Wednesday, May 27, 2009
¿Qué poesía es ahora la necesaria?
Dándole vueltas a la idea de cuál debiera ser la nueva posición de los poetas ante los tiempos que corren, se me ocurre que lo primero –siempre contando antes con una seria toma del pulso del tiempo en que se vive– debe consistir en lograr la habilidad necesaria para captar eficientemente un estado de conciencia que sea capaz de procurar reacción.
Junto al mentado punto, que considero fundamental, debería buscarse un nuevo hábitat en el que no existan ni los múltiples reconocimientos concursales, ni esa rígida metodología generacional que es manejada por grupos de poder venidos más de la cosa mediática que de la pura y asesada indagación literaria [eliminar la “poesía para estar” y rolar hacia el “ser de la poesía”].
Es mi planteamiento a todas luces rupturista, tanto en el ámbito creativo [en el que me gustaría asistir a un cambio formal radical y a una criba de nombres con dura voluntad estalinista] como en el etológico/poético [desistematizar todas las estructuras externas al poeta y ofrecerle otro medio en el que abrir trochas, sin facilidad, que le requiera un trabajo capaz de poner en valor verdadero al poema].
Creo que hemos pisado, todos, con cierto abuso, la mena del yo confesional, pasando de lo que fueron en su día mensajes éticos necesarios a una ética ramplona que raya más el narcisismo individual que la necesaria profundización en una ética social... el poeta que antes transmitía un “nosotros debemos ser”, ahora transmite un “yo soy... yo hago... yo... yo... yo...”.
Sería preciso, por tanto, volver a recuperar la conciencia de transmitir mensajes críticos hacia todo lo social y lo político, pero con una visión nueva y objetiva de todo lo contemporáneo... y hacerlo sin pensar en los diez mil concursos convocados por hora, en las mil posibilidades de editar, en las quinientas invitaciones a leer o debatir con cheque al fondo [conseguir que todo ese artefacto se deshaga sería un magnífico punto de partida]. Y centrarse en decir con ‘contenido’, decirle otra vez directamente al hombre –sin intermediarios– que nuestra experiencia cultural es capaz de llegar a su experiencia cotidiana.
Y hacer algo con ello.
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