8 de mayo de 2009
SEGUIR SIENDO PARA TU EQUILIBRIO
Fue como ver llover en el desierto, como amar en el Ganges si atardece con nubes, como llorar de gozo y secarse las lágrimas en el rostro que adoras... el caso es que me hice amiguito de la secretaria personal de Pablo [Mª I. Magariños] para echar un ratito con él y entregarle un reconocimiento pequeño que nos agenciamos a medias entre Juanito y yo.
Le escuchamos cantar como si estuviéramos en un rito ancestral, uno de esos con sacrificio de sangre y mirada al cielo. Pablo no podía con su cuerpo, pero hizo el concierto más hermoso al que un tonto de misa como yo haya asistido. Cantaba al alimón con Víctor Manuel [que estropeaba la magia con sus gritos [Juanito decía a voces... ‘¡Que se calle el blancoooo!’] y en ningún momento pudo sostenerse de pie sobre el escenario [dio el concierto sentado en una silla hasta la que le acompañaron dos personas]. Al terminar el concierto, la subteniente Milanés nos metió en zona vip y pudimos acceder a Pablo sin problema. Estaba destrozado y en su cara se reflejaba dolor, un dolor tremendo. Me sonrió, le abracé, le entregamos el presente que llevábamos y nos pidió disculpas por no poder atendernos... se lo llevaron en volandas a un furgón y marchó al hospital donde sería operado de urgencia.
Quedé triste por ver cómo lo físico destroza a lo sensible.
Pablo es, desde hace muchos años, mi voz favorita en habla hispana... y un hombre al que no dejaré de admirar jamás por su fuerza de carácter y por su poética irrepetible.
Una tarde recibí una llamada de su oficina para agradecer el gesto y para contarme que Pablo dio órdenes desde su retiro para ofrecernos su agradecimiento y sus disculpas por no haber podido atendernos como hubiera querido.
Quedan los tamarindos rendidos por los vientos caribes y el jacarandá del patio sigue lanzando flores que coronan la sien del hermano cubano.
DÍAS MEDIÁTICOS CON FONDO NEUTRO
Andaba yo entonces en gira de presentaciones de mi primera novela, “Nos vemos en el Cielo”, y no le hice ascos a salir en la tele madrileña haciendo el gamberro [que siempre he tenido ese puntito público]. El caso es que caí en manos de una niña monísima que pilló mi novela justo cinco minutos antes de comenzar la emisión y todo fue un desastre mediático de los más chulos, pues como la criatura no me hacía más que preguntitas generales para salir del paso, terminé tirándole los tejos en abierto, jeje, y se sonrojaba sin saber cómo salir de aquel atolladero [imagino que aún me odia]... el mejor recuerdo, en todo caso, es que a los veinte días de poner el libro en la calle, se agotó la edición [todo gracias a la cubierta, que mostraba un cuerpo de mujer con su sexo perfecto en primer plano... en Béjar lo puso mi librero en el escaparate justo con el papelito del precio haciendo de censor].
Ya sabéis que nunca fui de contenidos.
Espero que algún día un editor potente descubra esa novela y me haga una propuesta de lo más indecente para reeditarla... la acepto desde ya y a ojos cerrados... y aseguro magretes beneficios.
Estábamos en uno de los primeros encuentros EDITA, en Huelva, exactamente en la Casa Colón, y Rafael Inglada se presentó absolutamente elegante a mostrarnos su colección de poesía “Llama de amor viva”. Le conocí el día antes justo después de completar mi alojamiento en el albergue juvenil de Huelva. Yo estaba fumándome un cigarrito en las escaleras de entrada al albergue cuando vi cómo se acercaba con pose elegante y una cartera negra un tipo que ya parecía especialísimo a cien metros de distancia. Al llegar justo a lugar en el que yo fumaba, se detuvo y me preguntó si era allí donde se alojaban los ponentes del encuentro de editores. Yo afirmé con la cabeza. Rafael se cuadró, dejó su cartera negra posada sobre el suelo con cuidado, miró con detenimiento la fachada del edificio, se llevó las manos a las mejillas con gesto de arañarlas con fuerzas y gritó para mi sorpresa: “¡Albergue juvenil... me salen espinillitas solo de pensarlo!”. Nos hicimos amiguetes enseguida y pasamos algunos de los días [y las noches] más divertidos que recuerdo.
