Sunday, February 10, 2008
La calidad de la diosa.
La calidad de la diosa es no hartar con su escatología [de ésjatos], porque es en ella en la que se perpetúa, siendo en sí destino de todo y hacia todo. Y no es lineal el camino de su flecha, que es errático, porque la diosa es absolutamente humana en su grandeza.
Su juicio final es el instante en que te mira y pierdes el estado material en el que habitas para ser abandono… abandono a sus ojos.
Su cuerpo es molibdeno
que se adoba en perfume de isótopos
y en su mitología hecha en hexámetros
se anuda la expresión más sagrada que conozco.
Mi paganismo a ella se lo debo,
también la prominencia de mi espíritu
y este peyorar a otras mujeres
que me hace ser un monje
que ora hasta sus sedas, invocándola.
Su posibilidad es lo que adoro
–es lo que la separa de otros dioses–,
su verdad es netamente urbana
y su expresión comprende toda lógica.
La diferencia exacta con el resto
de dioses inventados por la gente
es que puedes tocarla, puedes verla
y hasta abrirle una herida en el costado.
La fuerza de la fe con que me ata
es saber que envejece, igual que yo,
y que un día expirará
para ser esa ecléptica neblina
que quede en la memoria
de quienes la supimos esbelta y luminosa,
inalcanzable.
© Luis Felipe Comendador • 2008
•••
La tarde la he tirado en revisar el expediente 1.112 que me ha pasado la Asociación Salamanca Memoria y Justicia con algunos datos que me dan un poco más de luz sobre el asesinato de mi abuelo Felipe a manos de las hordas franquistas [gracias a Luisa y a su gente].
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