En el Perú hay una pasión que sobresale bien definida sobre las demás pasiones… la comida… el pensamiento en comer, la voluntad de comer, la acción de comer y la estética constante del plato lleno para vaciarlo… todo Perú es una oferta culinaria diversa y magnífica, exagerada y absolutamente cromática… comida en las calles servida en vasitos por las ‘caseras’, comida en los portales, en las tiendas de cualquier cosa, entre los automóviles… y siempre en abundancia, en una abundancia exagerada para un tipo que viene de Occidente [yo no he podido terminarme ninguno de los platos que me han servido durante este viaje]… en cualquier conversación con la gente de la calle está siempre la comida presente… te la describen, te relatan sus sabores, te cuentan el origen de sus componentes, te pintan la forma de cocinado y terminan siempre con un ¡mmmm! que es resumen.
Sobre una base fija de arroz [aparece en todos los platos], se combinan frutas, carnes, pescados, mariscos, esencias en forma de mil salsas… y una infinitud de patatas fritas… siempre patatas fritas con todo.
La otra estrella culinaria es el pollo, que aparece en múltiples presentaciones, tanto disfrazado como a purito pelo.
Quizás esta pasión por el comer venga de un hambre ancestral y mantenida que parece un absurdo en un país que es vergel por donde se le mire… que no hay nada que se imagine que no se produzca aquí… solo hay que visitar los confusos mercados [confusos para la vista y para el olfato] para que a uno se le agoten los ojos de ver productos en una oferta poco menos que paradisiaca… definitivamente, o Adán fue tonto al querer morder la manzana o aquel paraíso que nos contaron no se parecía a este de Perú
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