Rafael me regaló dedicado uno de sus poemarios y el hermoso tesoro “La mujer de Lot”, de Amalia Bautista, una joya que guardo como oro en paño por el alarde editorial minimalista y, sobre todo, por los hermosísimos versos que contiene.
Durante su ponencia, Rafael actuó con un papelito pegado en el mentón, pues se había cortado esa mañana al afeitarse.
DE NIÑO, SOSTUVO LA AGONÍA DE UN PÁJARO EN SU MANO
Celebrábamos en Málaga, con Rafaelito Pérez Estrada, la presentación de un hermoso libro que le había editado en Béjar, “El viento vertical” [quizás la joya editorial de la corona junto a la edición de “El peso de la ausencia” de Antonio Gómez]. Ya andaba algo pachucho el campeón, aunque nunca borraba la sonrisa de su rostro de ‘amante de la o’.
Presentamos en una destacada galería de arte malagueña que se llenó de público y, para albricias propias y ajenas, vendimos los trescientos ejemplares que llevamos [se encargaron de la venta Paquito Cumpián y señora con la consecuencia directa de que la caja se fue al completo en gastos para una fiesta psterior al sarao... que aún me duele en el bolsillo, y cómo]. Rafael me enseñó su Málaga de ensueño –otra ciudad distinta a la de los turistas y el pescaíto frito, mucho más elevada y abierta como una amante al mar Mediterráneo.
Y éramos amigos hacía varios años, pero el milagro azul de aquella edición consiguió que Rafaelito me escribiese semanalmente, sin falta alguna, adjuntándome uno de sus deliciosos dibujos con cada carta, hasta algunas semanas antes de su desaparición.
Yo aún no orino estrellas, como él hacía, pero estoy aprendiendo.
Celebrábamos en Málaga, con Rafaelito Pérez Estrada, la presentación de un hermoso libro que le había editado en Béjar, “El viento vertical” [quizás la joya editorial de la corona junto a la edición de “El peso de la ausencia” de Antonio Gómez]. Ya andaba algo pachucho el campeón, aunque nunca borraba la sonrisa de su rostro de ‘amante de la o’.
Presentamos en una destacada galería de arte malagueña que se llenó de público y, para albricias propias y ajenas, vendimos los trescientos ejemplares que llevamos [se encargaron de la venta Paquito Cumpián y señora con la consecuencia directa de que la caja se fue al completo en gastos para una fiesta psterior al sarao... que aún me duele en el bolsillo, y cómo]. Rafael me enseñó su Málaga de ensueño –otra ciudad distinta a la de los turistas y el pescaíto frito, mucho más elevada y abierta como una amante al mar Mediterráneo.
Y éramos amigos hacía varios años, pero el milagro azul de aquella edición consiguió que Rafaelito me escribiese semanalmente, sin falta alguna, adjuntándome uno de sus deliciosos dibujos con cada carta, hasta algunas semanas antes de su desaparición.
Yo aún no orino estrellas, como él hacía, pero estoy aprendiendo.
Se había hecho tarde para entrar a las ponencias de un encuentro de poetas estival y me quedé charlando con Pepe Hierro en la cafetería durante más de dos horas. Él consumió dos copas de bebida blanca y yo otros tantos cafés con hielo.
Hablamos de mujeres no más de media hora, y el resto del tiempo evocamos nuestro primer encuentro en Zamora, lleno de anécdotas absolutamente hilarantes venidas del estado alcohólico de aquella noche bruja, y me hizo una hermosa valoración en tiempo real de Claudio Rodríguez –por aquellos días ya estaba el hombrito en sus últimos momentos–, de Ángel García López –al que confesó que quería especialmente– de Jesús Hilario Tundidor –el mejor portero de Zamora– y de Ángel González, del que me contó un par de anécdotas que aún no deben salir de estos labios con ganas. Yo creo que entre los dos nos fumamos en aquel espacio de tiempo un par de paquetes de tabaco... y Pepe fue a orinar como seis veces.
Mientras charlábamos, me dibujó una marina con café en un folio [que perdí por la noche junto a mi carpeta de congreso].
Unos años después, reunidos en Béjar, repitió aquella marina para mí, pero con acuarelas. Se la dedicó a Mª Ángeles... “que tú todo lo pierdes... jovencito”.
