16 de mayo de 2009
Pude, por fin, hacer mi lectura entera en los desayunos solidarios de La Casa de la Sal. Le dediqué la lectura a esa colección de mujeres extraordinarias que me acompañan en este viaje [Lorenita Pajares, Marisa, Marina, Sinda Pino, Concha Bueno, Guadalupe...] , así como a Josetxo, Luis y J. L. Antúnez... y tuve la satisfacción de tener como escuchantes a mi Adu, al Antúnez de primavera y a su bellísisma esposa canora, a Concha Bueno y a mi Lucy preciosa [la cubanita a la que ya había dado por perdida hace meses, que tuvo el detalle de traerme un par de llaveritos de Cuba y una deliciosa lámina de un óleo de Arturo Montoto que, bajo el título de “Ayer se ha ido”, presenta una trituradora de carne sobre una pieza de mármol cuarteado... gracias, chiquitilla... muacs].
Creo que la lectura no fue mal, pues la llevaba bastante preparada, y que al personal le gustó, lo que me deja otra vez blandito y flou.
Antes de volver a casita, decidí pasarme por “La Mayor, 45”, donde me hice con un hornazo goloso, unas pastitas de monja y unos dulces ecológicos [recomiendo esta tiendita ultramarina de Candelario, que es un pasote de decoración y tiene unos productos que flipas... mmm].
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Los verdes otra vez, como sentados sobre aquel mar de otoño de los grises de hace cuatro semanas, recordando que todo se hace en ciclos y a cada sima le sucede una colina nueva.Jamás pude ocultar que no me gusta el tiempo de la luz, el del cielo sin nubes, el del calor a secas... pero el verde me chifla –quizás sea el cameo que hace con mis ojos o el regusto de hacerlo cama blanda–. El caso es que ya hay verdes en el monte y, aunque no me apetece caminarlo, siento como un empuje que no cede y me pongo a decir, a hacer... flotan como nieve los vilanos a la orilla del Cuerpo de Hombre [que es un río, eh] y me presiento mimbre retorcida y tramada en algo hecho por otros. Me siento inevitable y podría escribir un libro entero sobre mi inevitabilidad... y a veces es incómodo... y a veces es doloroso... pero generalmente, desde la asunción de esa forma de ser y estar, es motor por el que termino sintiéndome príncipe de todo esto.
No temo mi marcha, aunque sí tiemblo un poquito por mi desaparición.
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