Sunday, March 23, 2008
Siempre fui de botones.
Siempre fui de botones, nunca de cremalleras. Botones en los abrigos, en las cazadoras, en las chaquetas, en las camisas, en los pantalones, en los calzoncillos… botones para el gesto divino de desabotonar e ir descubriendo. Ellos forman parte de mi vida y de mi creación y yo pongo siempre las condiciones…. Eso es importante, sí, que el creador ponga siempre las condiciones sobre todas las cosas y luego juegue con la esperanza a sacar algo de jugo, que al fin y al cabo solo es mantener viva la llama cada segundo (?).
Salí a la calle un ratito para respirar y me retorció el frío [ha bajado la temperatura un montón de grados hoy]: “¡¡¡Ora pro Novalis!!!”, grité al cielo, y se me vino la comida de ayer a la boca [patatas rebozadas, hornazo con chorizo y tarta de torrijas]… me dije: “Dios está hoy puñetero… serán los clavos”, y busqué el abrazo de la ropa, y me subí el cuello de la chaqueta hasta tapar medio rostro, y volví a mi refugio calentito, que hoy es paraíso artificial.
Ahora ponen los botones a presión, como si fueran remaches torturando a las telas. Ya casi se ha perdido aquella cosita del hilo y de la aguja, del dedal y el cabo mojado con saliva… se han perdido el botón sastre [Sartre] de nácar y el botón braguetero… ahora todo se resuelve en plásticos, remaches y cremalleras cobrizas o plateadas, en “velcros” que le dan a las prendas cierto tinte “post-its” de fajita infantil de los setenta o de gomas elásticas “strech” que convierten los pantalones en pijamas… una mariconada igual que las corbatas con goma y broche o los calcetines sin talón.
Y viendo estas evoluciones de las prendas de vestir, veo también cómo me quedo atrás porque no soporto los boxers paqueteros ni los pantalones caídos hasta medio culo… Esa generación de lomillos al aire me está poniendo viejo, me está apartando, me está dejando para que los críos me llamen ‘señor’ y las chicas me cedan asiento.
En fin, una putada normal y corriente.
A media mañana me llamó un fulano para invitarme a su casa madrileña, donde hará una fiesta literaria la semana que viene… “Estará la gran literatura, Felipe, y un mogollón de artistas a los que ya conoces, vendrán también algunos coleguitas del mundo de la música… será una buena oportunidad para ti…”. Y le dije que no sin pensarlo dos veces, pues ya no aguanto esas estupideces del darse jabón entre sonrisas, de exponer los valores propios como putas de esquina y poner a caer de un burro al que te da la espalda. Esas fiestas son ciénagas peores que el mercado donde dos viejecillas se pelean por un manojo de verduras, y me he jurado no volver jamás a una de ellas. Puse una excusa increíble que el fulano se tragó sin preguntar, aunque insistió con ese “irá gente que te quiere y que hace mucho que no te ve, sería bueno para ti…”. ¿Bueno, para qué?, ¿para volver al fango de estar en los saraos literarios más falsos, para volver a publicar mis tristes poemas en revistas literarias de moda, para volver a trabajarme un galardón que no merezco, para mendigar una reseña en algún suplemento nacional de prensa infame, para lograr colocar un poema musicado en una voz perdida y sumar un par de puntos más en mis ridículos derechos SGAE…? Ya no estoy para esas cosas. ¡Ojo!, y no es dignidad por mi parte, que es solo hartazgo, asco hacia ese mundillo absolutamente superficial en el que se ubican los ávidos de fama y condecoraciones, esos a los que les importa más el después de su obra que la obra misma, esos a los que les importa mucho más ‘ser’ que ‘hacer’.
Y sé que mi colega se enfadará mucho conmigo por haberle llamado ‘fulano’ y por hacer pública esta entrada de mi diario, pero no me importa, pues le seguiré queriendo un montón [me consta que se preocupa por mí con frecuencia y que me tiene en su lista de amigos siempre], aunque no me guste nada su forma de hacer las cosas y su gusto por medrar y por los que medran [soy así, colega, y me conociste así, aunque algo más blando que ahora… así que no me dejes por esta nadería, que no supone más que ver escrito lo que ya te he dicho muchas veces de palabra].
Y no me tomo esto como un triunfo personal, sino como una aceptación de mi derrota, pues ya no siento fuerzas adentro para falsear mi gesto delante de quien no me gusta y ponerme así en la pomada de algún premio magrete o de una edición chula en un sello potente. Si me quieren, que me busquen, y yo estaré feliz de que así sea, pues tengo ahora demasiadas cosas acabadas sin salida posible… y no me parecen malas del todo, que hasta las considero bastante por encima de la media que se viene publicando en los últimos años… pero trabajarme yo el asunto es ya otro cantar, un cantar antiguo para el que ya no me quedan ni voz ni gestos.
Gracias, en todo caso, por tu invitación, y disculpas por la aridez de este viejo, que seguro que no la mereces.
Tiene cojones… siempre haciendo amigos.
•••
“Aunque más grande tu opulencia fuera
que la intacta de Arabia o la del Indo,
y cubrieran tus fábricas el seno
del mar Pullo y Tirreno,
siempre al fijar la eterna ley severa
su clavo adamantino en lo más alto
de tu mansión, no lograras por fuerte
librar tu corazón de sobresalto,
ni tu vida del lazo de la muerte.”
Horacio traducido por Rafael Pombo
NO ES MÁS TENER QUE AMAR
No es más tener que amar, mirar que verse,
arder que ser fulgor en un invierno
o ser ángel de un cielo del averno
en este manantial del deshacerse.
Nunca podrá ser más este dolerse
que el reírse de sí cuando se abrasa
de enfermedad el cuerpo entre la gasa
y la vida no es más que revolverse.
Masticar la gragea que te toca,
la que te tuerce el gesto por el asco,
puede ser la mejor incertidumbre
para entender que tú, que fuiste lumbre,
y que ahora eres tizón, vacío el frasco,
habrás de ser cenizas, cieno… roca.
Ser no es más que haber sido.
Punto en boca.
© L. F. Comendador • 2008
Siento el coñazo sonetero y estrambótico, pero en los últimos días me ha dado otra vez por entrenar y llevo ya una hilera de sonetos para reencontrarme con el ritmo y volver a manejarme con soltura en el verso. Me hacía mucha falta, pues ando quejica, como Ronaldiño, y no es cuestión de dejarse. No me odiéis por ello. Gracias.
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