Monday, January 12, 2009

Departamento de Filosofía.


12 de enero de 2009
Leo el poema “Departamento de Filosofía”, de H. Magnus Enzensberger, y veo a Julio César tumbado, ya sin dolor, con sus gafas puestas y su antología poética entre las manos [así me describió Jesús esta mañana, embargado de tristeza, la última imagen que le quedó en la retina del amigo esfumado]...

No hay duda de que somos inteligentes. Pero lejos
de cambiar la faz del mundo, en escena
seguimos sacándonos conejos del cerebro,
y palomas blancas, bandadas de palomas
que invariablemente se cagan en los libros.
No hay que ser un Hegel para darse cuenta
de que la Razón es a la vez razón y no razón;
basta con mirarse en el espejo de bolsillo.
Te verás vistiendo una capa azul
adornada con estrellas plateadas y una capucha.
Celebramos el Congreso hegeliano en el sótano
donde están sepultados nuestros colegas,
desempacamos nuestras bolas de cristal y nuestros horóscopos,
y ponemos manos a la obra; mostramos nuestros peritajes
y agitamos nuestro péndulo y nuestros informes
de investigaciones. Hacemos girar las mesas, preguntamos:
¿cuál real es lo real? Hegel sonríe
malicioso. Le pintamos un bigote.
Ahora se parece a Stalin. El congreso se divierte,
baila sobre el volcán. Los guardias
montan guardia afuera. Nuestra psique hace
serenas declaraciones sobre el caso,
y coincidimos en que en lo profundo de cualquier polizonte
habita un ángel custodio
y dentro de éste un polizonte. ¡Abracadabra!
Como un pañuelo enorme, desdoblamos nuestras teorías.
Los hombres de las gabardinas aguardan modestamente
frente al refugio a prueba de motines del seminario.
Fuman, casi nunca utilizan sus armas,
vigilan nuestra nómina universitaria,
y nuestras flores artificiales, y el excremento
de palomas blancas que inunda el lugar.


Y hay un sutil encanto de convaleciente en este descubrir mío, ese no sé qué de quien empieza a recuperar el equilibrio, a comer de nuevo, a caminar solo, a respirar el aire impío del polígono anejo al hospital. Y sopeso mis defectos para decirme en alto que no me importan, que nunca me importaron, porque estoy vivo y soy necio con mi salud –que tampoco importa demasiado–... y regreso a la trama diaria que me narra en la calle y en esta silla que me conoce más que yo mismo.
Hay una premisa de poema en el ambiente. Lo respiro –tengo el instinto muy preparado para ello–. Y me busco en el pecho para intentar sorprenderme en un latido distinto a los demás del día.
Hoy no me apetece poseer nada.


•••
Frente al jardín quemado que es el monte que está frente a mis ojos ahora, no siento demasiado las faltas, pues tengo relicarios en mi cuello de cada una de ellas, justo apretando en la garganta. No pasa ningún tren desde hace tiempo, aunque las avefrías se han venido hasta aquí desde el río como para decirme algo... incluso un par de enormes rapaces lo sobrevuelan todo con su frase imperial escrita en el azul.... sé que soy la rueda que estallará en alguna curva, el frío protagonista de alguna disección hecha con guantes de látex, una cara que te recuerde a alguien y el guardián de todos los pliegues... pero tampoco me importa demasiado mientras el frío me peine el cabello nevado y mi nariz enrojezca mientras me quedo en éxtasis ante este alarido de luz.
No sé tampoco con exactitud qué tiempo me ha tocado vivir, si soy de ahora o me quedé trabado en un bucle de entonces en el que había cintas negras y sombreros de rafia, muebles de raíz y heraldos grises...
Una grieta atraviesa la calle de lado a lado, como una herida, y veo en ella las estrías de una mujer embarazada mirando a la Cruz del Sur, intentando señalar un sentimiento con su mano y buscando empalizadas con las que protegerse de tanta intemperie.
Me detengo y pongo mi mano plana sobre el pecho... aún late algo, pero no sé qué es. Quizás sea la mano, que permanece viva en este invierno.
Llego al refugio de mi estudio y busco la posición fetal metiendo mis codos en las ingles y sumando las rodillas a la frente. Me suena el vientre a herbívoro y siento la gravedad en mi esqueleto.
Mi piel ya no es suave, está como cesando. Soy nido y me siento tumba.
Estoy quebrado, hueco.

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