Wednesday, November 11, 2009

Perú [1] :: El pescador de muebles ::

Esther y yo... ¿a que es linda?

Fiorella y Esther.


Ya estoy ubicado en Trujillo y ando intentando salvar la dificultad de conectarme a Internet desde mi portátil, circunstancia que hasta hoy me esta resultando poco menos que imposible.
Llegar a Perú ha sido un proceso largo y tedioso desde mi salida del aeropuerto de Barajas –historias diversas, que iré contando con el tiempo, hicieron que todo se retrasase hasta la desesperación–… pero la amanecida vista desde la nave me dejó ya paralizado… primero la parte Este de Los Andes, un vergel lleno de ríos amansados en enormes meandros y amplias zonas de verde anegadas por el agua… luego, Los Andes, majestuosos, con algunas de sus cimas nevadas y limpias de vegetación, grises y sienas por todos lados, lagos y lagunas de deshielo como manchitas vitales… y por fin la caída oeste de la cordillera, pobre de agua, reseca y superpoblada… Perú es un país de pobres sentados sobre un trono de oro –eso dicen aquí.
Aterrizó el avión y enseguida me di cuenta de que Perú está tomado por una falsa estética de seguridad… controles tediosos para todo, papeleos, policías de uniforme y de paisano haciendo preguntas absurdas, huellas dactilares hasta para subir a un autobús, tu nombre puesto mil veces sobre papeles que te sirven para pasar de un lugar a otro… y una colección estéticamente interesante de cuerpos de vigilancia diversos y con uniformes llamativos –todos bien armados–… luego el tráfago de coches viejos haciendo el laboreo de taxis, el color por todas partes, los enormes contraste allá donde se mire…
Mi primera impresión, la primera impresión intensa, fue la de anonadarme con el trasiego de gentes con rostros absolutamente distintos a los que ven mis ojos cada día, gente rara, gente muy rara y gente rarísima –voy a dejar Lima para un capítulo aparte.
Mi primer viaje tenía como destino alojarme en Pisco para salir de ruta al día siguiente por las islas Ballestas. El intento de alojarme en Pisco fue baldío, pues nada más entrar en taxi a la ciudad, me percaté de que era una ciudad quemada, absolutamente en ruinas por los devastadores efectos del terremoto de hace dos años… ni una casa en pie, ni una calle en condiciones, todo hecho escombros y el aviso del taxista que me llevaba de no quedarme allí, pues el pillaje es asunto diario en una población absolutamente necesitada y en extrema pobreza [antes pasé por Chincha y las condiciones eran similares]. Visto el panorama, decidí acercarme al pueblito costero de Paracas para hacer noche… y fue mi mejor decisión. Me alojé en un hotelito recién edificado [allí todo es reciente, pues el terremoto se lo llevó todo] y salí a conocer el lugar. Paseándolo, enseguida me di cuenta de que el gobierno del Apra ha hecho en él una maniobra decorativa, pues ha construido un pequeño paseo marítimo que queda divino de cara al turismo, pero que detrás del decorado encierra toda la miseria de la catástrofe… el caso es que el pueblo de Paracas es seguro, ya que acoge a multitud de turistas norteamericanos y europeos interesados por visitar las islas Ballestas. Tomé unas cervecitas y me metí pal cuerpo un platazo de arroz con mariscos –los peruanos sirven platos enormes de comida por un precio de pura risa– y luego paseé por la playa echándome unos cigarritos e intentando procesar lo que estaba llegando a mis ojos con la velocidad de la luz.
Ya de noche, salí con idea de cenar algo en los puestitos del paseo, y se me acercó una niña encantadora para atraerme con insistencia a uno de los puestitos. Me cayó tan bien, que entré al engaño sin pensarlo. La niña pasó todo el tiempo a mi lado durante la cena, primero preguntándome por asuntos tan comunes como mi nombre, mi país de procedencia o lo ‘raro’ de mis ojos verdes, y luego desatándose en un correlato infantil y maravilloso sobre mi única pregunta: ¿me puedes contar cómo sentiste el terremoto?... a la niña, que se llama Esther, se le iluminaron los ojos y comenzó una perorata divina que no acabaría hasta que decidí retirarme a la habitación de mi hotel para descansar un rato [en mi habitación, anoté antes de dormir todas sus palabras en mi cuadernito de Perú y las reproduzco aquí tal como aparecen]…
