Monday, October 13, 2008
No es ‘excelente’ el que lo busca, sino el que lo merece.
La vanidad es una fiesta de canapés envenenados… pues no que me entero de que un destacado bejarano aforado está jodiendo todo lo que puede porque no le pusieron su nombre a unas instalaciones de la ciudad, y nos odia, y nos maldice, y nos denosta…
Bien es cierto, en su descargo, que esta ciudad no es dada a reconocer a su gente destacada ni a darles cariño constante y calor, que más bien es lo contrario; pero no es menos cierto que el personal se forja por empeño y voluntad propios, pudiendo triunfar o fracasar, ganar o perder, ser todo o la mismita nada… y todo por su cuenta y para su cuenta. Y luego está el carácter de uno, la simpatía y el agrado o la rijosidad y la repelencia. En principio, nadie es deudor de nadie si los asuntos corren por veredas normales [ésas en las que no hay interés de por medio], y es por ello que una ciudad puede o no reconocerte, aunque siempre lo hará en detrimento de otros y poniendo pesitas falsas en la balanza de la justicia transversal.
¿De qué sirve una gesta, un récord, un premio importante, si el tipo que lo hace o lo recibe es solo ejemplo de vanidad y purito egoísmo? ¿Eso hay que reconocerlo con algún laurel? ¿No es más digno de representar el nombre de una ciudad el que la lucha a diario, el que hace su trabajo en silencio y con honradez, el que pisa la calle cada día y no mira por encima del hombro a sus vecinos, el que invierte con riesgo para dar trabajo?… ¿Quién es mejor, el que entrenó o se formó y consiguió para sí un estatu para el pedestal de las vanidades o el que se juega a diario sacar esta ciudad adelante formando a sus muchachos, dando trabajo o trabajando honradamente, dirigiendo asociaciones vecinales y pequeñitos clubes deportivos, dando la cara en el estrado público pequeño –el más ingrato de todos– para intentar hacer futuro?
Pensándolo bien, creo firmemente que un ayuntamiento debe reconocer, antes que a este tipo, a todos los obreros fiables que cada día se dejan la vida en sus trabajos, a los que se implican en los asuntos de la sociedad echando horas en asociaciones de padres, de vecinos, deportivas, de jóvenes; a los que acogen sin mirar sus monederos a los que lo necesitan, a todos los representantes públicos pequeños que echan horas y sufren por casi nada [hay algunos que no, pero de ellos no hablo], a los que forman con responsabilidad a nuestros chavales [que los hay, aunque no demasiados], a los que te sonríen mientras te saludan… y no a esa pandilla de pavos reales que se creen más que nadie por haber conseguido algo devenido principalmente de sus potencias genéticas y de su calidad depredadora y competitiva… y no de su humanismo.
Yo creo que para ser un bejarano ilustre hay que vivir aquí todos los días, trabajar aquí a pesar de que resulte harto difícil hacerlo, quedarse aquí para sacar la nave a flote… y no ser una delicada mimosa de olor para ser esnifada y contemplada.
En todo caso, no es ‘excelente’ el que lo busca, sino el que lo merece.
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Dejar sordo el oído con un beso y apretar el abrazo para sentir cómo tropieza el cuerpo en los volúmenes tantas veces imaginados para la humedad a solas.
Hay selvas frente a mí que han hollado otras manos, pero resultan vírgenes si tramitas el tiempo con voluntad de ahoras. Así corre la mano como si fuera la primera vez, intenta deslizarse por el hombro, hace presión, despierta lo que estaba dormido.
Me gusta imaginar mil encuentros furtivos mientras me encuentro solo, darle esa rienda suelta al fervor por lo plástico que me deja harinoso, ser el alce mayor, la criatura que venció en la reyerta después de la berrea en campo abierto.
Nada poseo, pero todo es mío, porque aprendí a mirar hace ya tiempo con ojos que consumen y consuman, porque supe una noche que poseer consiste en destruir la magia, y eso no me interesa; porque es mejor no batir a la presa [ni abatirla], pero saber con calculada precisión cada movimiento suyo clavado en los instantes, llegar a ser su pensamiento adelantándolo, gozar de su albedrío sin que sepa.
Asciendo hacia la muerte [otros descienden], y no pienso quedarme sin el puro placer de imaginarme a cada diosa expuesta. No hago mal, pues no enredo lo que es física presencia, no influyo en el hacer ni en el ponerse, no edifico los vínculos en parámetros de hombres… pero miro con hambre y reconstruyo el rito del amor en las calderas químicas de adentro.
Tomar a una mujer sin poseerla, sin blondar el volumen de su estatura quieta con los pulpos, sin sopesar la física de la presión y el peso, sin engullir sus jugos, sin que ni ella lo sepa… es un valor que guardo y que alimento, un valor sin contrarios, sin ardides, sin miedos.
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Y que me vino a visitar Alberto, y que tomamos un café, y que me enseñó sus pinturitas pequeñas realizadas con pinceles chinos, y que me entraron ganas de pintar a todo trapo, y que lo hice como algo natural e inextinguible, buscándole a las manchas sus volúmenes y sorprendiendo e ellos a todos mis fantasmas.
El trabajillo me tranquilizó hasta el punto de dejarme blandito, mimoso, recogido en mí mismo, piporrillo, colimbo, desnudito del todo.
Me lo he pasado de puta madre otra vez, yo solo, solo yo… y todas vosotras, musas enredadoras que me tenéis hecho unos zorros y un pimpollo a la vez.
Después de la batalla, foteé mis dibujos y les di muerte eterna.
Así sea.
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