Tuesday, February 26, 2008

Odio los periodos electorales.


Hay cierta minusvalía social en esto de la política que me hace vomitar. No me jodas, que un ciudadano adulto, a estas alturas del cocido, no tenga claro quién es quién y de qué va cada uno… y junto a ello, esa inmoralidad cabrona del gasto bestial en papeles para tirar y en absurdas vaciedades. Que el político piense aún que puede cambiar la opinión de un ciudadano a base de diseñito y miradas lánguidas o enérgicas, con insultos o con imprecaciones teatrales [y que eso sea verdad, que lo es], habla con claridad meridiana de la carne de asno que puebla estas tierras adocenadas.
Debiera prohibirse hacer campaña electoral, y más gastarse un solo euro de la gente en el juego de convencer por el engaño. Lo suyo sería obligar a veinte días de silencio político absoluto para que la gente pensase [o por lo menos dejase de oír estupideces] y decidiese su voto sólo en función de lo vivido [no de lo vendido o regalado en tres semanas].
Y todo ese dinero malgastado en la puñetera promoción de uno solo, invertirlo en algo positivo y tangible para el ciudadano.
Anoche me quedé flipando cuando vi que un 9 % de personas había manifestado que el debate asqueroso les hizo decidir su voto. ¿En qué mundo vivimos? Ciudadanos (?) incapaces de haberse hecho con un criterio en cuatro años [y esta legislatura ha sido preclara para tomar partido –por su tufo cainita–], toman la decisión de su sufragio por una mirada, por la caidita de unas cejas, por un reproche o un insulto, por una corbata o por un plano corto. No me extraña cómo vamos y no me extrañará a dónde llegaremos [y no será culpa de los políticos –que la tienen también, claro–, que será culpa de una ciudadanía inmadura y sin criterio].
Odio los periodos electorales.
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El Arte debe ser ‘descolocado’ en su concepción y en sus resultados, no debe admitir el orden, ni esa limpieza impoluta de las amas de casa… por eso me suele decepcionar lo que veo: obras de tipos que no se han manchado, lavadas como el culo de un niño y puestas a orear en marcos y en espacios impecables. Eso es ‘decoración’ para una revista de fin de semana o para la sala de estar de un nuevo rico. Estoy muy decepcionado de todas las propuestas artísticas que he visto últimamente, tanto o más que con los últimos libros de poesía que he leído. O poetas impecables o estúpidos que escupen hacia fuera palabras inconexas [me siguen pareciendo malísimos los dos, por indecentes]… charlatanes sin dudas sobre sí mismos.
Hay que mancharse hasta lograr que el poema sea como los desconchones de una pared o como la gotera del último piso del edificio en el que vivo… que sude el cabrón, que se orine, que nunca sea una victoria antes que una derrota decente.
Un golpe en el mentón y que la cabeza se gire cortando el riego al cerebro… o un golpe bajo con los nudillos… así debe sentirse un buen poema y así debe darse.
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Yo no soy de cuando Menéndez Pelayo escribió la ‘Epístola a Horacio’, ni de cuando los yambos y los pirriquios del sembrado maestro, ni de cuando el mal papel ‘ad usum scholarum’ [ahora se clavicordian ediciones escolares con reserva y barnices, con DVD en adjunto, tiro en cuatricromía y papel marca al agua castigado a troquel y golpe seco… total, nos sobran árboles y tiempo]. No soy de cuando el ‘mujeril deseo’, ni de cuando la yedra ciña frentes, ni del tiempo esmaltado en el sonido lúbrico de las flautas de Euterpe.
Soy de la falsa sabiduría de los hombres ablandados, del serpeo vital, de lo violable, de la sangre mirada en las pantallas de líquido cristal, del riesgo bien medido y del descaro, de lo atónito que me abre la boca como a un tonto real, de cualquier cibermística de albiones [o britanos] caracteres, de los jeans de algodón teñido en índigo, de la carne gozada de antemano, del saurio amancillado en la tetilla como signo de statu, de esa mengua cabalística y bancaria que esclaviza en porcientos de por vida, del puro simulacro, de esa Roma novísima que recicló su nombre por NY y se hizo decadente y transatlántica, de la gente alevosa y pestilente… También soy parte de lo que está ocurriendo, quien prende el fuego y huye, quien siendo disoluto se empecina, Villon, Tarzán de esquina, el cordero de Dios, la eléctrica mujer que me cabalga, el suero en cualquier brazo, la lengua que ahora lame el jugo entre unas piernas, el que busca en arcadas vaciarse, el que va a la cabeza de sí mismo, el que le hace a los demás el favor de marcharse para que se sientan bien, el que no guarda copias del día anterior y se le olvida, Oliverio Girondo, abril lloviendo, el mar, el bar y la pobre prostituta de la esquina.

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