Thursday, January 29, 2009

Previo Obibasé.


Anduve anoche de migueleta alquitareña, con un previo Obibasé que me dejó boquiabierto y patidifuso... Wendell Brunious con su trompeta de sordina mágica y una voz años veinte, mientras Gerard Nieto molaba en los contrapicados pianeros... una pasada que logró ponerme otra vez en el mundo, en el antes de antes, y, a mayores, junto a mi You y mi Juanito, junto a Juanma y los tipos coritos postizos que tan bien me caen. Fue magnífico sentir cómo me elevaba en el jazz mientras olvidaba estos malos rollos de deudas y ceños arrugados, de cosas falsas por hacer, de antones piruleros [cada cual que atienda a su juego]. Sí, sé que hoy estoy críptico para quienes no conocen mis referentes cercanos, pero para ellos resumo con un ‘fue una noche gloriosa’. Y, encima, había recibido por la mañana una hermosa carta del amigo Miguel Aguilar Carrillo desde Querétaro, un tesoro que contenía una antigua colección de postales galantes que perteneció a su padre y que el colega me ha regalado por el afecto que ha crecido entre nosotros desde que nos conocimos. No niego que me emocioné, como tampoco niego que dejé caer un par de lagrimillas por lo grande que a veces resulta ser el hombre [gracias, amigo Miguel. Conservaré esas postales como se merecen y las miraré a diario para buscar inspiración].
Magnífico.
Acabé derrotado cayendo en mi camita como un fardo [algo influyeron los dos copazos de Havana 7 con zumito de limón y Coke que me metí pal cuerpo, yo, que no estoy acostumbrado a beber].
•••
Y hoy eché de menos esas parrafadas lúbricas de hace unos meses... el olor a vainilla de una piel, la leche chorreando por la comisura de unos labios, lo incandescente incauto, el acto de tragar, el ‘clin’ en un colmillo, la usura de unas manos calientes, las falanges crujiendo sobre la hoguera, lo sublime chocando sin encontrar obstáculos, el yacaré temblando trabado por la trampa, los adóndes jugando a ser crepúsculo, la pereza fecunda de un sabor en la boca, la digestión de un cuello, los poros, la mazmorra, la borda jadeante de la bañista sin boca ni ojos, el altar de huesos, la justa quemadura que pernocta en las vísceras, el buzón, el olor a pescado recién hecho, la lanza interrumpida... y ese sabor a vientre extendido, laxo, blando, almohada... y esta constante certidumbre de muerte.

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