Sunday, June 28, 2009

Massage [séptimo día].



Soy un gualdrapa y estoy hecho un gualdrapa [en el sentido de andrajo... se entienda] y no me gusta nada eso de que me soben, y menos con fines terapéuticos... y además tengo un amigo grande [en todos los sentidos] que se llama José Luis García y al que yo llamo Joselín, que tiene un gimnasio [el Gimnasio Colón, mi favorito de siempre] y unas manos de amasar que son dignas de Mateo Hernández o del mismito Alberto H. El caso es que Joselín lleva persiguiéndome desde el lunes para que me ponga en sus manos y me deje masajear [y yo que nones]. El jueves vino a buscarme a la imprenta a media tarde y consiguió convencerme para que le acompañase [y la verdad es que sentí bastante mejoría en mi lado malito]. A pesar del estupendo estado en el que me dejó Joselín con su masaje, sus descargas eléctricas y sus parches, me juré no volver a enseñarle en culete, porque yo soy así de chulito y bastante cabezón... el caso es que hoy, domingo, volví a levantarme con dolores y me vine a hasta mi estudio como un nazareno de andar por casa. A eso de las doce y media comenzaron a golpear en la puerta y salí a abrir... era el buenazo de Joselín que venía a convencerme para recibir otro masaje... es tan buen tío y se preocupa tanto por mí, que no tuve otra opción que acceder y acompañarle hasta el gimnasio.
Me tumbó, me magreó con aceites todo lo que le vino en gana [yo me sentía estupendamente] y, para que me sintiera cómodo, que me conoce mucho, me puso un cenicero en una silla, me encendió un cigarrito [al ser domingo y estar solos en el local, hizo conmigo esa excepción fumera] y me sacó una Pepsi fría con pajita para que fuera sorbiendo mientras él se hacía a golpes y blupblupses con la zona contracturada [aquello merecía una foto para recordar la ocasión]. Cuando terminó, me puso un parche color carne siguiendo la línea de mi columna y me escribió en él una dedicatoria [debo ser el único ser de la Tierra con un parche de espalda dedicado por el gran Joselín]. El caso es que cuando me levanté de la camilla, después de una hora larga de masaje [mi colega sudó de tanta fuerza puesta en el asunto], podía caminar derecho con solo una leve sombra del dolor que me llevaba comiendo en el lomillo desde que me levanté de la cama.
Lo mejor de todo, sin darle muchas vueltas, es que sé que tengo amigos estupendos que me quieren un montón y que piensan en mí hasta el punto de venir a buscarme a mi estudio en día festivo para darle solución a estos dolorcillos cabrones que me pinchan, amigos que no miden más que en clave de afecto, amigos a los que debo corresponder siempre porque se lo merecen.
El resumen es que me reí mucho mientras me masajeaba Joselín [le recriminé no haberse traído el slip de leopardo para celebrar tal evento masajero] y charlamos del mundo y sus zoroladas fumando un cigarrito y bebiendo un resfresquín... y que quedé renuevo hasta que vuelva a ponerme reviejino.
Mil gracias, amigo Joselín... eres un colega de los grandes.




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