Monday, October 20, 2008

Ahora que las alas van torciéndose ...


Ahora que las alas van torciéndose con los primeros amagos reumáticos y ya no hay ilusión por el bourbon o las herederas de los fabricantes textiles que intentan mantenerse a flote de su escurrida soltería, y van con el culo tirado, como dejando un rastro de ardor no satisfecho por los bares de Ribera de Duero y música de ambiente… ahora, que es la realidad [nunca antes ni después], y las bodas se tornan funerales con chistes a media noche en la postura incómoda del tanatorio más Houellebecq que pueda visitarse con los hombros caídos, y se ha incrustado un no saber volver a empezar en los talones… ahora que el primer hijo se despierta fuera de casa y sonríe y bosteza sin que yo pueda verlo al cantar de ese despertador barato que siempre se retrasa, que la incomodidad es algo práctico porque en ella no pasa nada, y llueve sin estrépito en la fuente como regando el agua, y miras los higos secos que quedaron olvidados en las últimas fiestas como si fueran lo que habrás de ser…
Ahora es justo cuando todo se desenreda y veo el extravío en que me encuentro, con muertos prematuros a la espalda, siendo como un facsímil de mí mismo o de lo que quería ser, ya sin veranos posibles, sin meriendas a la caída del sol, con esa costra de los demás que apenas me permite moverme [solo puedo ya mirar las vías justo hasta donde se pierden]… ahora me desvelo y recaigo en pensarme sin ser cigarra, especulo en las dudas eternas que me comen y me siento dañado…
‘¿Estuve vivo al menos?’ –me pregunto– y recuerdo la sombra de las acacias pobladas de sus hojas iguales, ya inasibles, el hervir de la sopa en el fogón mezclada con el hambre, la hoguera de las piñas en el monte cercano, el vórtice de unos ojos vivísimos por los que anduve loco y lleno de titubeos…
Subí las escaleras automáticas por primera vez en aquellas Galerías Preciados de Sol, y fue como dar un salto evolutivo que me ha traído hasta hoy con este shock tan Alvin Toffler que es como un fondo de algas y de limo. Las subí y las bajé como cuarenta veces hasta que una señorita me llamó la atención y me amparé en la americana de mi padre [habían operado ya a mi abuelo de su cáncer de garganta y aprovechamos el viaje a Madrid para ir al Cinerama a ver las historias de los hermanos Green y gastarnos unas pocas pesetas en aquellos grandes almacenes que me dejaron boquiabierto]… y de aquellas escaleras llegaron el ‘exit’, el ‘out’, la fiebre por los snack y las zapatillas Nike, el fervor por los Zippo y la NBA, el canto de sirena de los magnetófonos pequeños, el Hit-Bit y el eterno sueño Mac del que no he salido todavía.
Y pasé de no saber si escribir ‘cervatana’ o ‘cerbatana’ a no saber si tramitar un tiff o un jpg, a no controlar una buena gestión de los pdf’s o a morder el polvo en los licuados de imágenes desde mi intuitivo Photoshoph.
Hoy soy reo de dos idiomas [el castellano y el informático], esclavo de cada una de las marcas que fueron fiebre un día, padre atónito de no saber serlo y empresario en un acuario sin agua dentro de un mar inmenso.
Ahora que ya sé que no pisaré Oceanía ni el Bronx, me están saliendo aletas en los costados y como chocolate con almendras para salvar mi ansiedad, y siento un mar de ganglios en mis pies, que son como raíces; y me crece este genio que ya nació impotente entre las vísceras, y no sé comprender que todo se tramita en lo veloz y que es indescifrable este desdibujo en el que estoy cayendo.
Un día me autodenominé ‘notario de las horas’… hoy solo puedo ser notario de las metas intentadas, de su yunque y sus heridas.

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