Thursday, October 16, 2008

Soy absolutamente anafórico.


Aún contienes la mirada del fauno, aunque no la presión de su sangre en el palo mayor, ni esa ciega sinrazón de acometer… se te van los ojos justo allí donde no llega la lluvia, donde el lirio se abre para recibir lo convexo [reza la matemática… “en un conjunto convexo se puede ir de cualquier punto a cualquier otro en vía recta, sin salir del mismo.”], donde los mudos excesos de la carne hacen montículo, donde el ansia juega al candor y es universo, donde las sombras monocordes hace fulgir el nácar, donde el rayo abermeja y se afila…
Te mereces la cal por ello, viejo, pero también que te corone la sombra del sauce con su borbotón de hojas.
Miras el negro y ves la tempestad fluyendo, revirándose en sí; las ganas de entregarse bajo un techo o sobre una cornisa… intuyes en él que hay algo que quiere prolongarse hasta la presión, que quiere hacerse plumas para ti.
Los años te enseñaron a asomarte detrás del mechón y ver el gesto escondido en el gesto, a encontrar la gema entre la escoria, a saber cómo mueven los renacuajos sus colas de batracios en el estómago asaltado.
Si la carne entregada a tus ojos se siente morir, sabes que está dispuesta a hacer sombra en la cruz; si alumbra indiferencia, sabes que adentro hay jugos conjugándose; si está deshilachada, es que espera el abrazo y la saliva…
Es hermoso saber que sabes, viejo, y no procesas tu mente en movimientos, saber que en el sepulcro de otro cuerpo podrías levantar puentes y solo te limitas a esbozarlos con el gesto sereno del que goza.
Hay un rapto en tu pecho, lo sé, pero es angosto y fosforece; un rapto que te pide barrancos por los que brillar si tus dedos quisieran… pero también está esa inmensa presencia de los muertos que siempre te aconsejan que no consumes para no salir del luminoso sueño del deseo.
Hoy paseaste un ratito por las calles estrechas y después te urgio alguien para que tramitaras esas horas prosaicas del día, pero en tu cabeza permaneció el brillo de Trípoli con su paraíso de piel blanca y lunares, con su cosquillita de insectos y su vocabulario de comisuras y ojales abiertos. Recordaste por un momento el poema ‘Where is my man’ de Ana Rossetti…

Nunca te tengo tanto como cuando te busco
sabiendo de antemano que no puedo encontrarte.
Solo entonces consiento estar enamorada.
Solo entonces me pierdo en la esmaltada jungla
de coches o tiovivos, cafés abarrotados,
lunas de escaparates, laberintos de parques
o de espejos, pues corro tras de todo
lo que se te parece.
De continuo te acecho.
El alquitrán derrite su azabache,
es la calle movible taracea
de camisas y niquis, sus colores comparo
con el azul celeste o el verde malaquita
que por tu pecho yo desabrochaba.
Deliciosa congoja si creo reconocerte
me hace desfallecer: toda mi piel nombrándote,
toda mi piel alerta, pendiente de mis ojos.
Indaga mi pupila, todo atisbo comprueba,
todo indicio que me conduzca a ti,
que te introduzca al ámbito donde solo tu imagen
prevalece y te coincida y funda,
te acerque, te inaugure y para siempre estés.


… y el jaspe amanecía mientras te desflorabas en el tonto quehacer de las maquetaciones.
Es ya casi inhumana la envidia que me das, viejo… más, cuando somos uno [tú las dulces cerezas y yo siempre el cerezo] y lo que en ti es correcta posesión de la fugacidad del tiempo, en mi se torna seda inalcanzable.

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