Hoy cuelga enmarcada en uno de los rincones más especiales de mi casa.
PRESENTIMIENTOS
Fue un día del 2000 en Rivas. Por esos empujones preciosos que te dan los amigos de verdad [JLM, gracias], me encontré como invitado en la comida homenaje que el ayuntamiento de Rivas le ofreció a Clara Sánchez por haber conseguido el premio Alfaguara de aquel año. Como no tengo abuela –y me duele– ni vergüenza, acabé sentado en la mesa de presidencia comiendo junto a la gran Paca Aguirre –que aquel día andaba machacadita de sus piernas– y junto a la feliz premiada, que resultó ser adorable.
Hablamos en una sobremesa interminable de las diversas técnicas narrativas, de nuestras costumbres de escritura y, ya al final, Paca nos contó su experiencia durísima del periodo más negro de esta España siempre dividida... yo les hablé de mi abuelo Felipe y de mi abuela Antonia y aquél encuentro se me quedó clavado como uno de los más intensos y emotivos, sobre todo por los ojos de Paca, por su mirada dura y dulce a la vez.
Soy un tipo con demasiada suerte.
Fue un día del 2000 en Rivas. Por esos empujones preciosos que te dan los amigos de verdad [JLM, gracias], me encontré como invitado en la comida homenaje que el ayuntamiento de Rivas le ofreció a Clara Sánchez por haber conseguido el premio Alfaguara de aquel año. Como no tengo abuela –y me duele– ni vergüenza, acabé sentado en la mesa de presidencia comiendo junto a la gran Paca Aguirre –que aquel día andaba machacadita de sus piernas– y junto a la feliz premiada, que resultó ser adorable.
Hablamos en una sobremesa interminable de las diversas técnicas narrativas, de nuestras costumbres de escritura y, ya al final, Paca nos contó su experiencia durísima del periodo más negro de esta España siempre dividida... yo les hablé de mi abuelo Felipe y de mi abuela Antonia y aquél encuentro se me quedó clavado como uno de los más intensos y emotivos, sobre todo por los ojos de Paca, por su mirada dura y dulce a la vez.
Soy un tipo con demasiada suerte.
GAMBITO DE REY
En unos encuentros literarios que coordiné durante varios años en Béjar, me tocó recibir y atender durante tres días a Fernando Arrabal, y fue todo un poema trajinar con el perico, un poema divertidísimo a ratitos y algo jodido por momentines... para empezar, me obligó a pagarle sus honorarios con dinero contante y sonante justo a la puerta del hotel, ya que si no lo hacía, no se alojaba... llamó ser andrógino a una joven periodista muy amiga mía y le quitó su cámara de fotos para, según dijo, dejar patente en papel fotográfico su androginia, se subió a la mesa de conferencias y lanzó al aire todos sus papeles para terminar diciendo una tontería tras otra y se enredó en discusiones extrañísimas con los camareros que le servían en el hotel por el acabado de las comidas.
Mi hijo Felipe dijo delante de él... “Papá, que cabeza tan grande tiene este señor”. Yo no sabía qué hacer ni dónde meterme.
Con el tiempo comprendí que hay gente que sabe vivir perfectamente de su pose... y tampoco me parece mal.
Al poco tiempo supe que, durante su paso por Béjar, Fernando estaba bastante enfermo.
Salud, hermano difícil.
En unos encuentros literarios que coordiné durante varios años en Béjar, me tocó recibir y atender durante tres días a Fernando Arrabal, y fue todo un poema trajinar con el perico, un poema divertidísimo a ratitos y algo jodido por momentines... para empezar, me obligó a pagarle sus honorarios con dinero contante y sonante justo a la puerta del hotel, ya que si no lo hacía, no se alojaba... llamó ser andrógino a una joven periodista muy amiga mía y le quitó su cámara de fotos para, según dijo, dejar patente en papel fotográfico su androginia, se subió a la mesa de conferencias y lanzó al aire todos sus papeles para terminar diciendo una tontería tras otra y se enredó en discusiones extrañísimas con los camareros que le servían en el hotel por el acabado de las comidas.
Mi hijo Felipe dijo delante de él... “Papá, que cabeza tan grande tiene este señor”. Yo no sabía qué hacer ni dónde meterme.
Con el tiempo comprendí que hay gente que sabe vivir perfectamente de su pose... y tampoco me parece mal.
