Si hay algo importante en la vida y, por tanto, en la literatura y el arte, es LA INERCIA, el dejarse llevar por las situaciones y los hechos, por las sensaciones y las ideas que ya masticaron otros sin poner demasiadas trabas, sin zancadillas. Y es que de la inercia se suele sacar más y mejor partido que del engolfarse en impulsos propios y en buscar esa cosa narcisa del sentirse original y primogénito [de primer gen]. Desarrollarse en lo que se está desenrollando, aprovechar la fuerza ya gastada por el otro para multiplicar la nuestra y así mejorar en potencia y ahorrar en bocanadas y en sudor.
Y ser consciente de ello y estar presente en lo que es propio dentro de lo que es común, diferenciándose y a la vez asumiendo el aporte exterior sin sonrojarse ni ocultarlo.
Y luego no olvidar al chavalín, dejar que siga viviendo adentro y que siga saliendo al exterior por los ojos y por las manos, no olvidar a ese crío imprescindible que debemos ser siempre mientras nos vamos indefiniendo, el niño que nos hace crecer y hasta brillar algunas veces como luciérnagas.
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Hoy todo apareció adverso a mis ojos, desde el taller vacío hasta los ojos triste de la camarera que me sirvió el café, desde el rojo de números hasta la decisión absurda y unipersonal de privar a mi casa de la televisión. No entiendo nada y me parece que voy a hacer algo de lo que habré de arrepentirme.
Esto es una puta mierda.
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Acuso recibo de “Estrategias y métodos para la composición de rompecabezas”, del hermoso poeta y amiguete José María Cumbreño, editado por El Bardo; y cuadernos literarios de Elena Medel, Olvido García Valdés, José Luís Peixoto y Raúl Guerra Garrido editados por las aulas literarias Jesús Delgado Valhondo y José María Valverde [todo enviado por José María… mil gracias, hermano]. También de “La luna e i faló”, de Cesare Pavese, editado por Einaudi en italiano y traído hasta aquí mismito desde Calabria por mi amigote Joselín junto a una hermosa roca del Vesuvio [jo, tío, la hostia de gracias]. Y también –y con esto ando corrido del todo– “Cuadernos”, de Paul Valéry, y “Ondulaciones”, de José Miguel Ullán [ambos en edición de Galaxia Gutemberg]. Después me llegó “Espantapájaros y un sonajero”, una hermosa carpeta de collages de Tomás Salvador González, editada por la Escuela de Arte de Mérida [más gracias, coño].
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Lo primero que me encuentro al abrir los “Cuadernos” de Paul Valéry es esta perla: “La amistad, el amor, esa forma de ser débiles juntos”. No hay como leer a los tipos que supieron crecer y morir para sentirse cerca de lo que colma.
Llevaba todo el día absolutamente jodido y P. V. ha conseguido sacarme de la mierda absoluta en la que me encontraba hoy… estar juntos para la debilidad, no para la fuerza, hasta para ser la debilidad o conformarla. Es una idea extraordinaria que me lleva a concluir algo fuera de la lógica humana que se mueve en el divide y vencerás: une a tus enemigos y los harás débiles [está de puta madre]. Lo cierto es que ambas situaciones de relación [la amistad y el amor] hacen vulnerables a quienes se ven inmersas en ellas, vulnerables hacia sí mismos y vulnerables hacia el otro.
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Total, que también debo concluir que no debo escribir para nadie [es lo mejor para mí], ni para agradar, ni para compartir; solo para tomar partido por mi causa [lo malo es que aún no atino a saber de qué va].
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