Monday, March 24, 2008
El regreso del Paraíso
Volver a la normalidad del curro es respirar de nuevo. Ya se van vaciando las calles y esto vuelve a parecerse al paraíso.
Lo disfruto.
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Acuso recibo de “Tierras altas”, del amigote Fermín Herrero, editado por Hiperión… y con carta adjunta golosa, hermosa, chula… [mil gracias, Fermín].
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ME DAIS MIEDO, MUJERES…
Me dais miedo, mujeres, ya mayores,
que tan solo supisteis en la vida
ser jóvenes y bellas, divertida
pasión de los varones predadores.
Vuestro mejor valor fue ser crueles
con tipos como yo, siempre apocados
por la mala fortuna que los hados
nos dejaron por multa y aranceles.
Me dais un miedo atroz, porque al gastaros,
llegada a su final la impar belleza,
os queda solo aquella crueldad
como una mueca horrenda, y el amaros
–lo digo sin reparo y con tristeza–
resulta un ejercicio de ansiedad.
© luis Felipe Comendador
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El paraíso es atigrado y tan divino como la adorada Filis… en él ya no se cubren los hombres con pieles, porque tienen tejados bajo los que mostrar su desnudez al calor fiable de los radiadores… y las mujeres no usan afeites porque los ojos de los varones ya no los necesitan… solo el olor sustituye a los vellones de antaño y las músicas llaman a la tranquilidad de los espíritus y al solaz de los cuerpos. Si las negras nubes cubriesen la Luna en las noches de invierno, en el paraíso hay lunas menores que saltan a la vista con la sola presión de un interruptor para que tomen sombras y volúmenes los pechos y las ebúrneas nalgas de sus habitantes, y así se puedan sembrar los ojos de deseo y hambre.
El paraíso es atigrado [¿ya lo dije, no?] y lo flanquean montes verdes y cimas blancas… y en él se presiente la protección de Júpiter contra las saturnales ideas de los hombres que acuden por épocas feriadas desde los pueblos bárbaros para asistir a los ritos oscuros y solazarse en las mesas repletas de viandas y bebedizos… esa es su condición por no blindar fronteras ni argumentar soledad a base de venablos afilados y holocaustos… pero los hombres de los pueblos bárbaros no resisten su ardor de posesión y vuelven en dos o tres jornadas a sus aldeas oxidadas por el orín para sentirse esclavos otra vez, porque lo necesitan [y eso nos salva].
El paraíso es atigrado [creo que ya lo dije] y son a veces sus confines tan cercanos, que basta con extender un brazo para llegar a ellos y percibir que su destino es próspero pues aún es una tierra portentosa que guarda en sus entrañas regalos para Febo y un camino directo hacia las musas. En él vivo y me extiendo, en él juego y palpito, en el canto y me siento mortal con alegría. Es un pequeño Olimpo este paraíso estrecho, un Olimpo sin dioses, sin surcos y sin vencedores… pero lleno de lazos y de hermosos temblores.
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FERMÍN HERRERO
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