Ni aquello era la gala de entrega de los Oscar, ni Juanito ni yo nos dábamos un aire a Antonio Banderas [aunque mi hija bien habría podido hacer sombra a cualquier diva ‘jollibudiense’, que estaba reguapa]... que fue ver el percal y decirle a mi colega de inmediato que allí no nos comíamos ni un colín, que no está hecha la miel para la boca de estos asnos de pueblo chico, sin religión posible y más ácratas que el melón para cenar... pero fue curioso estar allí en agradecimiento a quien nos había propuesto con ilusión y entusiasmo.
El panteón del Fonseca era todo un decorado del buenismo primermundista en el que contrastaban los caballeros trajeados y las señoronas de visón y horas de peluquería con tipos de estética retroprogre y alguna que otra monja de paisano... todo un cromo indicador de los que otorgan galardones y de quienes los esperan... allí había rotarios, padres párrocos, mujeres de Cáritas, chavalitos hechos en el duro trabajo de calle, monjitas sin tonsura, progres con carita de voluntarios curtidos en uno o dos viajes a la miseria... y nosotros, tres pazguatos fuera de cualquier circuito, tres acostumbrados a moverse a su bola y a bailar bajo la luna de Valencia, totalmente fuera de lugar.
Admitiendo que la idea no es mala, pues me parece magnífico que se anime con galardones a las personas que intentan algo por la comunidad, creo que el sistema Cruz Roja no es bueno, pues pone en competencia a proyectos y personas que no admiten ser comparados... y menos ser juzgados los unos frente a los otros. Sería mucho más interesante que la organización reuniera a las personas, empresas y asociaciones que considerase dignas de ostentar su galardón y las tratase a todas por igual en un acto común de reconocimiento, sin poner esa ‘diferencia’ que a unos les hace sentirse mejor que a otros.
No quiero entrar a valorar algunos aspectos del acto que me chirriaron un pelín, pues creo que la intención fue buena en todo momento.
En todo caso, quede mi profundo agradecimiento a quienes confiaron en nuestro trabajo y la aclaración de que nunca hemos trabajado en Madagascar [que así se afirmó en el acto público al dar nota de nuestro quehacer].
Luego cayó un bocata de calamares calentitos mientras veíamos al Barça darle duro al Betis Balompié... y viaje hasta casa en una niebla espesa que me dejó absolutamente grogui.
Dormí fatal, pues arrastro un catarrón de no te menees.
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