Sunday, October 26, 2008

La autoridad moral del pobre.


“… in casa senza bisogno / che di se stessi e nemmeno…” [Eugenio Montale]

La autoridad moral del pobre, por ser pobre y atender a sus pagos, acusa con el dedo a ese prohistoricismo de los que hablan varias lenguas en los foros mundiales, esos ladrones de dialéctica enferma que juegan a que el rico acumule y el pobre sufra.
Sí, viejo, el país es un caos porque el mundo es un caos; pero un caos con ganancias dirigidas hacia bolsillos crasos con el nombre bordado.
Tú me decías ayer que el país no funciona porque hay intermediarios que ganan el 300 % sobre el valor en origen de las materias primas, y lo hacen con el único trabajo de rellenar sus pimporros albaranes de pedidos; que no tira adelante por la morbosa galbana de las clases funcionarias con sus sueldos asegurados de por vida; que no saca la cabeza porque no se detiene a los grandes ladrones del mundo [que se van de rositas y bien arropados en sus indemnizaciones después de hundir con sonrisas cómplices el capitalista sistema financiero]. Me decías que la primera decisión de los gobiernos debiera ser ejemplarizar, metiendo en la trena a los banqueros hasta que les salgan telarañas en sus pollas sedosas y brillantes, y requisar sus bienes con luces y taquígrafos para que los pobres lo vean y lo sientan y lo celebren y se rían de ello.
Es molesto mirar y ver que quien es por lo que fue, ya no tendrá problemas hasta la muerte espartana [que esa nos llega a todos con su valor rasante], que quien llevó un ministerio por elección a dedo, ya no ha de preocuparse de sus fines de mes, aunque lo hubiera hecho peor que nuestro actual Ministro de Cultura [podrían tener el detalle de ponerle pensión magra y sueldo vitalicio al que es capaz de un poema hermoso o de una imagen bella sobre un lienzo].
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Me quedaré siempre en casa, justo donde las piedras mudan su color según las horas de la jornada o el decurso de las estaciones, donde el día se ve camaleón y no cambia el punto de vista nunca. En casa con mi lengua y cada uno de mis orificios, con la mezquita de mi cuerpo cerrada al culto y un precio puesto en neón para ignorar al mundo, como si fuera un viaje de oferta.
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UN MALVADO APUNTE MACHISTA DE CORTE POLÍTICO

La alta representante pública [¿púbica?], que llegó a su sillón por la estupenda cuota femenina, pronuncia el nombre de Dios en vano mientras habla de los impuestos repercutidos con tres botones desabrochados de su blusa que dejan ver el sostén negro que recoge sus globulosos pechos con pezones centrados bajo un cuello de corza cuidado con afeites. Huele a colonia cara y sus braguitas mínimas se marcan sin rubor bajo unos pantalones de lino en color negro. Si miras por delante su discurso, verás entre sus muslos esa rayita hermosa que penetra en su cuerpo y que hiende las costuras y casi las esconde. Sonríe como un ángel mientras pronuncia el nombre de su vil enemigo, porque sabe que cada hora de cada día suma a su cuenta de ahorro unos dígitos nuevos.
Tumbada bajo un hombre debe ser gloria pura… encima de él, el mismo paraíso.
No hizo nada en la vida para merecer esto. Bueno, sí, ser mujer y estar para comérsela.

Sopesada la reina de esta nueva política, la prefiero a los hombres que con los mismos mimbres no tienen esos pechos, esa rayita lúbrica, esas bragas marcándose, ese olor, esa risa…

* [Espero que mis lectores/as sepan entender la ironía y no se ofusquen sin motivo].
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Jo, hoy me encuentro francamente mejor, casi como desclavado de esa cruz de malestar que me tenía ayer como una columna mellada de la Acrópolis. Con un par de sustos gordos que me han espabilado a primera hora, eso sí, pero templando mis armas menores para la próxima batalla pequeña.
No entiendo el mundo del hombre, y menos cuando, como hoy, es otra vez la familia de mi amigo Cipriano la que sufre los golpes de la estupidez en sus carnes ya machacadas. Espero que Lala le pille el tono a esta dura cosa de vivir y se recupere con fuerza para darle el empujón que necesitan Cipri y Marisol. Y del señor Simón no voy a decir más que un emocionado lo siento, porque no sé decir más.


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Descorcha ya el champán, porque hubo muertos y habrá que celebrar sus finales hasta que el anticuario los anote en su cuenta y las esquelas vuelen como mirlos con su hedor oncológico y maltrecho.
Cada muerto cercano es como vestirse con aquella bata azul de don Mariano y asomarse al alféizar para mirar los llantos pasajeros de sus tristes dolientes conocidos. También tienen su cosa de carcoma en el portón o su punto espantapájaros en mangas de camisa.
Un muerto conocido también suele traer rictus de carpe diem a los ojos, mezclado con piedad y afecto a tientas. De ellos suelen llegar las preguntas importantes y lo más impronunciable del pasado, la lente que te indica lo que debieras hacer por un instante [solo por un instante, que luego vuelve el tedio de los días con su miedo cobarde]… y todo es como un filme impronunciable cuando buscas sus gestos en los archivos raros del recuerdo y ves que simplemente contenías tinieblas de aquel hombre que fue otra impostura más en tu vida de hombre.
Con el muerto en las vísceras, te tiras a la calle y miras indeciso el engranaje líquido que lo modula todo… miras a la pareja que camina perdida e imaginas sus noches con la lujuria puesta… miras el alquitrán haciendo margen con las plantas silvestres, jugando a ser frontera… miras tu sombra y ves la sugerente furia de un hombre dividido entre su cabeza y sus manos.
Descorcha ya el champán, viejo, que en esta jerarquía de cadáveres debes apresurarte por si toca.



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