Monday, October 6, 2008

¿Y tú qué sabes de ti?


¿Y tú qué sabes de ti? –le digo a nadie después de darle un golpe de vista a las diversas páginas de internet que sigo a diario–. Me enferma esa costumbre de lidiar toros ajenos y enviar al toril a los próximos, guardando entre cabestros los afilados cuernos deudores de pechos y femorales propios.
Ser un buen hombre o una buena mujer no consiste en descubrir lo peor de los demás, que quizás sea todo lo contrario. Y mostrarse atacando desde los propios valores asumidos [que probablemente no sean más que contravalores si se miran de cerca y bien] termina resultando un espejo que emite señales alarmantes sobre ti a los demás.
Prefiero, sin dudarlo, los espacios en los que la expresión aflora sin esperar miradas o reacciones, en los que sus autores se vacían o gritan su fracaso o su día prosaico y aburrido, y no lanzan las flechas envenenadas al azar de la red bajo el riesgo seguro de resultar petulantes y estúpidos.
Cada uno tiene sus pericias y las tramita, pero eso no supone la razón o la sinrazón de otros; cada uno tiene sus aficiones y las piensa las mejores del mundo, pero no por ello puede calificar desde la posesión de la verdad [magnífica utopía] haciéndose centro de un mundo inexistente [precisamente porque no existen mundos con un solo centro].
A mí me encanta leer a las personas que intentan saber de sí mismos y lo expresan –aunque sea con palabras de otros–. Tengo un mundo distinto y lo regalo, unos parámetros distintos y los cuento, unos intereses raros y los animo a seguir en mi cabeza.
El mundo es intuitivo [como algunos programas informáticos] y se puede llegar a una misma solución por caminos infinitos que no implican lógicas establecidas. ¿A que negar un sendero con su pequeño bosque de castaños, con su regato frío reptando monte abajo, con su torcido toque laberíntico… solo porque hay un camino oficial asfaltado, señalizado y más corto? ¿Es más tonto quien prefiere perderse entre sus sombras o quien resta minutos por el camino recto?
La vida es tan preclara, que tiene el fin previsto en plazos decididos. Salir, estar, llegar… con la única bala que se lanzó… describir el arco alcanzando altura y encontrar el punto de inflexión para iniciar la caída… nada más y nada menos… y, en el vuelo, saber que se es, pero que se es distinto, pues cada bala aguanta los rozamientos propios y ajenos, e incluso algún traspaso de materias diversas que acortan su segmento de vuelo. Todos somos de la misma ecuación y del mismo resultado, y ninguno es mejor ni peor, solo las circunstancias de su vuelo lo ensucian o lo adornan.
Todo es circunstancial –y da la risa– desde lo inexorable hasta lo inexorable –que es lo serio.
•••

Abotono sin fuerzas estas ganas de hoy, las obligo a salir y me entretengo en la espera de ser, recordando el clamor de la piel bajo el algodón. Anoto el cigarro recién fumado como parte de mi resta, la oportunidad perdida como acaso de mis imponderables, la mirada cayendo como en un vértigo de pudor, los brazos apoyados en la barra [blanquísimos], esa cruz invertida que es el cuerpo sentado, el periodo brotando hasta el blando tampón que succiona y se empapa, la matriz sin sus ganas de hijos y los pies embutidos [bellísimos] en los toscos zapatos de diario.
Esta espera de versos es mujer toda entera, también como esa espera de lucidez alucinada en la que tiemblo algunos días. De mañana el bostezo y hasta el gesto torcido… de tarde la mirada fantástica como esperando algo… de noche, siempre el no pudo ser; será mañana.
Desabrochado el día otra vez, me entretengo en el juego de palabras que me lleve a sentir lo que ya no es posible.
Ser joven es un vicio que se acaba en el exacto instante en que tomas consciencia de lo que te has perdido.
Pronuncio la palabra “axilas” y aparecen caimanes al fondo a la derecha. Esto es una locura interminable en la que debiera quedarme hasta el último oxígeno.
No me gustan los que sobreviven con palabras prestadas si no han aprendido a hacerlas suyas.
La mujer de negro me mira a los ojos, yo quiero besarla… no puedo.

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