Tuesday, January 6, 2009

El Nota.


6 de enero de 2009
Después de que César Yuste descubriera un día mis múltiples similitudes físicas y psicológicas con El Nota [The Dude] de “El Gran Lebowski”, decidí tomar ese alter ego como articulista cabrón y deslenguado en mi periódico [ya desaparecido] y en algunas otras publicaciones del panorama nacional. Bajo esa firma dije verdades como puños y me reí del mundo mundial en un como si nada que me dejaba estupendo el cuerpo de vaciarme tan bien. Hoy, día de Reyes, mi hija rebonita se ha presentado en casa con una figurita de El Nota realizada para celebrar el décimo aniversario de esa peli molona... y somos igualitos [El Nota y yo... y mi hija]. Es ridículo, lo sé, pero me he emocionado como nunca con este regalito, y lo he colgado de la pared de mi estudio sin sacarlo de la caja... y ahí está, con su vasito de Ruso Blanco, con sus gafas de sol y su bolsa de bolos, desaliñado y realmente hermoso. Junto al Nota, una caja de madera molona de verdad, llena de pinturas acuarelables que me van a dar vidilla para un montón de meses, fruto de la ocurrencia estupenda de Geles y los críos.
Y todo mientras mueren palestinos a mansalva, coño, mientras el ejército judío entra en el campo de refugiados de Yabalia y arrestan a todos los varones con más de doce años, y les quitan la ropa y les tapan los ojos mientras los mantienen de rodillas maniatados en el suelo a cero grados centígrados... mientras veo los cadáveres lacerados de tres críos pequeñitos por la tele.
Este mundo es absolutamente cabrón. Mientras aquí estamos realizando un trabajo constante para conseguir un futuro mejor para 300 niños de Gambia, Perú y Senegal [es lo poquito que podemos hacer], concienciando a los cercanos y movilizándolos, arrancando pequeños óbolos y obra y apoyos de artistas magníficos [gente grande y hermosa] para conseguirlo, ellos siegan vidas inocentes en un jodido segundo con bombas cuyo precio de unidad sería capaz de financiar una o varias de esas escuelas.
Hijos de la gran puta.


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Yo, que no existo para Ángel Luis Prieto de Paula ni para Luis Antonio de Villena, que ni siquiera fui admitido en el malditismo radical y heterodoxo de Isla, que fui un cero a la izquierda para García Martín y ni ese puto cero para García Posada, que no aparecí nunca en las listas publicadas de Ricardo Virtanen o Juan Cano Ballesta... ni en los roles Munárriz o en las colas poéticas de Noni Benegas... soy un poeta a tientas perdidito en el culo del mundo [y eso está muy bien] que no le debe a nadie nada por sus silencios... pero he sabido vivir jornadas imperiales con media generación del 50 [no se me debió pegar ni un solo verso, coño], bebiendo con el último Claudio, comiendo con el preúltimo Pepe Hierro, riendo a carcajadas con Ángel González y compartiendo mesa, musarañeando con Tundi o charlando delante de un café con Angelito García López, disfrutando de la prosa de sobremesa con Joan Margarit o jugando a engañar al tabaco con Antonio Gamoneda y carteándome fieramente con Rafaelito Pérez Estrada [ni un solo verso, coño]... yo, el olvidado sonriente, que quiero como a un padre poético a Luis Alberto, que tomé un San Francisco alicantino una noche estival con Jaime Siles, que escuché sin moverme un pregón estupendo de Felipe Benítez Reyes y cenamos entre chistes no sé qué minimalismo gastronómico, que aprendí con Paquito Castaño a amar a Valéry una noche de fieras matritense [no se me pegó ni una metáfora]... yo, que nací casi a la vez que Fernando Beltrán y lo tengo por hermano poético, que temblé con los versos de Herme y vi crecer poquito a poco la poesía serena Morante, que trabé horas enteras con Antonio Orihuela y fui testigo de la soledad Riechmann, que abracé sin rubor a Ada Salas y sentí escalofríos con los versos de Moya, que supe cada hora del hermano Urceloco y tengo por amigos a poetas tan grandes como Abraham Gragera o Belén Artuñedo, que siento envidia sana de los versos Aguirre y alucino si leo al cachorro Bernier, que me gustan Ben Clark y Gonzalito Escarpa, que soy testigo mudo de la obra magnífica del gran Antonio Gómez y flipo en colorines si recibo noticias del amigo Cumbreño [y me deshago entero si lo leo], que vi nacer literariamente a David Torres o al joven Andrés Neuman, que paseé por los campos cercanos con Antonio Colinas y merecí una tarde aquella frase de Antonio Carvajal de “yo te haré un abrigo de Visor”, entre otras cosas y otros nombres... persevero a diario en la palabra y dejo que me hiera, conservo la esperanza del poema y lo busco a puras dentelladas, soy testigo de mí y de todos ellos [mis poetas conocidos] y recibo tan solo lo que busco.
He de morir un día y así será mi obra completada: haber vivido a medias, haber bebido poco, haber fumado todo, haber tenido amigos y perderlos, haber escrito algo intrascendente... haber estado siempre en la palabra.
Lo dijo Carlos Barral al final de su poema ‘Apellido industrial”: “Y era libre / sólo para decidir lo que no importa.”.

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