Tuesday, June 23, 2009

Recibí paquetito de Oliverio.


Fue la fiestita de final de curso en el colegio de los críos y, como miembro activo del AMPA, me toco hacer labores de reparto de bandejitas y limpieza de patio [el personal paterno piensa que por no estar en la directiva de la asociación de padres, los que sí estamos tenemos que ser servidores humillados... vamos, que nadie echa una jodida mano ni para quitar la basura que dejan a sus pies ni, siquiera, para hacer el gesto de tirar sus deshechos a los contenedores puestos al caso]. La cosa es que no pude participar en la preparación de la merienda [cortando chorizo, queso y haciendo la sangría fresquita] porque coincidía con mi horario de curro, y eché el resto en repartir bandejas de embutido entre los asistentes, llenar vasos de Fanta a los críos sedientos, barrer el patio, retirar las mesas y tirar las bolsas de basura al contenedor. Y me quebré, je, je... me caixo en Soria... me quebré como un arbolito tronzado y hoy tengo un ataque severo de ciática que me hace reír de dolor cada vez que intento un movimiento que cambie el sentido de mis engranajes.
Así y todo, que ya me vale, sigo atendiendo las cuitas de los poetas que van a venir a Béjar –dan más guerra que mis hijos, que ya es decir– y me cabreo como un mandril cada doce minutos por tanta tontería junta.
Y de pronto, a eso de las doce del mediodía, me llegó el cartero con un paquetito de Oliverio Girondo... sí, como lo cuento... un paquetito con el siguiente remite: “Oliverio Girondo. C/. Caminito, 23 - Planta baja. Buenos Aires 07370. Argentina”. Lo abrí con un interrogante colgado en las orejas/ojeras y... ¿qué contenía?... coño, pues un paquete de Chesterfield con versitos Girondo en las manchetas de “Las autoridades sanitarias advierten...”. Me hizo sonreír [y también me hizo pensar en otro día más fumando, que ya está la cosa chunga para conseguir tabaco].
Me encantó la sorpresa, amigo “Oliverio”. De estos detallazos uno saca conclusiones molonas que le hacen sonreír y hasta le ponen piporro el rodillar y las rabadetas.
¡Gracias!, ¡mil gracias!... que me ha arreglado el día el paquetito y como que me duele menos este haz de latigazos riñoneros cabrones.
Y me llegué a casa para hacer los macarrones con tomate y carne picada como a saltitos, apoyándome en todas las esquinitas salvadoras para amagar el dolorcete... e hice las camas medio jugando a la rayuela [me dejé caer en una de ellas y para levantarme parecía un trapecista con muñequeras], puse la mesa, rallé el queso, comimos mis dos chicos y yo –mmm, qué rico...–, quité la mesa, fregué los cacharos y me volví corriendito a la imprenta para ver si soy capaz de darle hoy fin a la revista bluesera [subir y bajar del coche fue la rehostia, que parecía el científico ése de la cabecita torcida]... y al llegar, caí en la cuenta de que se me había olvidado que tengo que preparar todo el tema de sonorización para los conciertos de Voces del Extremo, así que hice las llamaditas pertinentes mientras tenía en mente las palabras justas que Paco Ortega me lanzó por mail y teléfono: “... Por lo tanto me imagino que tendrás controlado el equipo de sonido y la iluminación. Recuerda que los cantantes queremos siempre reverb... Si necesitas raider o ayuda me la pides...”.
Y yo qué sé, Paquito, de reverb y raider, coño... habrá lo que haya y tiraremos adelante sin más...
Así que aquí me quedo, con mi doblez de cuerpo generando carcajaditas de dolor... no sé por qué me río cuando me dan los latigazos, pero juro que me descojono.

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