Sunday, October 19, 2008
Una mujer tendida sobre este otoño debe ser gloria pura.
Hoy salí un ratito al otoño bejarano para oxigenarme y quitarme los malos rollos con tres o cuatro respirares hondos. Ya están los castaños alfombrando el suelo de erizos amarillos y la fronda toma los colores de esa magia xantófila que tanto me gusta y tanto me eleva. Esto durará cuatro o cinco días y debo aprovecharlo hasta que se me ahoguen los ojos… es purita lujuria.
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Y en la alfombra del campo hacer el engrudo y buscar el contrapeso, descalzarme y tomar mis pies entre las manos para sentirlos inembargables, y lanzar el boomerang del grito para que el eco administre y yo especule.
Una mujer tendida sobre este otoño debe ser gloria pura, una mujer dejada de sí sobre el manto de hojas siendo la verdad y el pleonasmo, indiferente a los ojos, alzada como un panal sobre el mullido, muro de incontinencia y suelo mismo.
Una mujer sin techo sobre sus senos, pura y blanda, ofreciéndose con mechones y muslos a las tres abubillas de los plátanos con su cuello de oca, una mujer como sin huesos, pero con hijos escondidos hechos de balbuceos en sus entrañas rojas.
Serena mirará cómo se gesta el cambio más cromático de este otoño de lenguas, verá que se refugian las hormigas bajo su sombra explícita, buscando en el calor el almanaque de primaveras próximas.
Trillar a esa mujer es rol de dioses, porque acabará en humus y habrá de ser subsuelo bajo el suelo…
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No hables más de la muerte, viejo.
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Leyendo hoy el blog de José Ángel Cilleruelo [El Visir de Abisinia], me llega hasta el punto del recuerdo que tengo en el cerebro la imagen siempre dulce de Rafael Pérez Estrada [mi Rafaelito querido y siempre admirado]. Recuerdo sus palabras últimas por una línea telefónica sucia y sus risas tan serias: “Los ángeles, Luis Felipe, ven siempre en el azul como tú ves… nunca desistas del azul, amigo. Yo ahora orino estrellas como una vía láctea y dependo de una línea de astros con olor a tabaco –sólo olor–. Si no te veo más, sigue siendo azul, hermoso caballero salmantino…”. Yo intenté animarle, sabiendo que su estado era muy crítico, pero resultó que él me animaba a mí a seguir viviendo y a “subir esa escalera de peldaños tan altos que da a la boca jugosa de una mujer bella”.
Hoy mi casa está llena de aquellos dibujos suyos que me enviaba, sin falta, cada semana, junto a una carta perfectamente caligrafiada en su letra redonda y rotunda. Yo me he acostumbrado a ellos como a mis hijos, y los miro con ansia por recordar la cara del amigo con su elegancia de blazier y corbata al tono como el dandy que fue, con sus constantes guiños y sus alucinaciones propia de su calidad excepcional entre el resto de los mortales.
Rafaelito tenía un mundo mágico y lo compartió conmigo durante varios años, y hoy me acuerdo de él porque sigue vivo en mis paredes, entre los legajos de las cartas viejas, en los ojos más limpios de las mañanas claras y en las noches azules de musas desnudándome.
Aprendí de Rafael que hay que mirar con hambre y hay que escribir con ganas de amar al papel sobre el que la tinta mancha, que hay una forma lírica que está por encima del mundo de los hombres y más por encima del tirado mundo de la literatura, que el universo propio es la magia que quieras poner en él… y que vivir es más que la vida propia.
Creo que pronto habrá alguien que decida exponer con verdad lo que Rafael fue y lo que Rafael hizo, y entonces se abrirá un paraíso a los ojos de los que quieran verlo, un paraíso distinto a todos los conocidos e imaginados, el paraíso de un genio renacentista y de un hombre bueno sobre todas las cosas.
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Con Juan Cameron en Candelario
Y que me fui con mi Guille al cine para ver la última de la saga “La Guerra de las galaxias”, y me metí entre pecho y espalda una ensalada de tiros de no te menees, además de un mediano de palomitas y una Pepsi gigante… y que llegué aturdido a mi estudio para encontrarme con un hermoso correo de Miguel Aguilar, de vuelta a ese México al que yo no podré ir este noviembre [me cisco en todo lo que se mueve], que dice:
“Querido Luis Felipe, muchas gracias por todo. Mi estancia en tu compañía resultó muy grata y tus atenciones, lo mismo que tus comentarios sobre mi obra (estos últimos resultan excesivos). He regresado a mi patria y he sentido la nostalgia por Salamanca y sus alrededores, y el deseo de volver algún día. Durante el vuelo de regreso leí partes de tu antología ‘Vuelta a la nada’ y lo primero que me sorprendió fue el tono tan diferente de lo que conocía de la poesía española, una veta que conecta (creo yo) a los clásicos latinos con la poesía norteamericana, sin olvidar a Quevedo y su ironía. Por estos días volveré a tu poesía y a tus aforismos; en verdad los gocé mucho. También déjame decirte que el libro de Diego Fernández Magdaleno lo disfruté mucho. Es raro –por lo menos por acá– encontrar un músico inteligente, culto y sensible. Te mando algunas fotos, donde incluyo una en la que estás descabezado. Salúdame mucho a Pedro, así como a las autoridades que nos acompañaron. Un abrazo muy caluroso. Miguel Aguilar Carrillo. ‘...Y solamente / lo fugitivo permanece y dura.’ Quevedo.”
Apunto que no exageré ni me excedí en la percepción de la magnífica poesía de Miguel, que me fue muy grato conocerle, al igual que a los demás colegas, que comparto sus palabras sobre el amigo Diego Fernández Magdaleno y que le agradezco su lectura generosa de mis cosillas. Un abrazo, hermano.
Con Juan Cameron en La Fuente del Lobo.
Con Miguel y Sonia Luz Carrillo [foto de Juan Camero, el cortador de cabezas].
Con Juan Cameron y Miguel Aguilar en Candelario.
Con Miguel y Sonia Luz.
Con Nancy Morejón en Salamanca.
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