Sunday, September 21, 2008

La poesía es una extraña indisposición.


Salamanca no es una ciudad bonita si vas a ella como suelo ir yo: al hospital o a dejar a los hijos a su suerte. Ayer hice una de esas visitas roncas y me afectó psíquicamente y físicamente. Viajamos para trasegar todas las cosas de Mariángeles a su nueva residencia helmántica y ya el viaje de ida estuvo lleno de silencios larguísimos. Ya en Salamanca, encontré aparcamiento justo a la puerta del edificio donde residirá mi hija [tengo para esto una flor en el culo], descargamos y subimos hasta el piso cuarto con cierta emoción contenida [mi hija va a residir justo al lado de donde vivió sus duros años poéticos Aníbal Núñez… espero que se le pegue un poquito de aquel espíritu]. La vivienda es desoladora: techos altísimos, luz macilenta, pasillos infinitos, sensación de desalojo, suciedad y un silencio tenso. Y si ya hablo de la habitación donde mi hija pasará sus días y sus noches, pues me dan ganitas de ponerme a gritar: en un aproximado espacio de tres por cuatro metros hay un armario, una estantería, una mesillita, una cama de 80 con un colchón viejito y una mesa compuesta de dos burrillas y una pieza de tablex vieja que no ajusta ni apoya bien. Se completa el cuadro con un ventanal altísimo que cierra con dificultad y da a un oscuro patio de luces lleno de hollín y suciedad, así como con una lámpara de araña de cinco luminarias en la que solo hay una bombilla en uso de mínimo voltaje.
Mi hija nos miraba a todos con cierta cosa inquisitiva y sonreía nerviosa. Yo quitaba hierro apuntando probables arreglos de la estancia y asegurando sin creérmelo que un espacio se hace cuando se habita.
Pusimos manos a la obra e hicimos una lista de compras urgentes para dotar a aquel vacío inmenso en un espacio mínimo… y salimos de compras con la lista en la mano: cubrecolchón, sábanas bajeras, una almohada con dos fundas, toallitas, un flexo y una lámpara… y varias cosas más.
Después de las compras fue el turno de Guillermo, que quería merendar en un McDonal, así que fuimos a hacer el sacrificio con el crío y le dimos salida a un menú infantil, a unas hamburguesas, a unas cokes y a unos heladotes cremosos que nos dejaron la tripa hinchada y la sonrisa puesta durante un ratito.
La vuelta a casa fue algo más hablada, tanto, que, debido a las obras y a la conversación, me pasé los dos cruces para entrar a Béjar y acabé en Puerto, donde tuve que dar la vuelta para llegar a casa.
Habrá que hacer la magia más especial para que aquella estancia se convierta en hogar… ya veremos cómo y de qué forma.
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“Escribo con palabras que tienen sombra pero no dan sombra…” Guillermo Sucre en ‘De la vastedad’

Escribo con palabras de humo y fracaso con ellas, aunque me enseñan a no sentir temor de mí. Escribo con marcas de mis uñas en la piel y me hago daño, pero hay que construir del barro de alguna forma y apuntalar los días con algo de humildad.
Si me siento en el escalón más bajo, escribo con angustia… si me inflamo y me creo con la fuerza de un papel que representar, me sobro y no me gusto… si me hago un muerto o me presiento perseguido, escribo con la furia de lo que está acabando… si manejo mi vació, suelo entrar en la más nebulosa ilusión creativa… si miro al otro y me miro en el otro, tan solo puedo ofrecer mi desnudez silenciosa y abandonada.
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Si algo deseo de verdad, con fuerza y esperanza, es conseguir alumbrar una filosofía de mí. Y sé que a ello solo he de llegar por la poesía o por esa extrovertida condición de contar cada uno de mis días en este espejismo diario.
Una filosofía de mí que no mienta, aunque a veces se enrede en círculos concéntricos y otras entre en continua contradicción consigo misma.
Necesito saberme, y luego conocerme, y después intentar explicarme… y que todo se encauce hacia el uno plural que me siento. Necesito tener claro el camino para decidir continuarlo o detenerme.
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La bruja tenía esta mañana ojos de noche y andaba estirando manteles granates sobre las mesas. Se había pintado como en los días de fiesta y su braguita se marcaba bajo el pantalón negro como una elipse mágica que se perdía en los muslos. Le dije buenos días y me sonrió con su boca marcada por el carmín.
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Las ventanas de arriba siempre me dicen algo, y quiero que mis versos sean como ellas.
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Hay algo íntimo, mío, en lo que no sé entrar, y lo guardo como un secreto que yo mismo desconozco y no tiene aún expresión ni sentimiento, pero es como un abismo presentido que no atina a hacerse llaga, un latido, un tiempo que vendrá y que ya es memoria por su ensimismamiento.
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La poesía es una extraña indisposición del ánimo.

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