Ayer me preguntaba un amigo que por qué escribo como escribo ahora, que por qué me engolfo en los últimos tiempos en un chorro de palabras que a él le vienen dejando frío y que dicen poco de lo que yo soy, porque lo esconden –él me conoce desde hace muchos años en carne y escritura–. Yo solo pude contestarle: “es una lírica”, y me quedé tan fresco.
La verdad es que siento cómo algunos de mis amigos y colegas me buscan en el tipo de aquellos días frescos, recién destetados todos en la literatura, en los que había un fragor por el decir que espantaba al cómo decirlo. Pero aquel tipo ya no está en mí desde hace tiempo, ni con sus énfasis ni con su vehemencia. Estos años me han traído al encierro en mí mismo como desde el convencimiento de que no puedo hacer nada para poner un poquito de arreglo al mundo; desde el no creerme equivocado, pero sí vencido; desde el convencimiento de que debo ser para mí por fracaso de mi consideración hacia los demás.
Y así he pasado de ser un escritor reivindicativo y activista, agresivo con quien me pareciese y defensor de quien me saliera de los mismísimos cojones… a buscarme en las letras del lirismo más ‘bioalquímico’. No me interesa ya mucho el análisis escrito de las injusticias y el uso del látigo de palabras contra los que considero grandes culpables del fracaso social [aunque puntualmente me sale ese prurito de los ayeres] , y sí me interesa [cada día más] indagar en el uso del latido y en el proceso de erizamiento del vello, en el trámite del temblor y en la deliciosa alquimia que va desde la percepción hasta los humores tangibles.
Y me preguntaba mi amigo si es que estoy detenido por un tiempo, a lo que yo le contesté que estoy sólidamente acabado en el ‘nosotros’ y ardorosamente latiendo en el ‘yo’, que es donde gozo y cobro vida con cada palabra pensada, pronunciada y escrita.
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Os dejo un vídeo del colega Alberto Hernández trabajando en su obra... vais a flipar.
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