Tuesday, March 11, 2008
La luna de Cheshire.
Anoche caminaba agotado hacia mi casa cuando me sorprendió una luna enorme, igual que la que vi en Mangola durante las noches de mi viaje africano. Era de nuevo el gato de Cheshire, con esa inquietante costumbre de dejar su sonrisa flotando en el espacio, haciéndome partícipe de la magia de su boca lunática [y hasta diría que lasciva]. Recordé entonces algunos párrafos de la obra del gran Enrique Anderson Imbert intentando revelarme desde su muerte lo que sucede al otro lado del espejo, junto a esa gran sonrisa absolutamente perturbadora que es la purísima intuición en la que me gustaría vivir por los siglos de los siglos y amén… y así transgredir la realidad con toda la irreverencia que me queda.
Decidí alargar mi camino para sentirme acompañado de esa luna/gato que me mataba de puro placer y vi en ella unos labios distantes que sugerían el desnudo invisible más bello que pueda imaginarse, y me sentí mordisqueado levemente por sus dientes blanquísimos, y note que me abducía como a un amante imperfecto y me hacía el amor por dentro hasta hacerme implotar [debe ser luminoso eyacular hacia adentro y que el placer recorra hasta la más mínima célula por debajo de la epidermis, como una descarga eléctrica que no encuentra salida y entra en bucle hasta el exacto agotamiento]. Anonadado, vagué durante un tiempo sin caer en la cuenta de que era la hora de dormir. Luego volví la vista al cielo y un nublado nocturno embriagó la sonrisa lunar, que se tornó extranjera, tomando cierto idioma irreconocible… después llovió… y aún no sé si fue por dentro.
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De aquel “las cosas van bien porque aún no estoy muerto”, que escribió Buk en junio de 1962, estoy aprendiendo… y del “… Joder Dios santo cómo me alegro de que comamos y caguemos, cómo me alegro de que haya música. Me alegro de que haya pan de centeno; me alegro de que haya perros viejos en las calles. Me alegro de que haya lluvia y puentes y vino. Y sueño…” que le escribía ese mismo día a Sheri Martinelli después del poema que comenzaba como he citado. Las cosas van bien porque yo sigo adelante, aunque sea a trancos cortos y descuadrados, aunque respire mal y un tapón mucoso me haga hablar como la voz en off de los documentales de La Dos. Pero más bajito; aunque me muera de sueño y me pase el día tirado y bebiendo mosto frío en vaso bajo… todo va de puta madre porque parezco imbécil y aún no llego a serlo del todo, y porque me he tomado unas vacaciones gracias a la cosa política, unas vacaciones de borrego para intentar conseguir lo menos malo con un voto que no sirve de nada, porque no suma para el todo regional y a mí me resta…
Lo malo de ser algo en la vida es que siempre te enteras después, si es que llegas a enterarte. En el ‘mientras tanto’ solo eres capaz de darte cuenta de que no coincides con casi nadie en la visión de cada una de las jugadas, que la percepción de la poesía de los arriba [esos tipos con nombre en cuerpo 42 de los suplementos culturales ‘importantes’] no coincide para nada con tu visión tranquila y ardorosa [donde tú ves vida, ellos ven prosaísmo; y donde tú no ves nada, ellos ven la hostia de cosas]. A mí lo que me interesa es ‘decir’ sin esa gilipollería de los culos planos, salvaguardando mi esencia de la estupidez formal todo lo que puedo… pero es difícil.
Hoy me llamó Antonio Orihuela para contarme que Juan Cano Ballesta [el tipo es Commonwealth professor of spanish university of Virgina, que debe ser la repanocha] me ha incluido en su estudio “Nuevas voces y viejas escuelas en la poesía española (1970-2005)”, editado por la editorial Atrio de Granada. No está mal, coño, otro poquito de canela para este bizarro engreído.
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