejarlo en pelota picada al menor descuido.
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RECREACIONES CON HURTOS DE PAPEL [11]
Hice noche con Hank en el Motel Viking [28 dólares la habitación… 30,10 con el impuesto] y nos reunimos después de cenar en su habitación para charlar un ratito y beber unas copas de ‘petite sirah’ mientras enganchábamos el sueño [era la habitación número 20]. Sobre la colcha azul raída Hank me explicó que una mujer que jamás haya podido ver a su hombre desnudo con el miembro en reposo puede sentirse una mujer querida, a la vez que me comentaba que a él nunca se le había dado tal circunstancia, y por eso sabía que no había dado aún con la mujer de su vida.
Había allí una televisión en blanco y negro de 12 pulgadas. Hank la encedió, subió el volumen y la puso mirando a la pared.
– No sé dormir sin compañía, amigo.
Cuando nos despedimos, vi cómo Hank comenzaba a boxear con su sombra.
– Siempre hago ejercicio antes de dormir… nunca al despertarme.
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De FUMADORAS |
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