Wednesday, October 22, 2008

¿Quién me mandará a mí…?


Oigo estos días demasiadas burradas por los medios de comunicación [¿quién me mandará a mí…?] sobre la decisión del juez Garzón de tomar parte y poner tono en la lucha de los familiares de asesinados en la guerra incivil española. Ayer decía la nueva finalista del teatrillero premio Planeta [Ángela Vallvey], una chiquita de mirada rencorosa y lengua bífida, que todo está superado y debiera olvidarse de una vez…
Que le diga esa fulana de ultraderecha a mi madre que olvide que vio a su padre por última vez con solo tres años de vida, que le explique lo de los tres agujeros en el chaleco con los cercos quemados, que le sugiera que olvide que el cuerpo de mi abuelo quedó tirado en una cuneta y aún no sabemos exactamente dónde se encuentran sus restos, que le espete que debe tener superados esos años de hambre atroz por la falta del padre y ese aferrarse a la vida de la abuela Antonia para dar ella sola de comer a cinco bocas mientras la querían someter a purgas y al escarnio público… que le diga esa estúpida juntaletras a mi madre que lo que hay que hacer ahora es arrimar el ascua a las sardinas de los poderosos derecheros [o arrimar otras cosas, que no sé] para que te regalen premios magrotes como el mierdoso Planeta y que hay que olvidarse de los muertos. Habría que conocer exactamente cuál es el interés de su olvido y qué hicieron durante aquellos días feroces sus abuelos y sus allegados.
Yo reclamo justicia y exijo tener el apoyo urgente del estado español para encontrar y levantar los restos del abuelo Felipe, que ya fue suficiente vivir durante cuarenta años –hablo ahora de los míos– cruzándome por las calles de Béjar con uno de los asesinos de mi abuelo [ya murio el felón], sabiendo que disfrutaba de un trabajo digno y se aprovechó de una pensión generosa del estado, que tenía un par de casas en propiedad, que iba a misa todos los días y que llevó a sus hijos a colegios de pago… el mismo que torturó con saña inimaginada a mi abuelo Felipe y a los compañeros de muerte que le acompañaban.
Reclamo que los nombres de esos asesinos figuren en los anales como lo que fueron y que su ensañamiento se detalle para ponerlo en bronce en el portal de su casa.
La Vallvey se hace rica insultando la memoria de familias como la mía y cobra valor, así, entre quienes la protegen, y eso me da la razón moral para decirle desde estas líneas que es una grandísima zorra… y me quedo más tranquilo, coño [y lo mismo a la petulante Esperanza Aguirre, que ayer escupió en los mismos medios contra nuestra memoria].

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