Saturday, March 22, 2008

Ni lavs, ni Deo, ni nada.


Las flores lascivas que crecen en las manos son un buen argumento para la soledad y tendrá que ser otro el que diga cómo amé, porque estoy demasiado ocupado en conspirar contra los comisarios del mundo occidental y el frío se apodera de mí cuando descanso… pero hay nombres que arden, y me acerco a ellos para tomar calor.
En la cama ya solo sé quedarme dormido y hablo de religión con los pordioseros mientras la gitana viste de negro absoluto porque se murió su hermano, y si pongo a prueba el amor, anoto un ‘date prisa’; y si paso despierto la noche, suspiro una impostura; y si me bendicen las beatas, golpeo mi cabeza contra el muro; y si enciendo un cigarrillo, descubro una telaraña de ayer… Ya he comprendido que vivir es una hermosa oportunidad para decir un poco más, pero en el bar Ana no es feliz, y me da miedo verla romperse y luego aparecer despeinada en el fragor de copas y clientes. Su imagen, por distante y cercana, por no pertenercer a mi vida más que por uno de esos paralelos cercanos en los que se ven los pasajeros de dos trenes que se cruzan, se miran a los ojos y se quedan congelados, se hace muy importante para mí, es el paso de tiempo y las batallas, el caer y el erguirse para nada en lo que todo se resume.
¿Me habré cansado de amar? Hay cierto desequilibrio en mí y eso me descompone. Quizás sea que necesito un abrazo que no me deje respirar o que alguien atienda a mis palabras durante unos minutos. No sé… o alguien que sepa de antemano lo que quiero decir y no hagan falta palabras.
El hombre no se merece al hombre, pero tampoco al perro…
La vieja de al lado tira la basura a las once, cuando la gente empieza a pasear. Sale a la calle con los rulos puestos en la cabeza y su marido la mira desde la ventana bostezando [¿bosteza el marido o bosteza la ventana? No sé, pues ambos son objetos fijos en el paisaje de cada día]. Quizás en un tiempo fueron felices, hasta que empezaron a tener que soportarse y no tuvieron la fuerza de tomar una decisión que rompiera el lazo para la vida. La vieja no sabe hablar, solo grita, y mantiene constantes conversaciones de balcón a balcón, de ventana a ventana con otras viejas solas [por viudas]. Me encantaría entender al milímetro la naturaleza femenina, pero me está negado, a los hombres nos fue negado conocerla desde el principio de los tiempos y las razas. Es un fracaso circunstancial que nos lleva a mil fracasos reales cada día… pero la vieja lo ve todo sencillo [solo la vi realmente feliz un día que regaba sus geranios]: los coches me molestan, que los quiten; los negros me molestan, que los maten; los ruidos me molestan, que los silencien; los bares me molestan, que los cierren… es una personalidad primaria y, por tanto, claro resumen de la humanidad… aunque hay matices… Yo diría: la vieja me vuelve loco, que la internen en un asilo.
No es eso, pero hoy me estoy dejando llevar por la escritura automática, y no me siento mal permitiendo que mi mano escupa lo que le dicta la cabeza alocada y aparcada en otros lugares.
Todo lo que sé del mundo es un borrador superficial e incompleto que solo llega a ver la piel borrosa de las cosas, y todo porque tengo auténtico terror al enfoque, a enfocar un día y ver algo con nitidez que me decida a irme de aquí por el camino correcto [yo sé cuál es, pero no quiero saberlo]. ¿Cómo atreverse a buscar certeza si el mundo es incierto?… Y entonces intento persuadirme, pero no de algo concreto o con algo concreto, persuadirme solamente, ‘persuadirme’ como palabra pronunciada o como gesto de malestar.
Hoy estuve encerrado en mi habitación con Vivaldi y me enfadé mucho con él, estaba alegre el cabrón y me hacía llegar sus notas como agua corriendo a los oídos. Le dije: ‘yo no quiero escuchar’, pero él insistía y acabamos a hostias en el suelo, retorciéndonos y golpeándonos con rabia. Al poco descubrí que era yo el que peleaba conmigo y me sentí magullado e imbécil.
Y el monte ya verdea asomando la mentira de la primavera, y está nublado el día tanto como yo, y siguen los turistas enredándolo todo, y Youssouph sin papeles, y Malick sin dinero, y Felipe sin ganas, y Magdalena en purita gracia de Dios, y Ángel a su bola… Solo un teatro romano podría hacer compendio entre sus arcos y sobre su escenario de esta tragedia cómica de hombres que no se merecen al hombre, ni tampoco al perro, ni al gato, ni al mirlo, ni al caballo, ni a la insufrible gallina que picotea y pone. Un teatro romano derruido en el que la propia ruina es el personaje principal.
Ni lavs, ni Deo, ni nada.

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