Friday, October 10, 2008

Fragmento escrito en la cafetería.


La ofrenda de las tienditas chicas a la gente era mostrarse en los días claros bajo los toldos sucios. Todo buscaba adorno para los ojos náufragos de los que paseábamos la turbiedad sonora de los años ochenta: el bacalao colgado sobre la guillotina como un despojo incierto de aquello ultramarino, los sacos de lentejas para escoger en casa en el plato Duralex y en la mesa camilla con manteos, el almíbar de lata de los melocotones con su óxido ancestral, los rulos apilados de los ‘chiclet Bazooka’ con sus tres rayas transversales, los tebeos en Márquez colgados con las pinzas de madera pulida soportando los cambios caprichosos del tiempo meteorológico, la trenzas de las muchachas compitiendo con las ristras de ajos aluminando el sol, los paraguas de botón [“la técnica americana al servicio del consumidor más exigente”], los “Piuma d’oro” con boineta plexiglass en cuadritos vichy [“justo complemento para tus Katiuskas”], las manzanas reinetas trampeadas en su burda caja de madera [mi padre, que fue pastelero, siempre decía que un buen comerciante debe florear sus mercancías], las fajas Triumph sobre el maniquí mutilado de Menci [siempre en color carne y con sus ballenas como arneses], el Cristo de Dalí hecho colgante para comprarlo a plazos en Joyería Peral, los botones de nácar en El Abulense, las corbatas de paramecios en La Gorrera, los tornillos y el pasapuré en Apolinar Fraile, el queso donde Anselmo, los bolis cariocas en Policarpo y los calzoncillos slip [mi suegra bonita los llamaba “braguitas de caballero”] en el patinado “Palacio de la Moda”…
Aquella Béjar sí que era estrecha en sus días de cisco y mojicones de Castaño, y en ella viví para hacerme, y en ella encontré y aprendí a olvidar.
Recuerdo ahora las partidas de póker de The Boris o los tutes Brasilia, las largas tardes Marvel y las horas de Lib devorando mis primeros desnudos femeninos, la baraja Play Boy y el cine de Don Carlos, las noches de discoteca tomando sanfranciscos con la chica más mona esperando a lo lento, los pantalones mil rayas que eran un auténtico escándalo cuando venías de los urinarios y se te escapaba la gotinina, el SEAT de Gerardo [le llamábamos ‘el canario’], que fue testigo mudo de las mil correrías de un tiempo adolescente; las horas de billar y futbolín en La Bola Roja, las primeras gafas Ray-Ban de pera que me trajo un colega de New York, aquel abrigo loden que me compré en Vertex y con el que hurté latitas de sardinas en Simago durante nueve meses [las metía en el forro por un bolsillo roto], los libros de RIAL [“los ponga usté a la cuenta de mi madre”], el sucio cucurucho de altramuces donde La Dominica, el tocadiscos Kolster, el rito inmaculado de lavarme los pies en el bidet, las excursiones brujas a ver preservativos en Santa Ana, mi primer baño a pelo en las lagunas, mi cámara Werlisa, mi ejemplar del Bonnier, mi lupa para sellos, mi fiebre entomológica, mi póster Buscató firmado y dedicado, la magra colección de “Hermano Lobo”, las cintas de cassette, el Hit-Bit y el Spectrum, el meccano, los palotes de fresa, las camisas de Fórmula, los Yanko, la hucha comeduros, aquel sillón de skay, Terlenka, la Citrania, Sofico…
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Ayer te falté, diario, porque llegaron a mi casa tres amigos poetas [Juan Cameron desde Valparaíso, Miguel Aguilar desde Querétaro y Sonia Luz Carrillo desde Lima]. Se vinieron desde Helmántica, donde habíamos asistido juntos al XI Encuentro de Poetas Hispanoamericanos, para leer sus versos a los bejaranos que quisieran escucharlos, que fueron poquitillos [no es dada esta villa a enfrentarse a las artes o a las letras ni aunque lleguen de regalo, como era el caso]. Mis amigos llegaron en taxi [los varones roncando en la parte trasera –jurado por Sonia Luz y verificado por el joven taxista] y, como tenían poco tiempo antes de su actuación en el Teatro Cervantes, decidí hacer una ruta volada por Béjar y alrededores para mostrarles un poco el sitio y que se enamoraran de lo que yo estoy perdidamente enamorado desde que tengo el uso de mi razón [paseo rapidísimo por el casco antiguo, parada en la Fuente del Lobo con fotos –Juan Cameron es un esperto en descabezar al personal con cámaras propias y ajenas– y prueba de agua fresca y deliciosa, paso rapidito por el monte de El Castañar, paseo asombrado por las calles de Candelario y visita a mi estudio para entregarles algunas de mis ediciones].

Durante el par de horas en las que paseamos juntos, descubrí la hilarante jocosidad del tipo Cameron [vivísimo en el uso de la palabra y veloz en sus movimientos, un puro rabo de lagartija con dedicación constante a torcer el idioma buscándole las vueltas más graciosas], la humilde tranquilidad de Miguel Aguilar, siempre captando el instante con sus ojos pensativos… un hombre tranquilo que me recordó mientras paseábamos a ese otro poeta amigo al que tanto quiero y que se llama Fernando Beltrán, y Sonia Luz asombrándose de ese ‘estar como en casa’ mientras repetía: ‘me parece estar caminando por Cuzco… Béjar se parece tanto…’.
Me sentí muy bien junto a ellos, percibí cierta garantía de humanidad en su compañía y disfruté como un niño de esa forma de hablar cantando que comparten los tres; y noté que algo nuevo llegaba a mi casa, una sensación de viaje que quiero completar un día con mis pies y con todo mi cuerpo… México, Chile, Perú… tres países a los que iré algún día, tres países en los que quiero ser más poeta que aquí, que no soy nada poeta.

Y llegamos al teatro sin que los jodidos voceros se presentaran a una rueda de prensa que la concejalía de cultura había convocado antes de la lectura [¿a cuántos individuos entrevistarán en su vida con la calidad humana y literaria de mis amigos?… ya perdieron en la misma plaza y en parecido lugar la oportunidad de entrevistar a Ángel González, a Pepe Hierro, a Jesús Hilario Tundidor, a Ángel García López, a Luis Alberto de Cuenca, a José Luis Morante, a Jorge Riechmman… y a tantos otros buenos poetas], y se presetaron una escasa treintena de personas para escucharlos [entre ellos, mis padres, Antonio Gutiérrez Turrión, Ana, Pedro Cubino o Belén Cela] mientras yo me preguntaba dónde coños andarían los profes de Lengua y Literatura de la zona y cómo habrían animado a sus alumnos para asistir a ese acto poético de calidad… y gratis.
El caso es que me deleité escuchando a mis amigos, que hasta tuvieron el detalle de dedicarme sus lecturas, y me emocioné un poquito.
Terminado el trasunto declamativo, busqué a Antonio para presentarle a mis colegas, pero ya se había marchado a la dura y hermosa tarea de atender a Ramona… y nos fuimos a cenar juntos a PdT, donde Pedrito se portó como sabe portarse siempre con la gente especial. Comimos, bebimos, fumamos y nos reímos un montón compartiendo anécdotas y chistes, curiosidades del lenguaje y costumbres, mesa y amistad.
Y se volvieron a Salamanca para regresar al día siguiente a sus países de origen, donde algún día nos encontraremos… lo juro por Mafalda.

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