Thursday, May 28, 2009

Puaj.



Recibí unas fotos que me hizo Carlos Martínez Aguirre y que me hicieron ilusión, sobre todo la que está hecha en mi semiabandonado estudio de Colón, que salgo con la banderita republicana de perfecto decorado. Luego me bajé a la Plaza Mayor a tomar café y allí estaba el lumpen intentado castrar las risas de la gente normal. Cuando acababa mi consumición, llegó un coche a toda pastilla que casi aparca dentro del local... lo conducía el desinhibido y le acompañaba el gitanete pasadito de todo. Entraron en el bar y la liaron en un momentín. Yo me salí de allí y el gita me siguió soltando una perorata ininteligible.
Del ayuntamiento salió mi amiga Blanquita y la saludé... y el gita se puso como loco... escupía en el suelo unos lapos rugosos y gritaba que él también era un bejarano... “el más disno... cabrones... el más disno... y no me dais trabajo... ni a ningún gitano... cabrones... el más disno yo... sí, sí...”. Acompañé a mi amiga hasta pasar el trago [vinieron a recogerla enseguida con un coche]. Cuando se fue, el gita seguía con su melopea, pero subiendo más aún la voz... el quedarse solo le envalentonaba.
El bar había quedado vacío otra vez, que estos tipos barren a la gente de su lado... y nadie hace nada para sujetarlos.
La Plaza Mayor a veces resulta hermosamente divertida, pero otras veces, como hoy, se hace hosca y parece inhabitable.
Que dos pasaos puedan con todos es como para ponerse a pensar un poquitillo.
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Dijo nosequé del orto y se fue airada... y se me quedó en la memoria como un azucarillo de pantómetros puesto sobre papel carbón y presionado.
Hoy tan solo me queda aquella impresión tosca sobre el blanco como un tatuaje de viejo marinero... también una suerte de sombra pintoresca que me la recuerda como el plagio de otra mujer o una rima demasiado repetida.
Sí, las mujeres que pasaron por tu vida alguna vez van descapacitándote, te dejan como propuesto para algo intangible, desnudito como una embajadora consorte celebrando alguna huida a su país de origen.
Yo me inclino ante todas, ya que el hecho de haberme soportado, aunque fuera unos minutos, me resulta encomiable.
Dijo nosequé del orto, oye, y se fue, y me dejó mirando la colección de cromos antiguos de animales mientras pensaba en la enorme cantidad de cosas que me hubiera gustado decirle... pero no le dije nada, que yo soy así de primeras... luego me arrepiento.
La verdad es que, pensándolo bien, yo no tenía un torso obrero... ni siquiera los abdominales como un rallador de queso o los muslos peludos hasta los mismo huevos... y eso era lo que decía que le gustaba... ni olía a sudor a media tarde, ni había follado una sola vez... y eso, en el fondo, aunque dijera que no le gustaba, le producía cierto ardor... pero me dijo nosequé del orto y se marchó.
Recuerdo que llevaba un vestido suelto y estampado con florecitas minúsculas... y en el pecho unas orzas que le daban volumen... a mí me dejaba KO mirarle el pecho [bueno, imaginarlo, que, verlo, no lo vi] y sentir esa epilepsia bum-bum, arriba-abajo... siempre llevaba zapatos bajos y me dijo aquello del orto... y no le iba a su boca aquella palabra tan quebrada... ni a los ojos la mirada que me dejó por última.
Y no la odié, nunca la he odiado... es más, la recuerdo como una puerta abierta a lo que habría de venir luego, la puerta abierta, la única puerta que quedó abierta... por la que salí al mundo.
Y es que yo no llevaba pantalones campana ni esclava en la muñeca, no marcaba paquete [no tenía], no fumaba [tosía], no sabía poner la mano en el rincón ni mover los dedos hasta que se le fueran los ojos... un desastre, a lo que cuento, ¿eh?... pero todos fuimos así una vez, descartables, no aptos, sosos sin más...
Y no quiso enseñarme... solo dijo lo del orto con ese acento suyo [tan bonito] que me hacía mojarme por las noches sin controlar mi cuerpo.
Ahora la recuerdo junto a las calcomanías y al pegamento Imedio, junto a las vacas plantadas en los prados como totems extraños, junto a la banda sonora del No-Do o aquellos catálogos de ropa íntima femenina que vendía mi padre... todo con cruces trazadas mil veces... esto sí, esto también, esto sí... y me busco raptándola de las manos que luego la tocaron y le hicieron de seguro todo aquello que yo no sabía hacerle...
En fin... no sé si lo singular fue ella o lo es mi recuerdo de ella... si fue el momento en el que me dejó con la puerta abierta y aquel orto que me sonó a hasta luego, pero que fue un hasta nunca que llega hasta hoy.
¿Si la viera, si me la encontrase ahora, al salir de mi estudio... qué haría?... quizás verla demasiado mayor para mí... y mira que estoy viejo.

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