Sunday, June 7, 2009

Huir para dar testimonio de la huida... o mi maniquí.



Dediqué la mañana a colocar un poco las cajas con los objetos del mercadillo y a descargar todo lo que había dejado en la furgoneta por la jodida lluvia... un palizón de domingo, coño, que ahora me duele todo... pero sigo feliz.
Al terminar, me fumé un cigarrito resollando y me bebí una coke que me supo a gloria bendita.
Cuando me quedo exhausto, me dan como ganinas de huir y cierro los ojos para ver si se completa la huida... pero nunca pasa más que lo que la imaginación quiera.
Hoy, después de agotarme y de buscar la huida imposible, me puse a pegar en el techo de mi estudio el maniquí que me regaló Urceloy [ya es la tercera vez que lo pego, porque el jodío cacharro se cae por su peso, pero no importa, que soy cabezón].
Tenía yo intención de vestirlo con unas braguitas negras, pero justo en el momento en que quedó sólidamente pegado al techo [he usado un nuevo adhesivo potente], me di cuenta de que ya no podía ponerle las braguitas deseadas [¿por dónde cojones se las coloco yo, si tiene los muslos pegados al techo?], así que ya solo me queda buscar un sostén lujurioso, que es lo único que admite el artefacto.
La idea de poner un maniquí en el techo viene maquinándose en mi cabeza desde hace un par de años. Andaba por entonces escribiendo aforismos en el blog “savonarolia” [ya completado], que dio como resultado mi último librito “No pasa nada si a mí no me pasa nada”, y acompañaba a las frases con unas fotos lujuriosas e inquietantes de maniquíes que habían sido tratadas por mí en Php. Sucedía por aquellos días [y aún sucede] que, cuando me sentía agotado, echaba hacia atrás el respaldo de mi sillón y me quedaba mirando el techo de mi estudio [un espacio en el que puse fotos mías haciéndome gestos para animarme al verlas en esas situaciones de cierto agotamiento] y empezaba a imaginar huidas como descanso. Me surgió entonces la necesidad de encontrar un volumen en ese espacio, un cuerpo de mujer que me ayudase en la huida, que me llevase a ver con más nitidez el camino buscado...
Se lo expliqué a Urce y a Marisol en nuestro último encuentro, y me sorprendieron con la velocidad del rayo.
Ahora, con mi maniquí en el techo, es una gozada dejarse caer hacia atrás y quedarse absorto mirando esas formas femeninas... juro que es absolutamente flipante y que las ideas bullen y rebullen como renacuajos en la charquita de mi cabezota.
Me da en la nariz que en cuanto tenga bien fijado el maniquí, determinado su vestido y acostumbrado al techo que lo sostiene, va a suceder algo que me lleve a una escritura de enganche. Lo estoy esperando como un crío chico en la noche de Reyes.
¡Joder!, ahora me duelen los riñones.


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