Sunday, January 11, 2009
Bye, Julio César.
11 de enero de 2009
Tomamos unas copas [yo, como siempre que salgo de mí mismo, un chorrito de Havana 7, el zumo de un limón recién exprimido y cola hasta el borde]. PdT estaba lleno de gente de trasnoche mientras la camarera retiraba las empanadillas de la barra... y nosotros hablábamos de Sulle, del bueno de Emilio Pascual [ambos carne de crisis pesetera], del yoísta Dragó, del David Torres más gamberro [y del más ganso] –un besote, David–, de Rómar y de Luisal, de la opción negociera que supone escribir literatura infantil y juvenil, de Madrid en la nieve [si nieva en Madrid, se acaba el mundo... no jodas], del poeta de baja Julio César Navarro [que ayer andaba chungo de verdad.... ¡ánimo, amigo!]... y yo tocaba con mi mano la libreta de escritura que me había regalado por la tarde Marisol... suave... suave... suave... y hasta llegué a sacarla para leer las primeras palabras que escribí en ella : “Sentirte cómodo con tu vulgaridad es estar vencido... La poesía consiste básicamente en ceder ante la pasión... El verdadero pecado es el remordimiento... Cuando me lamento, me lamo o me miento... Si no has muerto, es que todavía es temprano... La verdad solo puede ser biológica... ... ...”, y miraba los brazos blanquísimos de Ana saliendo de su camisa negra regazada, y posaba mis ojos en el sombrero Urce [le había propuesto unas horas antes que escribiera una ‘urcelógica’, y lo anotó en su agenda] mientras él me contaba que los mejores sombreros son los portugueses, exactamente los de Coímbra; y tiraba de Winston como un cosaco [el Chester se ha puesto a un precio prohibitivo para mí... jo], y veía a Rapúnzel contoneándose al ritmo tranquilito de la música, y sentía los avellanados Marisol escrutando una nada que no acerté a comprender... unos chistes... dos risas... algún silencio corto... alguna puesta al día de amigos con distancia... el sueño en un bostezo y ese “colegas, doblo... hasta mañana”.
Al salir, la troupe venezolana llegaba de sus fastos con Antúnez [todos tocados con sombreros desnortados de ala que eran tiros exactos en sus cabezas]. Me presentaron a todas las mujeres y cruzamos los besos rigurosos [es curioso cómo la estética latina les da un fragor genético por estar decoradas al extremo... labios encarminados y cuidadamente perfiladísimos, ojos remaquetados, rostro mate de polvos, melenita impecable y brillantísima, olor agradable y profundo... es algo que las diferencia de las mozas hispanas, que o se decoran poco o lo hacen a tientas hasta encontrar el rostro plano... estas chicas dominan mágicamente su atrezzo, sus posturas, sus gestos, sus miradas, su rastro... se saben y se expresan hacia afuera desde esa sabiduría estética... y yo flipo mirándolas y oliéndolas]... José Luis andaba entre Capone y Rouco [je], con abrigo sastre azul marino, bastón gótico, sombrero gris de copa media y ala corta... y un morado pintado bajo el ojo izquierdo [todo un as urbanístico de fiesta]...
Corto y sigo, pues la noticia puede a la escritura.
Acaban de llamar a Jesús desde Madrid para comunicarle que Julio César Navarro falleció a eso de las diez de la mañana, y lo ha hecho sin poder tocar su libro con las manos, solo sabiendo desde anoche que su libro “Todo sigue así” existía como dogma de fe y gesto de amistad de sus amigos. Nos quedamos tristes ante el café primero, con carita de no haber podido verle saborear su anteúltimo deseo: tener su libro entre las manos y regalárselo a su madre... luego un montón de llamadas y el móvil lleno de mensajes de “se ha ido”. Siento de verdad no haber podido responder a la voluntad expresada por Julio en nuestra última conversación telefónica del día de Reyes. Recibí la maqueta el día 3 por mail y hemos realizado la edición en el tiempo récord de tres días laborables... pero nos fallaron la distancia y la nieve en Madrid.
Jesús Urceloy y Marisol salieron hace un ratito con su coche cargado de Julio César hacia la capital del reino mientras sonaba la nana de la cebolla y el cielo estaba limpísimo sobre los cero grados Celsius de esta mañana. Iban tristones.
Mañana al mediodía darán tierra a Julio César en Guadalajara. La vida sigue.
CANCIÓN PENÚLTIMA
Si pudiera volver a escribir aquellos versos
acostado sobre la pradera de un parque sin nombre,
a solas;
si pudiera recordar por qué rescaté aquella palabra
que se moría cada dos minutos.
Hice una presa en el río con la silla que robé
de un vagón de circenses,
me reí con los borrachos que guardaba en mi equipaje,
puse detrás de la brújula el imán que descubrí
en un meteorito.
Hice el amor doscientos años con un océano,
aquel océano sin cordura que olvidó colocarse en los mapas
y se vino a vivir entre las obras del estadio.
Ha quedado poca luz en el paisaje que miro,
no sé si es que anochece o es otra moda que ha llegado
a la
ciudad,
apenas puedo terminar las páginas de estos pasos
sin dormirme.
Y ahí están, al otro lado de los cristales,
las ramas de la insolencia que se mueven con el viento
y el viento
que siempre las mueve.
© Julio César Navarro
[último poema escrito por Julio César en su libro prepóstumo “Todo sigue así” ].
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