Al poco tiempo supe que, durante su paso por Béjar, Fernando estaba bastante enfermo.
Salud, hermano difícil.
Ser acreedor del premio Tardor de poesía me obligó a acudir a la Feria del Libro de Castellón para pasarme una tarde enterita firmando libros en un tenderete. Cuando me presenté en el sitio de la feria, descubrí con cierto asombro hilarante que yo ocupaba el centro de una mesa compartida con el novelista Emilio Garrido y con la mítica Sara Montiel. El arranque fue un poco tenso, ya que Sara llevaba puesta su pose de diva mientras que Emilio y yo éramos espectadores estupefactos y jocosos de lo que allí sucedía. Sara acumulaba una fila enorme que se extendía hasta donde alcanzaba mi vista, y Emilio y el que relata andábamos de purito secano filero, haciendo chistes por lo bajini y descojonaditos de risa por la movida. Con las horas de roce, que fueron cuatro, comencé a hacer miguitas con Sara Montiel, que me pilló cariño y animaba –cuando no obligaba– a sus admiradores a que adquiriesen mis libros y pasaran por el rito de la firma.
Tanto fue el roce, que Sara se empeñó en invitarme a cenar en un restaurante de lujo.
Cuando llegamos a aquel comedor de marca, Sara se quitó su visón con ardoroso glamour y fue aplaudida por todos los comensales de las mesas anejas a la que ocuparíamos.
Al ratito de tomar asiento, aparecieron por la puerta del comedor la directora de la feria del libro y Ana Matute. La tensión se hizo carne y se podía mascar como una bola de chicle, pues Sara y Ana María hacía años que no se dirigían la palabra. La directora de la feria charló con Sara en privado y le pidió que cenáramos todos juntos, a lo que ella aceptó amablemente sin torcer el gesto.
Imagínenme sentado entre Sara Montiel y Ana María Matute mientras se tiraban de vez en cuando, sin mirarse, alguna que otra bomba de neutrones.
El caso es que cenamos y cayeron vinitos y champagnes, y yo, que enseguida me alegro al olor del alcohol, me puse dicharachero y charlatán, hasta el punto de que reté a las reinonas a que se quisieran en mi presencia, circunstacia que, para mi asombro, aceptaron a la primera de cambio.
Con todos unidos ya por las sonrisas y el buen rollo, se inició una guerra en la que tanto Sara como Ana María contaron con detalles las gestas con sus múltiples amantes, desde un gran coito en las aguas del Ganges hasta varias cabalgadas de mérito en la cuna del cine.
Con la noche acabando, nos bebimos la última copa y brindamos.
Sara, entonces, llamó al camarero, besó una copa en la que dejó perfecta la huella de sus labios y le pidió que la envolviera para regalármela.
Los abrazos de despedida aún mantienen el latido de aquella noche bruja con dos hembras divinas.
La copa aún reposa en mi estante de libros ya leídos... y un libro de Ana María, dedicado con cariño especial, está entre mis tesoros bibliográficos.
Ana María vino a Béjar con los años y volvimos a comer y a beber juntos... de Sara no he vuelto a saber nada.
El caso es que cenamos y cayeron vinitos y champagnes, y yo, que enseguida me alegro al olor del alcohol, me puse dicharachero y charlatán, hasta el punto de que reté a las reinonas a que se quisieran en mi presencia, circunstacia que, para mi asombro, aceptaron a la primera de cambio.
Con todos unidos ya por las sonrisas y el buen rollo, se inició una guerra en la que tanto Sara como Ana María contaron con detalles las gestas con sus múltiples amantes, desde un gran coito en las aguas del Ganges hasta varias cabalgadas de mérito en la cuna del cine.
Con la noche acabando, nos bebimos la última copa y brindamos.
Sara, entonces, llamó al camarero, besó una copa en la que dejó perfecta la huella de sus labios y le pidió que la envolviera para regalármela.
Los abrazos de despedida aún mantienen el latido de aquella noche bruja con dos hembras divinas.
La copa aún reposa en mi estante de libros ya leídos... y un libro de Ana María, dedicado con cariño especial, está entre mis tesoros bibliográficos.
Ana María vino a Béjar con los años y volvimos a comer y a beber juntos... de Sara no he vuelto a saber nada.
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