“Estaba fumando un cigarro en el paredón del paseo de Paracas, engolfado en el ruido del mar y en la noche indescriptible, cuando Esther se acercó a mí con el menú del puestito de su prima… ‘señor, damos cenita rica allá… venga, venga, que mi prima me dará propinita si usté viene y yo acumulo para mi pancinto del colegio… es muy baratito y rico le de mi prima, señor”… le dije que no tenía ganas de cenar aún, pero que si me traía una botella de Coke helada, yo le daría su propina… corrió y en un par de minutos ya estaba a mi lado con la Coke… le entregué los dos soles que valía el pedido y le di tres más para que se guardase… “no se quede aquí, señor, que pasan mareaditos y pueden asusarle y molestarle, venga a lo de mi primita y se tome allí su gaseosa”… no le hice caso, me tomé mi Coke mirando a las estrellas y volvió como a la media hora para insistir… “me haga caso, señor, aquí peligra… haga cenita donde lo de mi prima…”… entonces acepté y la acompañé mientras me decía su nombre y ponía color y contraste a su mirada… “yo me llamo Esther, señor, y soy de diez años acá, justito desde que nací, siempre acá con mi papito y mi mamá… ayudo a mi prima y me gano cinco soles al día si se da bueno, que me vienen muy bien para el pancito del colegio y para ayudar a mi mamá con sus gastitos de la casa… coma pollo, señor, que es lo más riquito en lo de mi prima, pollo con papas fritas y ají…”… pedí mi pollo con papas y ají e invité a Esther a compartir mesa conmigo para charlar un rato. Ella aceptó de muy buena gana, y más cuando le pedí que me contara cómo vivió el terremoto…”señor, ni puro miedito que tuve, pues era la primera vez y no sabía, también era más niñita que ahora, ¿sabe?... el mar bajó de pronto hasta muchos metros, que nunca se había visto acá un mar tan chiquito y como tan cobarde… se detuvo allá, donde las barquitas, y luego lanzó una ola grande que se llevó toditito hasta la subida del cerro de atrás… dos turistas mujeres casi se mueren que yo viera… mi mamita me quitó enseguida del peligro y corrimos hasta el cerro, donde pasamos una semana entera, señor, una semana muy divertidita con las amigas y los bebitos y las mamás, todos juntos allí esperando a que no viniera más terremoto… los hombres todos, y mi papito, que es pescador y mecánico muy bueno, fueron a Pisco a ayudar, y contaban que había gente ahogada bajo los escombros, y que hasta había cabezas estalladas y bracitos solos, sin sus cuerpitos… pero fue muy divertido, señor, y muy bueno para la casa, pues mi papi salió pescar prontito para traer algún pescadito de comida y pescó sillas hermosas, mesitas de cenador, una televisora de novedad y mucho chocolate que estaba bien rico… la ola se había llevado por delante todas las casas de los ricos de la petrolera de atrás y el mar era como un centro comercial hermoso, señor, aunque todos los peces habían muerto… las televisora no funcionó, aunque mi papito hizo bien por arreglarla, pero lo demás quedó bien lindo junto al colchón, en el cerro… a los dos días llegó la ayudita… pancito, leche, mantas bonitas… y todos compartimos, bueno, algunos no quería compartir, pero eran poquititos, ¿sabe?... con los días ya compartieron…”… y llegó una niña bellísima a la que le había comprado un collar de semillas por la tarde, se llamaba Fiorella y era amiga de Esther, y quizás con un par de años menos, se unió a la conversación y nos hicimos algunas fotos… luego les di unos soles y algunas monedas españolas que las guardaron como un auténtico tesoro entre risas”.
Ahora ando cansado, con una tos constante que me tiene rotete y un puntito suave de diarrea que voy controlando con unas pastillas que compré en Béjar, así que intentaré seguir con mi relato en otro momento si logro tener una buena conexión, que está algo complicado.
















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